Escrito por el P. Carlos Padilla - Padres de Schoenstatt - Madrid-
Cualquiera de nosotros hubiese huido ante el endemoniado, cuestan la agresividad y los ataques, pero Jesús sabe que este hombre está atado
Jesús comienza en Cafarnaúm su vida pública. Marcos, en este capítulo, nos cuenta un día de Jesús. El evangelio de hoy sólo relata un trozo de la mañana de ese sábado. Merece la pena seguir leyendo su día. Un día más. Un día cualquiera:
"En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad" (Marcos 1,21-28).
Jesús se fue a vivir a Cafarnaúm. Allí es donde hizo más milagros en su vida. Es un lugar lleno de vida al borde de un lago que parece un mar, donde el horizonte se vuelve inmenso. Un pueblo rodeado de montes verdes.
Jesús entra en la sinagoga. Es sábado. Mira al hombre. No la ley: "Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: - ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús lo increpó: - Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: - ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen".
Es sábado y no puede curar. Algunos le criticarán por eso. Otros se asombraron de su poder y de su fuerza, de su amor y de su compasión frente a alguien que era agresivo y poco abierto a Él. Porque aquel hombre endemoniado lo ataca, es violento, es agresivo.
A veces en la vida nos alejamos de las personas tóxicas, de aquellas que nos hacen daño con su violencia, con su dolor, con su agresividad y falta de paz. Y buscamos la paz lejos de ellos. Nos cuesta detenernos y abrazarlos en su dolor.
Cualquiera de nosotros hubiese huido ante el endemoniado. Me cuestan la agresividad y los ataques. Pero Jesús sabe que este hombre está atado. No es él el que habla. Todos se asombran de su poder. Por echar espíritus.
Yo me asombro de su amor. De su capacidad para compadecerse y no juzgar. Algunos se sorprenden de la misericordia de Dios y salen de la sinagoga transformados y conmovidos.
Sin embargo, otros lo condenan porque lo hizo en sábado. No ven más allá. Están cerrados. Lo condenan porque no cumple la ley. Porque se quedan en un precepto sin mirar con compasión. No les importa el dolor del endemoniado. Prefieren cumplir una norma.
A veces nosotros condenamos a los demás por la norma. No miramos a la persona. Miramos sólo la ley. Jesús mira el corazón.
En otras ocasiones Jesús cura tocando, cuidando, mirando al otro. Hoy Jesús usa la palabra. Nadie le pide que lo cure. Pero Él se compadece y lo sana. Se conmueve ante un hombre que no logra ser quien es.
Jesús habla y actúa con autoridad. Hemos escuchado en la primera lectura: "Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que Yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, Yo le pediré cuentas". Ese profeta es Jesús y muchos no le escucharon. Muchos tampoco lo escuchan hoy.
Jesús habla con autoridad. Habla de un Dios que sana, que es misericordioso, y Él toca con amor las heridas de los enfermos y se conmueve. Ora y vive con su Padre, pero se deja invadir por los que le buscan. Por eso, cuando nos habla de un Dios que sale a buscarnos, son creíbles sus palabras.
Es verdad que el evangelio de hoy acaba diciendo que su fama se extendía por toda Galilea: «Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea». Y muchos se entusiasmaron con sus palabras y lo buscaban.
Hoy pidamos a Dios que nos enseñe a vivir como Él, de forma coherente. Aceptando lo que nos toca vivir con alegría. Mirando la realidad con paz, sintiendo que es lo que Dios nos regala para crecer en santidad, en amistad con Jesús.
Y con esta certeza en el corazón: Él siempre estará conmigo. Y su presencia es la que nos da autoridad.
Sus palabras en nuestra voz.
Su amor en nuestros gestos.
Su luz en nuestra mirada.
Su misericordia en nuestra compasión.
Que nuestro vivir sea como Él.
Gracias
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