sábado, 3 de agosto de 2024

La fe, no es sólo un Don de Dios, sino también un Trabajo, un Oficio, un Compromiso, una Tarea, una Labor, una Responsabilidad y una Conquista.

Escrito por P. Eduardo Casas 

El Evangelio de Juan, presenta a la multitud que sigue a Jesús después del milagro de la multiplicación de los panes. En esta ocasión, el Señor aclara que no lo buscan a Él, sino a lo que Él da: “ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse” (6, 26).

Jesús no quiere ser buscado interesadamente, como proveedor de recursos y como satisfacción inmediata a las necesidades más básicas. No quiere que lo sigan como a un hacedor de signos extraordinarios y milagros.

 Les dice a sus interlocutores que tienen que trabajar para conseguir el pan. No sólo trabajar por el pan perecedero, sino que también trabajar “por el pan que permanece hasta la Vida eterna” (6,27). Hay que ocuparse de conseguir, tanto el pan de cada día, como el pan espiritual, aquello que alimenta interiormente, ya que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).

 Así como alimentamos el cuerpo, también hay que alimentar y nutrir el espíritu; y así como se trabaja para conseguir el sustento diario; de igual manera, hay que comprometerse espiritualmente porque la vida interior y el crecimiento en la fe son un verdadero trabajo. No se consiguen sin esfuerzo denodado, sin aplicación vigilante, sin tiempo invertido y sin cuidado responsable.

 El que no trabaja en su vida espiritual no la nutre, ni alimenta. Así como mantenemos la vida física mediante el alimento, varias veces al día; de igual manera, sucede con la vida interior. requiere de un alimento y de un sostenimiento continuos.

 En la vida interior, además, nunca es posible reemplazar nuestro trabajo personal. Así como hay quienes físicamente entrenan diariamente, por razones deportivas, estéticas o de salud…

 Como Jesús habla a sus oyentes de trabajo, ellos preguntan qué deben hacer. El Señor les aclara que el principal trabajo es creer. ¡Vaya si no es trabajo creer, especialmente en los tiempos actuales! La fe, no es sólo un don de Dios, sino también un trabajo, un oficio, un compromiso, una tarea, una labor, una responsabilidad y una conquista.

 Debemos cuidar de no caer en esta actitud: la necesidad de corroborar la fe con demostraciones que le exigimos a Dios para creer. La fe debe ser incondicional. No debe haber requisitos para creer. No hay que pedir signos que nos de seguridad en el actuar de Dios. Hay que creer sin apoyarse en nada, ni en nadie. Sólo Basta Dios y su Palabra.

 El Señor, por su lado, les aclara que no fue Moisés el que les dio el pan en el desierto, sino Dios, su Padre. Además, les revela que ahora tienen otro pan del cielo que da vida. Es, entonces, cuando piden a Jesús de ese pan. Seguramente no entendían demasiado y es probable que pensarán en otro pan material o, a lo sumo, en un nuevo maná. El Señor, por consiguiente, les aclara diciendo: “Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed” (6,35).

Jesús, con esta revelación, todavía no está hablando propiamente de la Eucaristía. Menciona ciertamente un pan, aunque no dice aún que ese pan sea su carne, como lo dirá más adelante. Ahora está hablando de un “pan” que es para el hambre y la sed interior del ser humano.

Oración:  

Señor Jesús, Tú te has revelado como Pan de vida.

Pan para el hambre y la sed interior.

 

Alimento que instruye en la verdad

y me permite ser enseñado por Dios y por su Palabra

como aprendiz de tu divina revelación.

 

Dame hambre y sed de tu sabiduría,

verdadero pan que alimenta el espíritu,

la inteligencia y el corazón.

 

Concédeme el conocimiento sabroso y contemplativo

de tu insondable Palabra

que eres Tú mismo, Jesús.

 

Haz que siempre tenga más hambre

y más sed de Ti y de tus misterios.

 

Otórgame la vida escondida de tu Palabra,

y derrama tu Espíritu

para que pueda interpretarla,

gustarla, experimentarla, reflexionarla, testimoniarla y comunicarla.

 

Infunde, interiormente, la luz de tu luz

para que me deje enseñar

continuamente por la inconfundible suavidad de tu voz.

 

Amén.

 

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