Escrito por P. Eduardo Casas
El Evangelio de Juan, presenta a la multitud que sigue
a Jesús después del milagro de la multiplicación de los panes. En esta ocasión,
el Señor aclara que no lo buscan a Él, sino a lo que Él da: “ustedes me
buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse” (6,
26).
Jesús no quiere ser buscado interesadamente, como proveedor
de recursos y como satisfacción inmediata a las necesidades más básicas. No
quiere que lo sigan como a un hacedor de signos extraordinarios y milagros.
Les dice a sus interlocutores que tienen que trabajar para
conseguir el pan. No sólo trabajar por el pan perecedero, sino que también
trabajar “por el pan que permanece hasta la Vida eterna” (6,27). Hay
que ocuparse de conseguir, tanto el pan de cada día, como el pan espiritual,
aquello que alimenta interiormente, ya que “no sólo de pan vive el
hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
Así como alimentamos el cuerpo, también hay que alimentar y
nutrir el espíritu; y así como se trabaja para conseguir el sustento diario; de
igual manera, hay que comprometerse espiritualmente porque la vida interior y
el crecimiento en la fe son un verdadero trabajo. No se consiguen sin esfuerzo
denodado, sin aplicación vigilante, sin tiempo invertido y sin cuidado
responsable.
El que no trabaja en su vida espiritual no la nutre, ni
alimenta. Así como mantenemos la vida física mediante el alimento, varias veces
al día; de igual manera, sucede con la vida interior. requiere de un alimento y
de un sostenimiento continuos.
En la vida interior, además, nunca es posible reemplazar
nuestro trabajo personal. Así como hay quienes físicamente entrenan
diariamente, por razones deportivas, estéticas o de salud…
Como Jesús habla a sus oyentes de trabajo, ellos preguntan
qué deben hacer. El Señor les aclara que el principal trabajo es creer. ¡Vaya
si no es trabajo creer, especialmente en los tiempos actuales! La fe, no es
sólo un don de Dios, sino también un trabajo, un oficio, un compromiso, una
tarea, una labor, una responsabilidad y una conquista.
Debemos cuidar de no caer en esta actitud: la necesidad de
corroborar la fe con demostraciones que le exigimos a Dios para creer. La fe
debe ser incondicional. No debe haber requisitos para creer. No hay que pedir
signos que nos de seguridad en el actuar de Dios. Hay que creer sin apoyarse en
nada, ni en nadie. Sólo Basta Dios y su Palabra.
El Señor, por su lado, les aclara que no fue Moisés el que
les dio el pan en el desierto, sino Dios, su Padre. Además, les revela que
ahora tienen otro pan del cielo que da vida. Es, entonces, cuando piden a Jesús
de ese pan. Seguramente no entendían demasiado y es probable que pensarán en
otro pan material o, a lo sumo, en un nuevo maná. El Señor, por consiguiente,
les aclara diciendo: “Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí jamás
tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed” (6,35).
Jesús, con esta revelación, todavía no está hablando
propiamente de la Eucaristía. Menciona ciertamente un pan, aunque no dice aún
que ese pan sea su carne, como lo dirá más adelante. Ahora
está hablando de un “pan” que es para el hambre y la sed
interior del ser humano.
Oración:
Señor Jesús, Tú te has revelado como Pan de vida.
Pan para el hambre y la sed interior.
Alimento que instruye en la verdad
y me permite ser enseñado por Dios y por su Palabra
como aprendiz de tu divina revelación.
Dame hambre y sed de tu sabiduría,
verdadero pan que alimenta el espíritu,
la inteligencia y el corazón.
Concédeme el conocimiento sabroso y contemplativo
de tu insondable Palabra
que eres Tú mismo, Jesús.
Haz que siempre tenga más hambre
y más sed de Ti y de tus misterios.
Otórgame la vida escondida de tu Palabra,
y derrama tu Espíritu
para que pueda interpretarla,
gustarla, experimentarla, reflexionarla, testimoniarla y
comunicarla.
Infunde, interiormente, la luz de tu luz
para que me deje enseñar
continuamente por la inconfundible suavidad de tu voz.
Amén.
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