La “claroscuridad” que tiene la fe no se origina –necesariamente- por las crisis que pasamos. Lo que sucede es que cuando estamos en una de esas crisis, la fe se nos opaca aún más y el cielo interior del alma pareciera más desolado, cerrado y oscuro. Las crisis de fe son como las “tormentas” de ese cielo que llevamos dentro.
Las crisis forman parte del crecimiento de la fe. La hacen madurar, “re-acomodarse” y “re-adaptarse”. También existen quienes nunca pasan por profundas crisis que movilizan y desestabilizan su fe.
La fe no necesariamente tiene que pasar por diversas crisis pero, tampoco, necesariamente las excluye. Lo fundamental de una fe viva es que crezca y madure. Algunos, para lograr eso, necesitan pasar por distintas crisis; otros no.
No hay que identificar la oscuridad de la fe con las crisis de fe, las cuales sólo intensifican, subrayan o aumentan esa penumbra esencial que ella tiene. Sin embargo, las crisis no le agregan nada esencial. La fe –con o sin crisis- es penumbra y oscuridad. Su luz viene de otro sol que alumbra, el cual no podemos ver directamente sin quedar enceguecidos y encandilados. La fe es el don que emana una “luz prestada” que no le pertenece, la luz siempre viene de Dios.
En las crisis de fe, tenemos que discernir verdaderamente si es la fe la que muestra su penumbra habitual o si dicha oscuridad viene de otras sombras. En las crisis, la sensación de encierro y ceguera es mayor; sin embargo, esto no siempre es por la fe sino por el propio camino de crecimiento al que Dios nos está invitando transitar.
PREGUNTAS PARA AYUDAR en la ORACIÓN:
- ¿En este tiempo cómo está tu fe?
- ¿Tiene una suave penumbra o está pasando por un nublado que lo ennegrece todo?
- ¿Sientes que las crisis son una ocasión privilegiada para crecer y un desafío para madurar o, por el contrario, te sumergen en un sótano sombrío del cual no puedes salir?
- ¿En la noche de tu corazón: encuentras a Dios o sólo hallás una densa oscuridad en el monologo de tus soledades?
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