Dios es un Misterio de silencio. Sólo podemos penetrar en él atraídos por su amor y alentados por el Espíritu Santo. Nos ha sido manifestado en Jesús el Señor. Contemplándole a Él podremos adquirir algo de la inteligencia de este gran Misterio que nos es familiar, y gustar algo más cómo Dios nos ama. Él nos adentrará, poco a poco, en el Misterio de la Trinidad Santa.
Contemplándole a Él le descubrimos en comunión de amor con su Padre;
cómo su Corazón estaba presidido, por ese amor; cómo se alimentaba de la
realización de su Voluntad; cómo llevaba a cabo, hasta cumplirlo plenamente, el
encargo recibido de su Padre.
También cómo Él mismo estaba lleno del Espíritu sin medida, que le guiaba y le movía a dar los pasos para realizar su misión hasta entregarse hasta el fin y derramar su mismo Espíritu sobre nosotros en la Cruz.
La revelación de este Dios Trinitario, Padre Hijo Y Espíritu, se muestra
en diversos pasajes del Evangelio: la Anunciación, el Bautismo, la
Transfiguración, la Cruz… El Dios Trinidad en quien habitamos, es nuestro
origen y el que nos aguarda al fin de nuestro camino.
Pero La Trinidad es también el Dios misericordioso que nos
acompaña y acompaña a todos los hombres en el paso por este lado de la vida. Y
en el que estamos insertados. Gustarlo, es nuestra paz en medio de todas las
luchas e incertidumbres.
«Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará,
y vendremos a él, y haremos morada en él.” (Jn. 12,23). Este texto nos remite a
la palabra preciosa del Apocalipsis 12,23 “Mira que estoy a la puerta y llamo;
si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y
él conmigo!”. Se nos invita a vivir y gustar la familiaridad con la Trinidad, a
vivir la certeza de su compañía y a sentir y hacer sentir su presencia
misericordiosa y su cuidado amoroso hasta el fin de los tiempos
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