jueves, 14 de julio de 2016

CONSTRUYENDO HOSPITALIDAD...Marta lo recibió en su casa...

Texto de Miguel González Martín 
-Cuadernos CJ , el N° 196:  “De la Hostilidad a la Hospitalidad”.

La hospitalidad captura nuestra imaginación

Algo tiene la hospitalidad, que captura nuestro ánimo. Se trata, sin duda, de un concepto cargado de connotaciones y significados; nos evoca y nos convoca; resuena en nuestro corazón y nos encamina a la acción. Quizá en esto radique su poderosa cara  atractiva: la aparente sencillez del gesto de acogida que encarna, desata dinamismos personales, relacionales y políticos de largo recorrido.

La hospitalidad  es abrir las puertas de nuestra casa.                                                                     
Tiene que ver con abrirse al extraño y hacerlo parte de nuestro mundo. Especialmente, cuando ese extraño es, además, vulnerable. Hospitalidad es hacer más amplio el “nosotros” que pronunciamos. Es la acogida de aquel diferente de mí. Pero no se trata de una acogida cualquiera: es una “buena acogida”. Seguro que tenemos la experiencia de saber y, sobre todo, sentir, si somos o no bienvenidos a un espacio. En la “buena acogida”, quien llega no es meramente tolerado, sino celebrado. No es solamente atendido, sino cuidado y agasajado. No encuentra solo alimento y cama, sino empatía y escucha. No hay asimetría en el encuentro, sino reciprocidad. Cuando parte, no vuelve todo a la “normalidad”, sino que algo ha cambiado en la identidad de ambas partes, la anfitriona y la hospedada.  Una cuestión martillea en el fondo de la conciencia: ¿quién acogió a quién

Hay algo hondamente humano que vibra al hablar de hospitalidad.

Ésta conecta con experiencias muy profundas del ser humano, en tanto especie y como individuos. Leonardo Boff[1]afirma que “la acogida saca a la luz la estructura básica del ser humano […] existimos porque, de alguna manera hemos sido acogidos”. Hemos sido acogidos por la Tierra, por la corriente de Vida, por la naturaleza, por nuestros padres, por la sociedad. La acogida, pues, nos constituye. La hospitalidad conecta con nuestra condición de seres dependientes, necesitados de cuidado y vulnerables. Quizá, antes que otra cosa, seamos eso. El filósofo vasco Daniel Innerarity señala que “frente a los ideales de una vida asegurada contra todo riesgo […] la idea de hospitalidad nos recuerda algo peculiar de nuestra condición: nuestra existencia quebradiza y frágil, necesitada y dependiente de cosas que no están a nuestra absoluta disposición, expuesta a la fortuna. Por eso, sufrimos penalidades, necesitamos de los otros, buscamos su reconocimiento, aprobación o amistad[2]”.

La hospitalidad presenta una naturaleza expansiva e inclusiva. Se va abriendo a diferentes esferas: nace en el ámbito personal, va madurando en el terreno comunitario y social, y alcanza su plenitud cuando fecunda las políticas públicas. García Roca lo expresa con claridad y belleza: “para ser ciudadanos se debe ejercer la vecindad, y para ser vecinos, se debe ejercer la hospitalidad[3]”.

Gestos de hospitalidad
                                                                                                                      
La acogida y la hospitalidad le entran al huésped por los sentidos. Hay una acogida que tiene que ver con el lenguaje que utilizamos para con quien llega. Hay también una acogida espacial, en el lugar. Hay una acogida en el corazón[4].

En cuanto al espacio, podemos entender la invitación a descalzarse como expresión de entrar en tu propia casa, incluso en un terreno sagrado. A ello, además, se le acompaña con el gesto de lavar los pies al invitado, acción que con Jesús adquirirá una profunda resonancia teológica. La unción con aceite al invitado es otra de las costumbres de acogida, y sirve no solo para suavizar la piel de quien llega, si no también para impregnar la estancia con un olor agradable.

Por último, la acogida en el corazón tiene que ver con la capacidad de escucha y de empatía con el huésped. Éste se siente en terreno emocionalmente seguro, no sometido a prejuicios ni juicios. Y la acogida en el corazón es recíproca, aporta horizontalidad. En el espacio de acogida se genera un clima de gratuidad, un diálogo sincero. La persona acogida trae temas y aires nuevos, perspectivas diferentes desde las que mirar la vida.
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[1] Leonardo Boff, Virtudes para otro mundo posible. (I) Hospitalidad: derecho y deber de todos, Sal Terrae, 2006, p. 82.
[2] Daniel Innerarity, Ética de la hospitalidad. Península, 2001, p. 38.
[3] J. García Roca, Reinvención de la exclusión en tiempos de crisis, Madrid, Cáritas Española/ Fundación FOESSA, 2012, p. 71.
[4] José Carlos Bermejo, “Hospitalidad para el corazón”, Revista Humanizar, Marzo/abril 2011.

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