"Esa noche estábamos convidados a cenar en casa de
aquel hombre paralítico al que sus amigos habían descolgado por el tejado y al
que Jesús había curado. Estaba tan contento y agradecido que no dejó de
insistir hasta que Jesús aceptó compartir su mesa y tres de nosotros le
acompañamos.
Durante la sobremesa nuestro anfitrión reconoció
que su agradecimiento le venía, más que de su curación, de cómo se había
sentido mirado por Jesús y de las palabras que escuchó de él: “Hijo, tus
pecados te son perdonados”. Y dirigiéndose a Jesús dijo:
- “Maestro,
a veces he pensado que no hizo falta que pronunciaras aquellas palabras porque
tus ojos me lo habían dicho ya antes de que pronunciaras la palabra perdón.
Desde el
momento en que mis amigos depositaron la camilla en la que yacía ante ti y
nuestros ojos se cruzaron, me sentí envuelto en una ternura parecida a la que
encontraba de niño junto a mi madre, cuando ella acariciaba mis piernas
retorcidas y frágiles y me susurraba palabras de consuelo.
Con tu manera
de mirarme me estabas comunicando que mis muchos errores y pecados no
significaban ningún obstáculo entre tú y yo y que nada podía detener la
corriente de afecto que me estabas ofreciendo. Por eso, cuando me llamaste
“hijo”, yo ya estaba interiormente puesto en pie, aunque siguiera tumbado en mi
camilla y convencido de que, aunque no me curaras, ya habías hecho por mí lo
más importante que un ser humano puede hacer por otro.
Luego se oyó
el murmullo de escándalo de los que no toleraban que hubieras pronunciado
aquellas palabras de perdón y dijiste como un desafío: “Para que vean que el
Hijo del hombre puede perdonar pecados, levántate, toma tu camilla y vete a tu
casa”.
Y yo me
enderecé como si jamás hubiera padecido parálisis, tomé mi camilla y me vine a
esta casa en la que tengo hoy la alegría de recibirte como mi huésped.
Es verdad
que el retorno no me ha sido fácil: los que son enemigos tuyos no me perdonan
que sea un testimonio viviente de tu sanación y han levantado la calumnia de
que yo fingía estar paralítico y que, por tanto, tú no me curaste realmente;
otros dicen que lo hiciste echando mano de poderes demoníacos y otros, que
siguen postrados en sus lechos, envidian mi suerte y no quieren saber nada de
mí.
Pero en mi
interior no siento rencor hacia ellos y creo que he llegado a perdonarlos de
corazón. Todos me dicen que he cambiado y que no han sido sólo mis piernas las
que se han afirmado: lo que hoy está más firme en mí es la decisión de tratar
con misericordia a todos y perdonarlos, de la misma manera que tú me
perdonaste a mí”.
Fue una
sobremesa larga y cálida y todos estábamos emocionados de escuchar a aquel
hombre que no sólo podía ahora caminar, sino que nos mostraba cómo el perdón lo
había transformado…"
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