"Cuídense de la avidez en cualquiera de sus formas… Esa es la Palabra del Señor para esta semana.
La avidez de novedades, decía un filósofo, es el mal de nuestro tiempo. En la época de Epulón, construir graneros para guardar grano era todo un proyecto. Hoy la avidez se alimenta virtualmente y es más fácil “sentir que uno acumula y tiene”.
Pero el asunto son los ojos. Porque la avaricia no es gula, la avaricia es un hambre de los ojos: la avidez de los ojos, la llama Juan, y la distingue de la avidez de la carne (1 Jn, 2, 16).
La avidez de la carne tiene su límite en la carne misma. La avidez de los ojos es espiritual y por eso es ilimitada. En este sentido es “de cuidado”. El ojo no se cansa de ver y de investigar. Por eso esta avidez de los ojos, si se transforma en avaricia y en atesorar para sí y para los ojos de los demás, va contra la contemplación.
La contemplación es una avidez virtuosa, no cansarse de contemplar el rostro de Cristo, los detalles de su evangelio, los ojos de la gente buena, la cara de los pobres, los ojos de los niños que interrogan y se abren, con avidez mansa, a la belleza de la creación, o que preguntan silenciosamente “qué es esto que me está pasando. No me ves que sufro…”.
El Papa preguntaba ayer a los jóvenes –hacía esta pregunta que todos nos hacemos-: “¿Dónde está Dios?
- ¿Dónde está Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio?
- ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras?
- ¿Dónde está Dios, cuando enfermedades terribles rompen los lazos de la vida y el afecto?
- ¿O cuando los niños son explotados, humillados, y también sufren graves patologías?
- ¿Dónde está Dios, ante la inquietud de los que dudan y de los que tienen el alma afligida?”
Y agregaba, en un discurso cuyo tono era de grave serenidad:
“Hay preguntas para las cuales no hay respuesta humana. Sólo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a él.
Y la respuesta de Jesús es esta: «Dios está en ellos»”.
Dios está en ellos.
La avidez sólo se sacia contemplando el rostro de Dios. Y ese rostro sólo se vuelve visible en el rostro de los que sufren y en el rostro de los inocentes, de los niños, de los santos, de la gente buena.
Sólo se hace visible Jesús en el rostro de los otros cuando nos ponemos en camino y vamos a servirlos. No hay contemplación posible fuera de esta acción. No hay televisor ni internet que te haga ver de verdad el rostro de los pobres. Sin embargo, algo se puede ver, si uno mira con entrañas de compasión.
La campaña de Médicos sin fronteras decía así: “Yo no veo un refugiado. Veo una niña que sufre. Y vos, qué ves?
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