La vida de Jesús está llena de momentos como el que nos relata san Juan en su Evangelio de hoy y que podríamos caracterizar con dos palabras: Generosidad desproporcionada. Jesús no podía ver a una persona humana necesitada sin volcar toda su vida hacia esa creatura sacudida por el dolor o el sufrimiento. Se le removían las entrañas en presencia de la pasión de su pueblo con rostros e historias muy concretas. Ya fuera un niño enfermo, una viuda que había perdido a su hijo, una multitud hambrienta o un hombre enfermo de lepra, siempre su reacción fue devolver la salud, la vida, el entusiasmo.
Sin embargo, el milagro que nos presenta hoy san Juan no responde a una necesidad o a un sufrimiento que uno pudiera decir que era irresistible. Con toda seguridad los invitados a la boda de Caná de Galilea ya habían bebido lo suficiente como para no quejarse mucho. No obstante, la Virgen María nota que se ha acabado el vino y toma la iniciativa de informar a su hijo del problema que tienen los anfitriones de la fiesta. La reacción de Jesús es sorprendente: “Mujer, ¿por qué me dices esto? Mi hora no ha llegado todavía”. Jesús, que gozaba también de la fiesta con sus discípulos, que también habían sido invitados, siente que no es hora de hacer señales milagrosas y menos en esas circunstancias.
Con todo, María, como buena madre, le dejó la inquietud a su hijo y, haciendo caso omiso del reclamo de Jesús, le dijo a los que estaban sirviendo: “Hagan todo lo que él les diga”. El Señor no tuvo otra cosa que hacer sino mandar a los sirvientes: “–Llenen de agua estas tinajas. Las llenaron hasta arriba, y Jesús les dijo: –Ahora saquen un poco y llévenselo al encargado de la fiesta. Así lo hicieron. El encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde había salido; solo los sirvientes lo sabían, pues ellos habían sacado el agua. Así que el encargado llamó al novio y le dijo: –Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los invitados ya han bebido bastante, entonces se sirve el vino corriente. Pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora”. Cuando se da lo necesario es caridad, pero cuando se da lo que estrictamente no se necesita, se llama generosidad; esta es la primera característica del milagro de Jesús que nos cuenta hoy san Juan.
Pero eso no es todo. La cantidad de vino que el Señor aporta a esta celebración de las bodas de Caná de Galilea, es francamente admirable: “Había allí seis tinajas de piedra, para el agua que usan los judíos en sus ceremonias de purificación. En cada tinaja cabían de cincuenta a setenta litros de agua”. Es decir, que fueron entre trescientos y cuatrocientos veinte litros del mejor vino, lo suficiente como para emborrachar a toda la población de Caná y sus alrededores. Cuando la ayuda desborda y supera con creces la necesidad, se habla de desproporción, la segunda característica de esta señal milagrosa de Jesús.
¿Hace cuánto tiempo no hacemos nosotros una acción generosa?
Y podríamos preguntar más: ¿Hace cuánto tiempo no hacemos una acción generosamente desproporcionada?
Ojalá que nuestra generosidad no se quede sólo para atender los dolores y sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas.
Pidamos para que también nosotros sepamos llevar nuestra generosidad a los momentos de alegría de nuestra gente y que sea una generosidad desproporcionada, como la del Señor.
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