Sucede con el reino de Dios lo que con la semilla que un
hombre echa en la tierra.
Duerma o vele, de noche o de día, la semilla
germina y crece, sin que él sepa cómo.
La tierra da fruto por sí misma:
primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga.
Y cuando
el fruto está a punto, en seguida mete la hoz, porque ha llegado la siega.
-Mc
4, 26-29-
Texto escrito por la hna Dolores Aleixandre -rscj-
Esta parábola suele ser conocida como la de "la semilla que crece por sí misma", pero mi propuesta es llamarla: el hombre que poseía la sabiduría de “no saber”, y acercarnos a este personaje como a un maestro de sabiduría y discernimiento.
Esta parábola suele ser conocida como la de "la semilla que crece por sí misma", pero mi propuesta es llamarla: el hombre que poseía la sabiduría de “no saber”, y acercarnos a este personaje como a un maestro de sabiduría y discernimiento.
"Miren a ese hombre, parece decir Jesús: actúa y decide intervenir justo en el
momento que le corresponde: "siembra" la semilla y, al final,
"mete la hoz" cuando llega el momento de la siega. Pero sabe que hay
un periodo de tiempo en el que a él no le toca hacer nada, sino que es la tierra la que "por sí misma" hace
que la semilla germine y crezca y dé
fruto. Y todo eso acontece mientras él "duerme y se levanta"
tranquilamente, sin empeñarse en dirigir unos ritmos que escapan a su
control". Es la convicción del
orante del Salmo 127,2: Es inútil que madruguen, que retrasen el descanso, que coman un pan de fatigas:
Dios lo da a sus amigos mientras duermen.
Imaginemos a aquel hombre, sentado junto al lindero de su
campo en el que aún no aparece ni una
brizna de hierba. Para los demás, aquel
campo está vacío, pero él está ya contemplando las mieses ondeando en él. No es
un iluso: la apariencia da la razón a los que miran superficialmente, pero la realidad se la da a él que ha sembrado ese campo y
confía en el dinamismo oculto de las semillas. ¿No es una preciosa parábola de
lo que es la pura fe? También Noé, tierra adentro, se puso a construir un arca,
quizá ante la burla de sus vecinos: “¡Estás loco, Noé! ¿No ves que nunca habrá
aquí agua para que flote tu arca?” Pero él actuaba apoyado en la fuerza de la
palabra que anunciaba un diluvio, lo mismo que los discípulos confiarán en la palabra
de Jesús y echarán la red para pescar, más allá de toda evidencia ( Lc 5,5).
Vamos a detenernos en una frase central en la parábola: todo
acontece “sin que él sepa cómo”. Hay una
larga tradición bíblica referida al “no saber”, como si desde los orígenes los
hombres y mujeres más lúcidos nos pusieran alerta ante los peligros que se
encierran en la ambición humana de hacer del “saber” un instrumento de dominio
y control.
En los relatos de
creación, es precisamente la avidez por
probar el fruto del “árbol del conocimiento” lo que provoca la pérdida del
jardín (Gn 3,6); cuando Moisés pide conocer el nombre de Dios (Ex 3,13) recibe
una respuesta negativa y sólo lo encontrará cuando entre en una nube (Ex
34,2.5), que permite oír pero no ver, símbolo elocuente de la imposibilidad de
apoderarse a través de la vista de un Dios a quien sólo se puede escuchar y
acoger.
Las primeras palabras que pronuncia María en la escena de la
anunciación se inscriben en esa esfera
del “no saber”: “No conozco varón”, dice ella y, parafraseando una frase de San Ireneo podríamos decir: “Lo atado por el “querer
saber” de Eva fue desatado por el “no saber” de María”. Jesús afirma desconocer
el tiempo señalado por el Padre (Mc 13,32) y recordará a Nicodemo: “El viento sopla
donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va” (Jn
3,32). La Primera Carta de Pedro vuelve a insistir sobre esta “vía negativa”: “Todavía no lo han visto, pero lo aman; sin
verlo creen en él, y se alegrarán con un
gozo inefable y radiante” (1Pe 1,8)…
No lo estaba el hombre de la parábola, atento para saber
cuándo llegaba la sazón del fruto para meter la hoz. Poseía la difícil
sabiduría del ritmo entre actividad y quietud , la sabiduría que hacía decir a
Edith Stein: “Hay un estado de descanso
en Dios, de total suspensión de toda actividad del espíritu, en el que no se pueden concebir planes, ni
tomar decisiones, ni aun llevar nada a cabo, sino que, haciendo del porvenir
asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino (…) El descanso en Dios es un sentimiento de
íntima seguridad, de liberación de todo lo que la acción entraña de doloroso,
de obligación y de responsabilidad. Cuando me abandono a este sentimiento me
invade una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y, sin ninguna
presión por parte de mi voluntad, a impulsarme hacia nuevas realizaciones. Este
exceso vital me parece ascender de una Actividad y de una Fuerza que no me
pertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí. La única suposición previa
necesaria para un tal renacimiento espiritual parece ser esta capacidad pasiva
de recepción que está en el fondo de la estructura de la persona”.
El protagonista de esta parábola vivía en contacto con esa
“capacidad pasiva de recepción”…
Abandonarse, descansar en Dios; solo estas palabras me hacen sentir tranquila. Muchas gracias !
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