Escrito por Dolores Aleixandre -RSCJ-
El
desierto de las tentaciones
Para
entender mejor el texto de las tentaciones, necesitamos leer lo que le precede y lo que le sigue:
Su
contexto inmediatamente anterior es el del bautismo de Jesús en el Jordán:
Jesús, una vez
bautizado, salió en seguida del agua. En esto se abrió el cielo y vio al
Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre él. Se oyó una voz del
cielo: -Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto.
(Mt 3,16-17)
En esta escena del bautismo, Jesús escucha la voz del Padre. Se trata del
principal momento teofánico de su vida,
junto con la transfiguración. Mateo se sirve de ellos para proclamar que la
identidad de Jesús consiste en ser el Hijo amado del Padre. Esa es su identidad
y en ella se le revela que su "código genético" consiste en ser el
Hijo, el amado, el predilecto del Padre, el objeto de su complacencia. Y
podemos entender su marcha al desierto movido por el Espíritu, como una necesidad imperiosa de
"procesar" en el silencio y en la soledad esa revelación, de hacer
sitio en su interioridad al
deslumbramiento y al asombro. El significado del desierto no es
prioritariamente el penitencial. "La llevaré al desierto y le hablaré al
corazón" había dicho Oseas (2,16), convirtiendo el desierto en un lugar
privilegiado de encuentro personal y de escucha de la Palabra.
Jesús es conducido a él para acoger la
Palabra escuchada en su corazón en el momento de su bautismo. Hablando desde
nuestra psicología, podríamos decir que necesitaba tiempo para asentar en los
cimientos de su ser una Palabra que le des-centraba para siempre de sí mismo y
le situaba a la sombra de la ternura incondicional de Alguien mayor.
En
la escena de las tentaciones vemos a Jesús reaccionando lo mismo que a lo largo
de toda su vida: aferrado y adherido
afectivamente a lo que va descubriendo como el querer de su Padre: la vida
abundante de los que ha venido a buscar y salvar. No ha venido a preocuparse de
su propio pan, sino de preparar una mesa en la que todos puedan sentarse a
comer. No ha venido a que le lleven en brazos los ángeles, a acaparar fama y
"hacerse un nombre", sino a dar a conocer el nombre del Padre y a
llevar sobre sus hombros a los perdidos, como lleva un pastor a la oveja
extraviada. No ha venido a poseer, a dominar o a ser el centro, sino a servir y
dar la vida.
Lo
que "salva" a Jesús de caer en los engaños del tentador es su estar referido al
Padre y a su Palabra, y desde ese Centro recibirá el impulso de abandonar del
desierto, y se dejará llevar por la
corriente de aproximación de Dios comenzada en la encarnación. A partir de ese
momento, lo veremos caminando por Galilea, entrando en relación, anunciando el Reino, creando comunidad, buscando colaboradores,
acercándose a la gente, contactando, entrando en casas, acogiendo, curando,
enseñando...
Sabernos invitados
Giro
y vuelta, parece proponernos el evangelio de este domingo: Den un salto fuera
del espacio estrecho y asfixiante de lo que los atrae como el remolino de un
sumidero, y sólo les permite girar en círculo, repitiendo siempre las mismas
ideas, las mismas preocupaciones, las mismas imágenes sobre ustedes y sobre
Dios.
Escapen de ese falso centro que les promete la posesión de las cosas, reíanse de su propensión a trepar a los “aleros del templo” para atraer desde allí admiración
o buena opinión de la gente, porque casi nadie levanta la mirada hacia arriba y
prefiere mirar las vidrieras o la TV...
No se empeñenen plantar la banderita de su nombre en la cima de algún
monte, ni se fatiguen aparentando parecer lo que no son. Dejen que Jesús, el archegós, el iniciador de su fe, los conduzca hacia el
Dios a quien él conoció en el desierto:
un Dios que no exige de ustedes proezas ni gestos espectaculares, sino solamente tu confianza y agradecimiento.
Un Dios que les dirige su
Palabra no para imponer obligaciones o para denunciar sus pecados, sino para alimentarlos y hacerlos
crecer.
Un Dios al que no encontraran en los lugares de prepotencia o de la
posesión, sino en los de la pobreza y la exclusión...
MOMENTO CONTEMPLATIVO:
Te invito a que termines rezando este texto escrito por Maria Concepción Lopez -PDDM-
Cuarenta días y
cuarenta noches,
para acercarme más
a menudo a tu silencio.
Cuarenta días y
cuarenta noches,
para postrarme ante
Ti y escuchar tu Palabra todos los días.
Cuarenta días y
cuarenta noches,
para sentir hambre
y sed de Ti, de transformación y de liberación.
Cuarenta días y
cuarenta noches,
para darme cuenta
de todo cuanto me esclaviza.
Cuarenta días y
cuarenta noches,
para dar un paso
significativo de conversión a Tu voluntad.
Cuarenta días y
cuarenta noches,
para aprender a ser
pobre, a vivir desde el “no-tener” y el “no-poder”.
Cuarenta días y
cuarenta noches,
para aprender a
vivir de un modo más simple y a reír como un niño.
Cuarenta días y
cuarenta noches,
para asimilar la
buena noticia de que soy un hijo amado del Padre.
Cuarenta días y
cuarenta noches,
para disponer el
corazón a celebrar,
cuando nos llegue
la Luz de la Pascua,
que no somos un
caso perdido
y que la Vida, el Perdón
y el Amor del Padre
siempre triunfan sobre el pecado y sobre la muerte.
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