Con
motivo de la fiesta principal de la Pascua, se daban cita en
Jerusalén muchos judíos que venían de cerca y de lejos. Era frecuente encontrar
en esas fechas a gente que, sin haber profesado la fe hebrea, tenían una
actitud abierta. Un grupo de esos simpatizantes gentiles no judíos, se
encuentran con Felipe y le hacen una petición que recoge la secreta demanda de
toda la humanidad: queremos ver a Jesús. No sabían bien quién era Él; acaso
habían oído cosas y sentían curiosidad.
Buscaban el Templo y se encontraron con
Jesús. A su manera iban a celebrar la Pascua judía, y se encontraron con otra
Pascua: la del Señor. El hecho es que aquellos hombres que sin ser judíos
acuden a Jerusalén, están abiertos a la respuesta adecuada a las preguntas de
su corazón: ¿y si esa respuesta era ese tal Jesús?: “Felipe, queremos ver a
Jesús”.
Felipe
ya había sido “embajador” de su Maestro. Al comienzo de su andadura, después
que él se hubo encontrado con Jesús, no pudo por menos que comunicarlo: “se
encuentra Jesús con Felipe y le dice: sígueme... Felipe se encuentra con
Natanael y le dice: ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los
profetas, lo hemos encontrado... ven y lo verás”.
El
Evangelio cambia de tono para intercalar un diálogo de Jesús premonitorio de su
propia Pascua. Él habla de la Hora. En el Evangelio de Juan, la Hora no es una
precisión temporal, no tiene que ver con la del reloj. La Hora dice la llegada
del momento oportuno, salvífico, como si fuese a entrar en la escena el
desenlace final con el que el drama llega a su momento más álgido. Jesús habla
de su Hora recurriendo a la metáfora del grano de trigo, que explica
plásticamente la paradoja de la vida cristiana: caer en tierra, morir, y cuando
aparentemente todo está perdido y arruinado, surge allí la vida, con una
fecundidad y fuerza inesperadas e inmerecidas. Es como un anticipo del propio
destino de Jesús: el mucho fruto, el ganar la vida para siempre, tiene un
insólito precio como es morir en tierra y dar la vida.
Estamos
en el 5º domingo de Cuaresma. Nosotros, después de este camino andado, nos
reconocemos en la pregunta de los gentiles: queremos ver a Jesús, atraídos por
Él, seducidos por su extremado amor. Estamos en la antesala de todo ese drama
de amor que recordaremos en la inminente Semana Santa. Y no sólo nosotros, sino
también tantos hombres y mujeres de nuestro mundo, desde sus búsquedas y
preguntas quieren ver a Jesús.
¿Seremos como Felipe, que desde la experiencia
del encuentro con el Señor podemos decirles: vengan y vean, yo los conduzco hasta Él?
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