Escrito por Dolores Aleixandre
"Conocemos la parábola del “hijo pródigo” por la etapa oscura del hijo menor, pero olvidamos que este personaje pasa en la narración por un proceso que desemboca en el momento final en que su padre corre a su encuentro y lo cubre de besos. El verbo griego que usa Lucas (katafilesen) indica efusión, ternura y contacto físico y eso nos permite hablar del “hijo cubierto de besos”.
El itinerario es largo y está colmado de incidencias que recorre antes de fundirse en un abrazo con su padre...
En el principio era el vacío:
Un vacío provocado por la ausencia de alimento y experimentado como hambre (v.16), se convierte en el punto de partida de su deseo de retornar a casa...
A partir de ese momento, toda carencia simbolizada por el hambre, la sed, la fragilidad, la pobreza o la esterilidad, se convierten paradójicamente en ocasión de que Dios vuelque en ese vacío toda su misericordia.
Entrando en sí… (v.18).
Podríamos decir que el hijo menor “entró en su qereb”, un término hebreo que evoca el centro de un ser vivo, lo que hay dentro de él: vísceras, entrañas, interioridad e intimidad. Y a la vez podríamos considerar este indicio como la versión lucana de la recomendación de Mateo sobre la oración: Tú, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, cerrando la puerta, ora a tu Padre que está en lo escondido. Y tu Padre que mira en lo escondido, te recompensará (Mt 6,5-6). En ese espacio íntimo y secreto donde tomamos las opciones más decisivas, no estamos ya más que bajo la mirada del Padre. Para acceder a él, hay que realizar un desplazamiento de lo exterior a lo interior (entra en ti mismo, entra en tu aposento), y tomar después una decisión de ruptura y separación (cierra la puerta).
A partir de ahí, se inaugura un nuevo modo de relación con el propio yo: el personaje anterior se ha quedado fuera y el sujeto que está “en lo escondido” ya no está bajo la mirada de otros, sino solamente ante la de ese Padre que es también Madre.
La decisión:
Me pondré en camino hacia la casa de mi padre (v.18) El viaje a la propia interioridad y la transformación que tiene lugar ahí, se verifican en la conversión, en la vuelta a la casa paterna...
El abrazo del Padre:
Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos. (v.18).
Y mientras que el hijo camina, el padre corre... El abrazo y los besos del padre hicieron innecesario cualquier discurso para su hijo. Estaba naciendo de nuevo, quizá por eso Rembrandt pinta su cabeza hundida en el seno de su padre, como hundiéndose de nuevo para renacer en el útero materno. La declaración del padre sobre lo que ha ocurrido con su hijo, es inequívoca: “Este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida” (v. 24). Estaba aconteciendo aquello que Nicodemo había escuchado de labios de Jesús: “No te extrañe que te diga: tienes que nacer de nuevo” (Jn 3,7). La 1ª Carta de Pedro recoge así esta experiencia: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado para una esperanza viva…”(1Pe 1,8)
Amén.-
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