domingo, 8 de noviembre de 2015

LA VIDA COMO OFRENDA...

Escrito por hna Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-

Hay una mujer que supo tocar con su gesto la vida de Jesús. Muy poco se nos dice de ella en el Evangelio; solo que mientras para muchos ojos pasa desapercibida, la mirada de Él la descubre y la ensalza...
 
"Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros,  porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" -Mc 12, 41-44-

No hay comentarios, ni prosigue la escena. Jesús lo ha dicho todo. Ha descubierto en aquella mujer una actitud esplendida: el comportamiento de alguien que lo espera todo de Dios. Nos encontramos ante una mujer sin nombre, no sabemos si joven o mayor, de quien sólo sabemos que era viuda, que ha vivido pérdidas. Y Jesús nos hace mirar la magnanimidad, la generosidad de esta mujer en medio de su pobreza y como se deja abrazar por la inseguridad.

las viudas, en el sistema socio-jurídico de entonces, eran las personas mas desprotegidas de Israel. Habiendo perdido al marido, que le daba protección y sustento, una viuda quedaba sin nadie que velara por ella. No tenía aval, no tenía seguro de vida. El gesto de la mujer es todo lo contrario de controlar y guardar lo que tiene. su atrevido gesto la deja abierta, vacía y disponible para recibirse de una vida mayor, para confiar en la bondad del Misterio. "miren los lirios del campo" -Mt 6,28-, dice Jesús. La mirada de Jesús nos devuelve a la maduración silenciosa de la naturaleza, a nuestra cotidianeidad, a lo más simple, a aquello que, por no ser extraordinario ni devenir interesante, se nos presenta como una tierra neutra en nuestra vida. Y, sin embargo, estamos pisando nuestra tierra prometida sin saberlo y, al no reconocerla, no podemos agradecerla ni disfrutarla con otros...

en el silencio de su ofrenda, en su pequeñez, en la sencillez de su gesto, esta mujer nos enseña a vivir con gratitud, a no guardar, a no aferrarnos, a no apegarnos. Nos enseña a estar abiertos para dejarnos llevar allí donde la vida precisa de nosotros. Nos invita a atrevernos a echar todo cuanto tenemos, a agradecer cada instante que se nos da a vivir, a vaciar nuestro cuenco cada vez, porque ese gesto es lo que da sentido a nuestra vida y vuelve fecunda la de otros. Como aquella viuda de Sarepta que alimento a Elias con lo único que tenían para sobrevivir ella y su hijo -1Rey 17, 7-16-, y el profeta le dijo: "No tengas miedo...que el cántaro de harina no se vaciará"...

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