En este 3er. Domingo de Adviento se nos propone la imagen del camino del desierto, que se convierte en la «vía sagrada». Para esto es fundamentalmente el camino de la esperanza que propone la primera lectura de Isaias y el camino de la paciencia de la segunda lectura, de Santiago.
Gracias al Dios que «viene a salvarnos», las situaciones desesperadas se transforman en experiencias de vida, de paz y de felicidad, que tienen su imagen más significativa en el desierto que florece.
El camino de la esperanza
La esperanza, para no verse reducida a un discurso vago, tiene que concretarse como capacidad de sostener y de alimentar la esperanza en otras personas que están a punto de perderla o que ya la han perdido (y que, a menudo, tienen suficientes motivos para ello...).
Pero hoy son bastante raros los «proveedores» auténticos, convencidos y convincentes, de esperanza, capaces de robustecer «las manos débiles», de afianzar las «rodillas vacilantes», de decir las palabras justas a los «cobardes de corazón» (o sea, a los que han perdido el corazón, por no poder sostener un peso excesivo, la soledad, la incomprensión, la serie impresionante de desgracias y desilusiones), de dar ánimos, de sostener...
Por el contrario, son demasiados los portadores de mensajes que tienen casi siempre como contenido el miedo, el castigo, las amenazas. Y hay que seguir perplejos, por lo menos, ante ciertas comunicaciones «de arriba» de tono duro, siempre del lado de lo catastrófico, un tanto chantajistas, que fomentan una especie de «terrorismo espiritual».
Las palabras de no pocos anunciadores del evangelio suenan a duras, ásperas, acusadoras, o al menos son muy poco estimulantes. En algunas bocas la «buena noticia» se transforma en una feroz «rendición de cuentas».
La esperanza es la virtud más difícil. Tan difícil que son pocos los que consiguen trasmitirla.
Pero cuando nos encontramos a veces con uno de estos raros sembradores de esperanza, tenemos la impresión de que también en nuestro desierto personal ha asomado al menos una risueña florecilla.
El camino de la paciencia
En el lenguaje de Santiago la esperanza toma la forma de la paciencia. Quizás piensen algunos que el discurso de la paciencia es sobre todo para los viejos, para los derrotados, para los resignados.
Pero la paciencia abarca toda la parábola de la vida, «hasta la venida del Señor». Y es una fuerza, no una debilidad.
La paciencia no está al final, cuando ya no hay nada que hacer. La paciencia se sitúa al comienzo de toda empresa, cuando todavía está todo por hacer.
Se comienza con la paciencia. Se continúa con la paciencia. Y se lleva a término una obra en la paciencia.
Como observa A. Séve, en la perspectiva de Santiago está:
-La paciencia-amor («no se quejen unos de otros»).
-La paciencia-espera. Y de ésta se nos presentan infinitas ocasiones de todos los tipos (un atasco en el transito, la cola en el médico, la fila ante una ventanilla, una carta que no llega, el trasporte público que no funciona, la repetitividad en el trabajo, los resultados que no responden a nuestros esfuerzos y al plazo que habíamos señalado).
-La paciencia fuerza. Sí, la paciencia asegura la solidez a toda la construcción. La paciencia es más fuerte que las oposiciones, que las resistencias, que los golpes imprevistos, que las dificultades de todo tipo.
Solamente la paciencia da solidez al amor.
En una palabra, la «vía sagrada» es el camino para salir de las situaciones difíciles y hasta desesperadas, que no tienen aparentemente solución, hacia la plenitud y la paz, a través de la paciencia.
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