Llega el momento de la despedida y parece como si Jesús y los suyos estuvieran encerrados en la jaula de la angustia y rebotasen continuamente en sus barrotes. Pero esa angustia no es turbadora para Jesús:
"Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean. Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí, pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado. Levántense, salgamos de aquí». (Jn 14, 25-31).
La paz. Su paz. El mundo ha comerciado tanto con la palabra «paz» que tiene que aclarar que se trata de una paz distinta.
- No es una simple fórmula de educación lo que Jesús pronuncia.
- Ni ofrece la paz como una suma de todos los egoísmos que prefieren pactar una tranquilidad.
- No es la paz del que nada desea porque lo tiene todo.
- No es una paz que se venga abajo con las dificultades o desaparezca con las persecuciones.
Es la paz de un gran corazón; el equilibrio de un espíritu que conoce su meta y sabe su camino;
Es la paz de quien nada desea porque todo lo ha dado; el gozo de quien sabe que nunca se romperá su amistad con Dios, de quien está seguro de la herencia celeste que le espera.
Los apóstoles conocen ya, por experiencia, esta paz que han disfrutado durante tres años.
¿La perderán ahora, al irse Jesús?
¿Desaparecerá ante el ataque de la gran amargura que se acerca?
No se turbe su corazón, les dice. Mantengan su paz como yo la mantengo. Hagan ahora más interior su paz, más profunda. Porque mi paz no la destruye ni la muerte...
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