Después de la crucifixión de Jesús, los Discípulos fijaron su entendimiento, su afecto y su visión en el pasado. Lo del Señor empezaba a ser una simple nostalgia. Pero Jesús los alcanzó en sus caminos, en sus idas y venidas, haciendo que resonara de nuevo en ellos la fuerza misteriosa de aquella palabra que levanta de la muerte.
Cuántas veces nos ha invadido la tristeza, la nostalgia o la desconfianza.
- Cuánto desasosiego por el futuro incierto de una vida diferente, anhelada, buscada, cultivada.
- Cuántas apuestas se impacientan por las esperas agobiantes de unos cambios que demoran en llegar.
- Cuánta energía invertida para que aparezca una luz que nos saque definitivamente de las tinieblas.
Aquella tarde entristecida de Emaús, Jesús se puso a caminar al lado de los Discípulos y, aunque ellos no lo reconocieron de entrada, comenzó a abrirse poco a poco en su interior una luz que comenzó a disipar nostalgias, espantar miedos y a erradicar desesperanzas.
Jesús entró con los Discípulos a una casa del camino y compartió con ellos el pan.
De inmediato se reavivaron los sueños,
aparecieron los afectos,
desapareció la duda,
se limpió el pasado y terminó por abrir su entendimiento.
Ellos sintieron que su corazón ardía con el ardor propio que nos pone de frente a la verdad.
Qué misterio tiene la vida querida, amada, defendida, cuidada, que, cuando todo parece apagarse, brota de sus mismas cenizas una fuerza que nos lanza. Y es que el camino de ida y vuelta, de idas y venidas, sin claudicar, aunque parezca extraño, provoca el paso simétrico de la incertidumbre a la fe iluminada por la esperanza.
Que nos atrevamos a dejarnos alcanzar por Jesús resucitado, para que su amistad y compañía en una misma mesa compartida, libere nuestra generosidad y encienda fuego en el alma.
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Para terminar con un momento de oración te dejo esta canción de Salome Arricibita:
Para escuchar hacer clik en el siguiente enlace:
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