Escrito por Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-
"Las primeras comunidades cristianas necesitan entender la parábola de la cizaña en el campo. Jesús les había contado la historia de un sembrador generoso que sin tener en cuenta la calidad del terreno echaba su semilla con esplendidez y confiaba en que en alguna tierra daría su fruto. Era la semilla la que hacía buena a la tierra pero junto a ella eran sembradas a la vez otras semillas dañinas…
Así pasa también en las tierras del corazón, encontramos trigo y cizaña y por más que queramos arrancar esta última sabemos que tenemos que contar con ella hasta el final. Más adentro de nuestros terrenos pedregosos, y de esa cizaña que se mezcla con el trigo, hay una vida creciendo en nosotros. Una vida que tiene su propio ritmo, sus modos y que alcanza fecundidades que no podemos ni imaginar: los comienzos son mínimos y los finales inesperados.
Jesús nos invita a escuchar algo que es difícil para nuestros oídos: que la justicia se abrirá camino, aún en las situaciones que creemos más perdidas, y que no se trata de arrancar la cizaña en nosotros y en los demás sino de abrazarla, de cubrirla con un amor tan gratuito que la deje desarmada de su aguijón. No hay buenos ni malos en esta historia aunque así lo parezca, hay seres humanos con su fragilidad y sus posibilidades invitados a cuidar su trigo y el de otros y a no desesperar; a dejar que sea el Sembrador el que al final nos revele el otro lado de aquello que aún no alcanzamos a comprender".
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