Escrito por Eloi Leclerc
"Lo que experimenta Jesús, en su Bautismo, es una cercanía de Dios maravillosa y verdaderamente inaudita.
Se ve sumido en el misterio de
Dios: un misterio de relaciones, en cuyo interior es saludado y reconocido como
un «tú» en la atmósfera de un «nosotros». En la intimidad y en la unidad de un
«nosotros». «Tú eres mi Hijo amado...»: estas palabras, que proporcionan a
Jesús la revelación plena y completa de su ser profundo, hacen que tome plena
conciencia, si es que aún era necesario, de su relación única con Dios.
Pero al mismo tiempo, Jesús
percibe claramente su misión. Se ve escogido por Dios para comunicar a los hombres esa revelación única que
él acaba de recibir y que les concierne también a ellos. Porque, aun cuando la Palabra
que ha escuchado le designa personalmente a él como «el Hijo amado», va más
allá de él. Dicha Palabra no penetra en él como un secreto que tenga que
guardar celosamente para sí, sino más bien como un alegre mensaje que, a través
de él, se dirige a todos los seres humanos. En esta proximidad única e insuperable
de Dios que él experimenta, está implícita la revelación del amor de Dios a los
hombres y la nueva cercanía de Dios a su pueblo.
En ese instante se le manifiesta
todo el designio divino. En Jesús, Dios se ha acercado al hombre de una manera inaudita;
se ha unido a la humanidad como nunca lo había hecho: radicalmente. Y por eso,
en adelante ya nada podrá separarla del amor del Padre. En el momento en que Jesús
experimenta en plenitud su filiación divina, se abre a la pasión amorosa de
Dios por el hombre y hace suyo el movimiento de Dios hacia el hombre, su
ternura, su «humanidad». Y su misión consistirá en revelar a los hombres la ternura de Dios…
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