Escrito por Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-
Cruza y recorre las tres el hilo de la alegría, marcando
un antes y un después en los relatos.
Lo primero que
llama la atención es que no es una alegría fácil, porque lo que tenemos al
principio son situaciones de pérdida, de dolor, de abandono, de tristeza. Una
oveja que se pierde, una mujer que pierde una moneda. ¿Qué ha sido
necesario para que irrumpa inesperadamente esta alegría? Emerge en le marco de
un encuentro y la iniciativa, el primer paso, ha sido de aquel para el que lo
perdido era algo muy valioso. A salido en su busca, ha removido, ha esperado,
se ha adelantado a acogerlo.
- El
pastor carga a la oveja lleno de
alegría y reúne a los amigos y vecinos para decirles: “Alégrense conmigo
porque encontré la oveja perdida” (Lc.15, 6. Necesita compartirse, es
expansiva, avanza por sí misma.
- La mujer llama y reúne a sus amigas y vecinas y les dice: “Alégrense conmigo porque he encontrado la moneda que se me había perdido” (Lc.15, 9)
El verbo que utiliza aquí Lucas para designar la
invitación a la alegría en las parábolas (Lc 15, 1-10) hace referencia no sólo al gozo interno,
sino a la alegría en la convivencia festiva que se demuestra también
exteriormente.
Una alegría que aligera la carga, que no guarda
memoria de lo perdido sino gozo por lo encontrado, que necesita comunicarse, y
que tiene que ver con estar en camino hacia un Rostro. ¿No es eso mismo que
hace Jesús cuando nos ha encontrado, cuando hemos descubierto su Presencia en
la raíz de nuestra vida y necesita comunicarlo la Padre y a los otros,
celebrando el banquete con su propio cuerpo?. “Les he dicho esto –dice en Juan-
para que compartan mi alegría” (Jn.15, 11; 16,22; 17,13), pues “nadie puede
apartarlos de las manos de mi Padre” ...
La alegría de Dios está en nosotros cuando
encontramos en esa relación de confianza e intimidad con Él, cuando vamos creyéndonos
de verdad que no tenemos que ganarnos ni merecernos nada; que su Amor desea
dársenos hasta el fondo. Y cuando consentimos, cuando nos dejamos cargar,
encontrar, abrazar y besar, en la
debilidad y vergüenza de la propia vida, entonces nos atrevemos a ser causa de
alegría para Él.
Allí donde:
- lo que aún está perdido en nosotros es hallado,
- lo oscuro acoge la luz,
- lo que no contaba es puesto en el centro,
- lo que ha sido herido es sanado;
- allí donde el mal deviene una realidad buena.
Es ese movimiento, de la muerte a la vida, el
que provoca una alegría en Dios que nos alcanza a nosotros. Allí donde hay
amor, allí hay alegría, aún en los momentos de mayor dolor.
Y cuando esperando el rechazo que creemos
merecer nos topamos con Alguien que nos recibe así, no podemos más que llorar,
por tanta ingratitud, y desear corresponder con todas nuestras fuerzas.
La alegría que atraviesa estas parábolas nace en
el horizonte de una relación, viene de alguien y va hacia alguien, nunca es una
alegría solitaria. Es expansiva y comunitaria en su propia naturaleza. Una alegría por la
que se invierte la mala noticia en buena, la desgracia en oportunidad, la
carencia en abundancia.
Así se puede experimentar hasta donde es capaz de llegar
el amor para recuperarnos, y el gozo que provocamos al consentir, al colaborar
con ese movimiento que, desde nuestra verdad más honda, nos reincorpora a la
vida".
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