Escrito por Dominic Milroy, OSB. monje benedictino de la Abadía de Ampleforth
Los otros días viajaba en el subterráneo. Había gran cantidad de gente que iba y venía en el pesado e impersonal silencio típico de los viajes en una ciudad. Cada uno evitaba las miradas de los otros. Por casualidad, en la primera parada, advertí que subía una familia con dos niños al final del vagón. Evidentemente los niños eran mellizos y tenían alrededor de ocho o nueve años. La familia era negra, elegante y bien vestida. Cada niño tenía un globo, uno rojo y el otro azul. Eran globos caros, sujetos a varillas de madera con botones dorados. Los niños estaban contentos con sus globos y jugaban juntos.
En la segunda parada subió un hombre, cerca de mí, con su hija, una niña rubia de seis o siete años. La pequeña tenía capacidades diferentes, parecía atemorizada y lloraba con esa tristeza infinita propia de su condición.
Miré nuevamente a los dos niños con sus globos. El que tenía el globo rojo oyó a la pequeña y estaba tratando de verla a través de la multitud. La miró con curiosidad pero también con creciente simpatía. Le echó una ojeada a su globo. De repente lo tomó y se dirigió hacia la niñita, lo que no era fácil en el tren repleto. Cuando la alcanzó le dijo: “Hola, estos es para ti, adiós” y le dio su globo. Mientras el niño volvía a su familia y abandonaba el tren, ella comenzó a reír ruidosamente y a mostrar su globo a cada uno en el vagón.
He aquí una historia humana realmente hermosa, pero es también mucho más; para la niñita fue un momento de “Navidad total” que le fue dada por un pequeño salvador; para él la experiencia de un gesto que inesperadamente, lo llevó a una plena madurez humana. Pero para mí fue sobre todo una pequeña teofanía, una elocuente manifestación del Espíritu de Dios. A menudo pensamos que una teofanía debe ser un acontecimiento solemne, recordamos a Moisés en el Monte Horeb o en el Sinaí. Pero la Palabra de Dios nos invita continuamente a ver que Dios se revela a sí mismo sobre todo a través de gestos y pequeños acontecimientos.
En la historia del subte, ¿Cómo estaba presente el Espíritu Santo? ¿Cómo debemos interpretar la parábola? En primer lugar está el misterio de la luz: “Que haya luz… (Gn1,3). Nuestra luz creada es siempre un eco, una imagen de la infinita luz de Dios. En esta infinita luz, Dios mira a Dios a través del espacio infinito de la Trinidad: en nuestra pequeña luz, o la luz del sol o la pálida luz del subterráneo, también nosotros tenemos que aprender a ver al otro. Nuestra mirada es siempre un eco de la mirada divina. “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien (Gn.1, 31). En el subterráneo yo miré al niño, el niño miró a la niñita, la niñita miró el globo. Esta cadena de miradas es el eco de la mirada divina, este movimiento espontáneo hacia otro es siempre una acción del Espíritu Santo. Este acto de observación inteligente y compasiva es la acción principal a la que Jesús nos invita en sus discursos: “Vean los lirios de campo, como crecen (Mt.6, 28).
Volvamos una vez más a las miradas en el subterráneo. La mirada del niño era la mirada de Cristo y éste fue el primer gesto de suprema belleza. El gesto hubiera sido hermoso aunque él le hubiera ofrecido el globo a su madre, por ejemplo. Pero en realidad se lo dio a una niñita que era una desconocida. El niño capta, por puro instinto humano, la más noble expresión esencial del mismo Jesús. Esta es la acción de Espíritu Santo en el mundo…
Esta es una típica inversión de Dios, quién en la historia de Salvación elige al inferior, al más joven, al más pobre, para revelar su presencia.
La historia es también una historia de sanación, de la transformación de la desdicha en alegría, de lágrimas en risa. La niñita es la imagen de la condición humana, sus lágrimas son lágrimas de soledad, de miedo, de todas las experiencias que hacen a la vida humana tan vulnerable a la miseria. Su risa es el resultado de un puro don, y su explosión de alegría fue provocada por Dios y se extendió a lo largo del vagón; en ese momento ella se convirtió en evangelizadora, en una portadora de buenas nuevas…El Espíritu sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va. Así es todo el que nace del Espíritu(Jn.3,8).El viento suave que sopló en el subterráneo aquel día no es otra cosa que la libre acción del Espíritu Santo, revelado así, a través de pequeños gestos, la misteriosa grandeza de la presencia divina. Cuando sopla el Espíritu Santo, el subterráneo se transforma en una Catedral. Mi pequeña historia es una entre billones. El Espíritu Santo continúa trabando silenciosamente en el corazón del mundo…
Cuadernos Monásticos- 161
peoz
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