“Jesús partió los panes y los fue entregando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Y todos comieron hasta saciarse…”.
Como dice Bernárdez:
Al empezar a comer
notan que el pan del Señor
les calma el hambre de pan,
pero no el hambre de amor.
Partir el pan se toma como signo de la muerte del Señor, de su entrega total, pero la acción de partir el pan tiene como fin repartirlo, para que sacie y alimente a toda la gente. En ese sentido es signo del Espíritu que multiplica íntegro el don, que se parte sin reducirse, que se da entero en cada fragmento.
Por eso el pan, siendo lo más material, es lo más espiritual. En su sencillez, es alimento noble, que se puede compartir. El pan se parte en dos mitades y también en cien miguitas. El pan no ensucia las manos ni el mantel y acompaña todas las comidas. Se puede poner al horno si se endureció y se ablanda o se hace tostadas… y hasta se puede rayar.
Y lo que hay que ver es que esta múltiple capacidad de alimentar proviene de su hechura a partir de la harina molida. Es la molienda de los granos de trigo la que luego permite aprovecharlo en todas sus partes.
Esto es a lo que quería llegar, a la esencia del pan, a lo que lo convierte en alimento puro y nos hace sentirlo compañero.
Para poder compartirse hay que poder partirse pero no a los tirones, no quedando crucificado y dividido. Hay que poder partirse estando entero en cada acción, en cada tarea.
Y esto conlleva un trabajo de molienda que se hace rezando. Tengo que haberme molido primero en la oración hasta llegar a lo único que hay en mí que es “partible” y compartible, que puedo dar sin perderlo ni dispersarme: el Amor que el Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones. Lo que no es amor se puede partir y compartir hasta cierto punto. No podemos estar con todos a la vez ni hacer más de algunas cosas al mismo tiempo.
El pan es espiritual. Es la mejor imagen del Espíritu, creo yo. Mejor que el agua, que el fuego y que el aire por sí solos, porque con un poquito de levadura los conjuga a todos y los hace ser alimento y compañía.
La Eucaristía dominical o diaria es invitación del Señor a comulgar con él, que es Pan de vida. Y comulgar con él no es para nada “comida de tontos”, sino que pan con Pan van bien porque, como dice el poeta, en la Eucaristía no es “ni el pan pan, ni el vino vino” sino que el misterio es: “el pan Dios y el vino Dios”.
El Señor ya quiere darse
del todo por nuestro amor;
y se parte y se reparte,
pero no en llanto y sudor,
sino en un pan y en un vino
que ni pan ni vino son.
Ni el pan pan ni el vino vino:
el pan Dios y el vino Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario