Escrito por Mariola Lopez -RSCJ-
Contemplamos
a Jesús en su encuentro con una mujer no judía, extranjera para él. Es un diálogo entre Jesús y una mujer sin nombre de origen pagano
procedente de Tiro y Sidón, un lugar no querido para los judíos. Lo único que
sabemos de ella con certeza es que busca desesperadamente a Jesús porque tiene
endemoniada a su pequeña. A la mujer la mueve la supervivencia de su hija y le
pide a Jesús que la cure…es un cara a cara entre ambos. Marcos señala que Jesús
para pasar desapercibido entra en una casa pero no puede permanecer escondido.
Esto nos da la señal de que la mujer estaba expectante, vigilante; urgida por
la enfermedad de su hija atormentada. Es muy alta su calidad de atención.
La
mujer toma la iniciativa de acercarse y postrarse a sus pies; es una actitud
de reverencia y de confianza. A pesar de su condición de mujer pagana y extranjera,
que le prohibía acercarse a un judío, corre el riesgo de alzar su voz y suplica
la curación de su hija.
Vamos
a detenernos en el cuerpo de esta mujer, en su postración, en tantos cuerpos
curvados y postrados en nuestro mundo. Esta
mujer más que con sus palabras, habla a Jesús con la expresión de su cuerpo,
postrado, como los cuerpos de muchas mujeres a lo largo de la historia.
Esperaríamos que, como ya ha hecho en otras ocasiones, Jesús se ponga en camino
y atienda esta petición, que acompañe a la mujer hacia donde se encuentra su
hija enferma. La respuesta que Jesús le da nos sorprende: “Deja que primero
se sacien los hijos”… en el paralelo de Mateo (15, 21-28) dice más
explícitamente: “Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas
del pueblo Israel”...Nos sorprenden estas palabras de Jesús porque estamos
acostumbrados a creer que Jesús lo tenía todo claro y resuelto en su corazón, y
vemos cómo aplaza lo que le solicita la mujer, entonces , Jesús inicia una
conversación en la que la mujer escucha que se pospone su petición porque es
pagana, alejada de la cercanía de Dios y del templo. «No está bien tomar el
pan de los hijos y echárselo a los perritos» (Mc 7, 27). La negativa de
Jesús como judío parece clara, sería injusto privar del pan «a los hijos»
para dárselo a los extranjeros. Y tendrá que ser esta mujer desconocida quien
le enseñe a ensanchar el ámbito de Dios, y a dejar a un lado sus prejuicios
judíos. En boca de esta mujer pagana va a poner Marcos el tratamiento de «Señor»
(kyrie) dirigido a Jesús. Él todavía no le ha reconocido su dignidad,
pero ella se adelanta a hacerlo con él y ve, y espera, más allá del momento
presente. Las respuestas desconcertantes de Jesús no la desaniman, no se va a
encoger ni a callar, porque quiere lograr a toda costa la curación de su hija,
tiene un motivo mayor, no se busca a sí
misma. Ella no se deja vencer por su condición de extranjera ni por lo que
la situación encierra de desprecio y responde con humildad, audacia y
sabiduría: «también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de
los amos» (Mc 7, 28).
Esta
mujer cananea, convertirá a Jesús, le descubrirá hasta dónde iba a dilatarse la
fecundidad de su vida entregada, le ensanchará el horizonte de su misión. Jesús,
no sólo ayudó a una mujer necesitada y a su pequeña, sino que experimentó la
alegría del don que ellas, en su pobreza, le daban a él. Esta mujer extranjera
y pagana- ¡quién lo diría!- había enseñado a Jesús a volverse un poco más hacia
la novedad de Dios, y hacia el misterio los otros. Abrió en él esa brecha de la
inclusividad que se iría dilatando cada vez más. Le descubrió que los hijos e
hijas preferidos de Dios son precisamente los más necesitados, los más
pequeños, los que no cuentan, los sin nombre. Jesús ha sido confrontado por la
sabiduría humilde de estar mujer.
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