Escrito por Alesandro Pronzatto
...Dios es la fuente y el fin de la vida. El creyente que
vive con él y por él, después de haber recibido de él el don de la existencia,
es arrancado al dominio de la muerte.
Jesús coloca la imagen de un Dios que
disputa victoriosamente a la muerte el tesoro que le es más querido: el hombre.
San Pablo, entra en la misma
perspectiva cuando reafirma solemnemente que «el Señor es fiel» y que «Dios,
nuestro Padre... nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y
una gran esperanza».
Pero esta esperanza no puede acunarnos y hacernos dormir en
la ilusión y en la pereza.
Estar destinados a la vida eterna significa, principalmente,
estar muy vivos en el presente. En efecto, el futuro inmortal de gloria se
siembra echando en el terreno fecundo del hoy los gérmenes de «toda clase de
palabras y de obras buenas».
Estar encaminados hacia una meta significa ante todo...
caminar. Y la brújula que asegura la orientación ha sido puesta por Dios mismo
en el corazón de los creyentes y traza dos líneas esenciales: «El amor de Dios»
y «la paciencia de Cristo».
El amor de Dios impide que nos perdamos a lo largo del
camino. La paciencia de Cristo representa un antídoto contra el cansancio. Esto
predicaba Pablo a los cristianos de Tesalónica.
...Esto es, a nosotros.
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