3. Padre en la
obediencia
Así
como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a
José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia,
como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los
que Dios manifestaba su voluntad (Cf. Gn 20,3; 28,12; 31,11.24; 40,8; 41,1-32;
Nm 12,6; 1 Sam 3,3-10; Dn 2; 4; Jb 33,15).
José
estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería
«denunciarla públicamente» -ya que en estos casos estaba prevista la lapidación
(cf. Dt 22,20-21)- , pero decidió «romper su compromiso en secreto» (Mt 1,19).
En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No temas aceptar
a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: «Cuando José despertó del sueño, hizo lo que
el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). Con la obediencia superó su
drama y salvó a María.
En
el segundo sueño el ángel ordenó a José: «Levántate, toma contigo al niño y a
su madre, y huye a Egipto; quédate allí
hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13).
José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía
encontrar: «Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto,
donde estuvo hasta la muerte de Herodes» (Mt 2,14-15).
En
Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel
para regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino,
después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían
muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y
que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció
sin vacilar: «Se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de
Israel» (Mt 2,21).
Pero
durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en
lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la
cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un
pueblo llamado Nazaret» (Mt 2,22-23).
El
evangelista Lucas, por su parte, relató que José afrontó el largo e incómodo
viaje de Nazaret a Belén, según la ley del censo del emperador César Augusto,
para empadronarse en su ciudad de origen. Y fue precisamente en esta
circunstancia que Jesús nació y fue asentado en el censo del Imperio, como
todos los demás niños (cf. Lc 2,1-7).
San
Lucas, en particular, se preocupó de resaltar que los padres de Jesús
observaban todas las prescripciones de la ley: los ritos de la circuncisión de
Jesús, de la purificación de María después del parto, de la presentación del
primogénito a Dios (cf. 2,21-24).
En
cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la
Anunciación y Jesús en Getsemaní.
José,
en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser sumiso a sus padres,
según el mandamiento de Dios (cf. Ex 20,12).
En
la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la
voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf. Jn
4,34). Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní,
prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia (Cf. Mt 26,39; Mc
14,36; Lc 22,42) y se hizo «obediente hasta la muerte […] de cruz» (Flp 2,8).
Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos concluye que Jesús «aprendió
sufriendo a obedecer» (5,8).
Todos
estos acontecimientos muestran que José «ha sido llamado por Dios para servir directamente
a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este
modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la
redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”», como lo llamo San Juan
Pablo II
4. Padre en la
acogida
José
acogió a María sin poner condiciones previas. Confió en las palabras del ángel.
«La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley;
y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la
mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado
que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y
vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar
iluminando su juicio».
Muchas
veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra
primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus
razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le
parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia
historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos
dar el paso siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras
expectativas y de las consiguientes decepciones.
La
vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que
acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también
intuir una historia más grande, un significado más profundo. Parecen hacerse
eco las ardientes palabras de Job que, ante la invitación de su esposa a
rebelarse contra todo el mal que le sucedía, respondió: «Si aceptamos de Dios
los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?» (Jb 2,10).
José
no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y
fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don
de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la
fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte
contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia.
La
venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo del Padre, para que cada uno
pueda reconciliarse con la carne de su propia historia, aunque no la comprenda
del todo.
Como
Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20), parece
repetirnos también a nosotros: “¡No tengan miedo!”. Tenemos que dejar de lado
nuestra ira y decepción, y hacer espacio —sin ninguna resignación mundana y con
una fortaleza llena de esperanza— a lo que no hemos elegido, pero está allí.
Acoger la vida de esta manera nos introduce en un significado oculto. La vida
de cada uno de nosotros puede comenzar de nuevo milagrosamente, si encontramos
la valentía para vivirla según lo que nos dice el Evangelio. Y no importa si
ahora todo parece haber tomado un rumbo equivocado y si algunas cuestiones son
irreversibles. Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas. Aun
cuando nuestra conciencia nos reprocha algo, Él «es más grande que nuestra
conciencia y lo sabe todo» (1 Jn 3,20).
El
realismo cristiano, que no rechaza nada de lo que existe, vuelve una vez más.
La realidad, en su misteriosa irreductibilidad y complejidad, es portadora de
un sentido de la existencia con sus luces y sombras. Esto hace que el apóstol
Pablo afirme: «Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios» (Rm
8,28). Y san Agustín añade: «Aun lo que llamamos mal (etiam illud quod malum
dicitur)». En esta perspectiva general, la fe da sentido a cada acontecimiento feliz
o triste.
Entonces,
lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles
que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en san
José, que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le
acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona.
La
acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son,
con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co
1,27), es «padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) y nos
ordena amar al extranjero (Cf. Dt 10,19; Ex 22,20-22; Lc 10,29-37) . Deseo imaginar
que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo
pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32).
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Seguimos ahondando en la hermosa Carta: “Con Corazón de Padre”, del Papa Francisco…
Para esta semana la
propuesta es leer los puntos 3 y 4 :
1-Padre en la
Obediencia
2-Padre en la
Acogida
Propuesta
para la reflexión y Oración:
1-
Contempla
la imagen que acompaña este mensaje y estas palabras, de la Carta:
“Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia…”
2- La invitación en esta semana será hacer memoria de aquellas situaciones de la propia vida que nos animaron a Obedecer y Acoger lo que estábamos atravesando con fe y confianza…
3-
Pedir
la Gracia de: Tener en la memoria el recuerdo de la presencia de un Dios que
estuvo sosteniendo nuestro caminar y que hoy sigue caminando a nuestro lado, con la
confianza de saber que también estará en
lo “por venir…”
4- Terminar con la
Salve a San José:
Salve,
custodio del Redentor
y
esposo de la Virgen María.
A
ti Dios confió a su Hijo,
en
ti María depositó su confianza,
contigo
Cristo se forjó como hombre.
Oh,
bienaventurado José,
muéstrate
padre también a nosotros
y
guíanos en el camino de la vida.
Concédenos
gracia, misericordia y valentía,
y
defiéndenos de todo mal. Amén.
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