Escrito por Clemente Sobrado
Cada niño que nace, trae consigo un gran interrogante:
¿Qué será?
Una misión.
El nacimiento de Juan era todo un misterio de la “misericordia de Dios”.
Pero el nacimiento de Juan era todo un misterio de la “misión que Dios tenía para él”.
No sería “sacerdote” como su padre.
Sería el “mensajero” que prepara caminos.
No sería el “hombre del templo” y “del culto”
Sería el “hombre del desierto” y “del anuncio”.
No sería el “hombre que recuerda el pasado”.
Sería el “hombre que anuncia la proximidad de lo nuevo”.
No será el “hombre que anuncia la esperanza”.
Sería el “hombre que anuncia que la esperanza ya es realidad”.
No sería el “hombre de la Ley”.
Sería el “hombre que abre caminos donde no hay caminos”.
El nacimiento de Juan el Bautista:
Es la primera ruptura con el pasado.
Ya no se llamará Zacarías, porque no será como su padre.
Se llamará Juan porque anunciará lo nuevo que está allí mismo a su lado en el vientre virginal de María.
El misterio de lo nuevo en un vientre que lleva dentro la “novedad”.
El misterio de lo nuevo que acaba salir de un vientre que llevaba el “anuncio”.
Todo nacimiento es un misterio.
Por eso, cada uno somos fruto del misterio de la misericordia de Dios.
Y todos somos el misterio del anuncio de lo nuevo.
No somos repetición de nadie.
Somos únicos.
Y somos preparadores de los caminos de Dios.
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