Lucas 1,26-38
Necesitamos aprender a descalzarnos ante la tierra de nuestra vida, que es sagrada, porque en ella habita una Presencia mayor. Situarnos con reverencia ante la vida significa reconocer a un Creador, un Señor, un Dueño. No nos damos la vida a nosotras mismas, la recibimos de Otro. Reconocer que todo es don y que lo que realmente importa en la vida solo podemos esperarlo y acogerlo.
Recuperar el sentido de ser criatura, la humilde aceptación de nuestra creaturidad al mismo tiempo frágil y llena de posibilidades porque nos abre al Origen de la Vida, al Dios creador, amigo de la vida (Sab 11,26), que llevamos en el interior y que sigue apostando por la nuestra.
María de Nazaret, está en casa cuando se deja sorprender, cuando va a recibir una mirada nueva y un sentido nuevo de lo que su vida había sido, y deja que Dios la recree entera, la bendiga hasta el fondo.
Criatura amada, capaz de amar
Nuestra verdad fundamental no es solo nuestra condición de criaturas, sino que esa criatura es infinitamente amada. Pensamos que necesitamos ser buenas para que Dios y los otros nos quieran, y nos cuesta aceptar que Dios no nos ama porque seamos buenas/buenos, sino que nos ama por el hecho de habernos regalado la existencia. Su amor precede mi vida y mis pasos, está al principio, en medio y al final del camino: esta fue la experiencia de María. Vamos a abrirnos a cómo lo hizo Dios en ella. Contemplar esto es fuente de enorme esperanza, porque fue en proceso, poco a poco, viniendo. Hubo un tiempo, un espacio y un modo de preparar su venida que muestran a Dios dispuesto a regalarse y a sorprendernos…
Sabemos que Dios necesitó el permiso de María para hacerse concreto en Jesús. Desde entonces toda mujer es buena. Toda mujer es potencialmente engendradora del amor de Dios en la tierra.
El «hágase» de María recoge el «hágase» de Dios en la creación. Con su Si, algo empezó a germinar en sus entrañas.
El «hágase» de María es generativo de procesos de vida. ¿Podría dar yo un «sí» a mi vida en este momento?; ¿podría pronunciar un «hágase» a la vida tal y como es?
Dicen que necesitamos tres síes más uno para crecer, para ser lo que somos: dos los recibimos, y los otros dos los damos.
El primero que recibimos, y a veces el último que descubrimos, es el sí primero de Dios a nuestra vida con todo, la afirmación honda que nos tiene en la existencia. En este sí de puro amor respiramos y somos.
El segundo es el de aquellos que nos tomaron en brazos al nacer, nuestros primeros cuidadores: nos alimentaron, nos protegieron, nos acompañaron con lo mejor de ellos y también con sus heridas. Su sí nos ha permitido crecer y ocupar nuestro lugar único en el mundo.
El tercer sí lo damos. Este a veces nos cuesta más. Es el sí que nos ofrecemos a nosotros mismos, la asunción de la propia vida en su espesor, en su ambigüedad, con los avatares de su historia, y también con toda su belleza y sus posibilidades aún por estrenar.
El cuarto sí es el que nos hace más parecidas a Dios. Es el sí que entregamos a los otros para afirmar sus vidas también con todo, sin dejar nada fuera, una afirmación que sana y que potencia. Es el sí que Isabel dio a María cuando esta fue a visitarla. Está hecho de reconocimiento, de respeto y de alegría por el trabajo secreto de Dios en cada uno: «Dichosa tú, dichoso tú».
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