Llama la atención la palabra
que se utilizaba en tiempos de Jesús para expresar “lo que contamina” o “lo
impuro”. Los judíos utilizaban la palabra “común” (koinos), en el sentido de lo
ordinario, lo que no está “consagrado”, lo profano.
Es significativo porque da la
sensación de que hasta en el lenguaje la pureza se les fue volviendo “ritual”,
hasta el punto de transformarse en algo “especial”, separado de la vida común y
corriente.
Y Jesús va por el lado contrario;
Jesús apunta a santificar la vida cotidiana, apunta a hacer santo lo de todos
los días, a que podamos “adorar al Padre en cualquier lugar en espíritu y en
verdad”.
Por eso el Señor se preocupa en
ayudarnos a discernir esta tendencia a querer “justificarnos” desde el exterior
(o a creer que lo que contamina es lo de afuera).
El Señor centra la pureza en un
amor sincero al bien que se traduce en obras buenas. Es decir: en una amor de
corazón y con obras.
La lista de pecados que Jesús enumera es
fuerte. Los fariseos plantean una discusión en torno a algo inofensivo, si se
quiere, como es la cuestión de comer el pan sin lavarse las manos y Jesús saca
a la luz una lista de pecados gravísimos que parten de los razonamientos
torcidos y terminan en la locura.
Jesús propone un amor al bien que
nazca del corazón. Y habla de una lucha sin cuartel a favor del bien y en
contra del mal en todas las dimensiones de la vida. Hurtado decía: donde haya
un hueco en tu vida, llénalo de amor.
Hoy en día muchos se burlan de lo
escrupulosos que eran los fariseos –todos esos lavados de manos y
prescripciones para la comida y el trato social-, y sin embargo, en nuestra
época se repiten las mismas actitudes con distinto ropaje.
Hablar de pureza es hablar de
aquello con lo que uno se justifica.
Hablar de pureza es hablar de
coherencia, de buena intención, de honradez, de ser justo… Todas cosas que uno
busca y reclama para sí.
Por eso puede ayudar hacernos la
pregunta Y yo, ¿desde dónde me justifico?...
........
Lo que hace Jesús es centrarnos
en el bien –que siempre se concreta en algún gesto y en alguna obra con nuestro
prójimo aquí y ahora. Y si me animo a confesar que es de adentro mío, del mi
corazón , que salen los razonamientos retorcidos, también me animaré a ver que
de allí brota la fe y sus razonamientos correctos; y me consolaré sintiendo que
mi corazón puede ser fuente de pureza, de generosidad, de cuidado de la vida,
de fidelidad, de compartir, de ser bueno y sincero, decente; agradeceré que por
la gracia del Espíritu mi corazón puede ser fuente de aliento para los demás de
quienes es lindo considerarme servidor, con humildad y sensatez.
Animarse a asumir el mal, cada
uno en la medida en que siente que participa de él con sus pecados, animarse a
confesarlo y tratar de reparar no es un camino fácil. Lo lindo que tiene es que
al mismo tiempo se interioriza el bien y uno se libera de esperar a que venga
de fuera porque lo ama en su corazón. Y este amor tiene su recompensa en sí
mismo.
La frase del P. Hurtado, fácil de
practicar en todo momento, va en este sentido: Cuando haya un huequito en tu
vida, llénalo con algún gesto de amor –de alabanza a Dios o de servicio al
prójimo-.
Confesar los pecados es algo parecido a “crear ese hueco”, es quedar vacío (en vez de estar lleno como un sepulcro blanqueado). Ese hueco bueno –ese vacío de auto-justificación- atrae irresistiblemente al Espíritu, que nos plenifica y nos llena de amor al Bien.
Confesar los pecados es algo parecido a “crear ese hueco”, es quedar vacío (en vez de estar lleno como un sepulcro blanqueado). Ese hueco bueno –ese vacío de auto-justificación- atrae irresistiblemente al Espíritu, que nos plenifica y nos llena de amor al Bien.
Cuantas ganas de luchar por ser mejor, cuanto miedo a los miedos ya vividos y sufridos en el mundo...Cuanta necesidad de esa fuerza que nos ayude a tener, como decía Santa Teresa de Jesús: "Una determinada determinación"...Cuanta necesidad de vaciarnos para que los huecos puedas ser llenados de lo que hoy me pides Señor...Tu sabes que te amo...
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