Escrito por Eduardo Casas
Te invito que evoques a aquellos que con su afecto entretejieron las fibras de tu alma.
Que recuerdes a todos los que están y a los que se han ido, aunque siempre permanecen:
Los amigos del tiempo y los de la eternidad.
Los que te hablan de Dios y los que te hablan a tu corazón.
Los que tienen tiempo y les sobra vida.
Los que han transitado tus caminos y te han acompañado, desde cerca o desde lejos. Los que te dejan ser vos mismo y no te cambian.
Supliquemos por los que han llorado con tus lágrimas y las han hecho su mar.
Por los que han reído con tu risa y la han hecho su música y su canción.
Por los que han tejido las fibras de su alma con tus venas y tu sangre.
Por los que se han tatuado el corazón con tu nombre.
Por los que te bendicen siempre.
Por los que nunca te olvidan.
Por todos aquellos que sentido tu dolor y lo han acariciado en silencio.
Por aquellos que esperan regalarte siempre el sol que los alumbra.
Por los que nunca te dejan, a pesar de vos mismo.
Por los que curan tus heridas con miradas que alivian.
Por los que toman un rato tu carga y te hacen descansar.
Por los que te llevan en su interior cuando se acurrucan en Dios, pronunciando tu nombre.
Por los que sostienen con las fuerzas invisibles de las cadenas del espíritu
que no se quiebran, ni se herrumbran, ni se rompen.
Por todos los que han hecho tu vida parte de sus vidas.
Por los que te abrazan con las alas del alma.
Por todos,
todos los que te aman
y te hacen comprender así un poco más cómo es el amor con que te ama Dios.
Eduardo Casas
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