La
grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el
padre de Jesús. En cuanto tal, «entró en el servicio de toda la economía de la
encarnación», como dice san Juan Crisóstomo.
San
Pablo VI observa que su paternidad se manifestó concretamente «al haber hecho
de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la
misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que
le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí
mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor
doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda
capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa».
Por
su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha
sido amado por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han
dedicado numerosas iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos,
hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre;
y que desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones
sagradas. Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa
de Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo
todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía
a otros para que le fueran devotos .
En
todos los libros de oraciones se encuentra alguna oración a san José.
Invocaciones particulares que le son dirigidas todos los miércoles y especialmente
durante todo el mes de marzo, tradicionalmente dedicado a él.
La
confianza del pueblo en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph” = “
Id a José”, que hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la
gente le pedía pan al faraón y él les respondía: «Vayan donde José y hagan lo
que él les diga» (Gn 41,55). Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus
hermanos vendieron por envidia (cf. Gn 37,11-28) y que —siguiendo el relato
bíblico— se convirtió posteriormente en virrey de Egipto (cf. Gn 41,41-44).
Como
descendiente de David (cf. Mt 1,16.20), de cuya raíz debía brotar Jesús según
la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam 7), y como esposo de
María de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento.
2.
Padre en la ternura
José
vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y los hombres» (Lc 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó
a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un
niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os
11,3-4).
Jesús
vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos,
así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13).
En
la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José ciertamente habrá oído el
eco de que el Dios de Israel es un Dios de ternura [Cf. Dt 4,31; Sal 69,17;
78,38; 86,5; 111,4; 116,5; Jr 31,20.], que es bueno para todos y «su ternura
alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9).
La
historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza» (Rm 4,18) a
través de nuestras debilidades. Muchas veces pensamos que Dios se basa sólo en
la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus
designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. Esto es lo que
hace que san Pablo diga: «Para que no me engría tengo una espina clavada en el
cuerpo, un emisario de Satanás que me golpea para que no me engría. Tres veces
le he pedido al Señor que la aparte de mí, y él me ha dicho: “¡Te basta mi gracia!,
porque mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad”» (2 Co 12,7-9).
Si
esta es la perspectiva de la economía de la salvación, debemos aprender a
aceptar nuestra debilidad con intensa ternura [Cf.
Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 88, 288: AAS 105 (2013),
1057,1136-1137.].
El
Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que
el Espíritu la saca a la luz con ternura. debemos aprender a aceptar nuestra debilidad
con intensa ternura. El dedo que señala y el juicio que hacemos de los demás son
a menudo un signo de nuestra incapacidad para aceptar nuestra propia debilidad,
nuestra propia fragilidad. Sólo la ternura nos salvará de la obra del Acusador
(cf. Ap 12,10). Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia
de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia
de verdad y ternura. Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la
verdad, pero, si lo hace, es para condenarnos. Sabemos, sin embargo, que la
Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos
sostiene, nos perdona. La Verdad siempre se nos presenta como el Padre
misericordioso de la parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos
devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra con nosotros, porque «mi
hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado»
(v. 24).
También
a través de la angustia de José pasa la voluntad de Dios, su historia, su
proyecto. Así, José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él
puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de
nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no
debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca.
A
veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una
mirada más amplia.
Queremos ahondar en la hermosa Carta: “Con Corazón de
Padre”…
Para
esta semana la propuesta es leer los puntos N°1 y 2 :
1-Padre
Amado
2-Padre en la Ternura
Propuesta
para la reflexión y Oración:
1-
Contempla la imagen que acompaña este mensaje y estas palabras, de la Carta:
"Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13)."
2- La
invitación en esta semana será pedir la Gracia de: Aceptar nuestra debilidad con
intensa ternura…
3- Terminar con la Salve a San Jose:
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
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