Escrito por Diego Fares , sj.
Tener una misión en la vida lo es todo. Y si esa misión nos la encomienda Jesús, qué mejor.
Y ser cristiano es gozar esa libertad que da seguir ahora a Jesús sin poseer otra cosa que su misión
El evangelio de hoy nos presenta así a Jesús, polarizado por su misión, encaminado decididamente a Jerusalén.
Y sus diálogos con los que le salen al encuentro apuntan todos a lo mismo: a quitar impedimentos que retrasan o le quitan fuerza a la misión principal.
Cómo nos salva el Señor? Nos salva encargándonos una misión.
Una misión en la que, mientras la vamos realizando, se nos aclara el sentido de nuestra vida, encontramos muchas oportunidades para reparar lo que hicimos mal, nos encontramos en el camino con muchos amigos y le damos una mano a tantos que no tienen sitio en este mundo…
Jesús nos señala el camino de la salvación recorriendo Él el suyo. Haciendo su parte.
No le tuvo miedo a dejarse determinar por una sola misión.
El vivió para el Padre, se dejó guiar, se fue dando en cada gesto y estuvo atento a su hora. Cuando le llegó el momento, se dio todo.
Tener una misión, dedicarse por entero a algo, es una metáfora de la vida. La energía y el dinamismo que ponemos en una tarea concreta nos pone en sintonía con el dinamismo del que nos está creando y salvando, apasionadamente, a nosotros.
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