Una cita con la vida
Escrito por Alessandro
Pronzato
“Tú amas a todos los seres y no odias nada de
lo que has hecho;
a todos perdonas,
porque son tuyos, Señor, amigo de la vida”
–Antífona de entrada
del miércoles de ceniza-
“El Señor Dios modeló al hombre
de arcilla del suelo,
sopló en su nariz un aliento de
vida y el hombre se convirtió en ser vivo” –Gn 2,7-
El tiempo de
cuaresma se abre con un poco de ceniza depositada sobre nuestra frente,
mientras se repite: “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás”; o
“Conviértete y cree en el evangelio”.
Es un modo
extraño de prepararse a la fiesta de la Pascua.
En lugar de
embellecernos, pintarnos, perfumarnos, usamos como cosmético un poco de polvo.
¡Embellecemos nuestro rostro ensuciándolo con tierra!
Se trata de un
rito que muchos cristianos de nuestro tiempo rechazan en nombre de la grandeza
y de la dignidad del hombre. “Reliquias de gusto dudoso del almacén devocional
de la edad media”, me ha dicho un alérgico a la ceniza. Precisando más: “Al
hombre de hoy hay que llevarle el anuncio de la vida no de la muerte”.
“Exacto” dije yo. La ceniza se coloca en una dinámica
de vida. La misma liturgia de este día se encarga de desarticular tal
operación, al tomar como antífona de entrada una frase del libro de la
sabiduría que deshace los equívocos:
“Tú Señor, amas a todos los seres y no odias
nada de lo que has hecho”.
Así pues, la
liturgia de la ceniza no constituye en absoluto un atentado a la dignidad del
hombre. Al contario, en la lógica paradójica de la fe, se convierte en un
testimonio de grandeza.
“Acuérdate de
que eres polvo…” es sencillamente el recuerdo de su originario “material de
construcción”, precisar los límites, la finitud y fragilidad del hombre. Pero
es Dios mismo quien no acepta esta precariedad de su creatura y no se resigna a
que el hombre sea solamente polvo…
Miremos, pues,
la imposición de la ceniza en su verdadero simbolismo: el de la “fragilidad de la vida”.
Me parece, sin
embargo, que es válido, sobre todo, el
significado primitivo, que expresa penitencia.
“El
hombre-polvo” quiere decir el hombre que se ha alejado de Dios, que ha rehusado
el dialogo, que ha sido echado de su casa, que ha rechazado el dinamismo del
amor para caminar siguiendo una trayectoria de disolución y de muerte. “El
hombre-polvo” es el hombre que se opone a Dios, da la espalda a propio ser y
teniendo como seguro horizonte la
infelicidad.
Pero en este
dramático itinerario de alejamiento y disipación, existe la posibilidad del
retorno. Retorno al origen.
En lugar de
precipitarse hacia la tumba, es posible cambiar de dirección y volver a la fuente:
“he ahí la conversión”…
“Acuérdate de
que eres polvo y como polvo volverás…a DIOS”. Con tal que lo quieras. Ahora, en
este momento.
Me vuelvo tierra
y me confío al constructor. Para que me rehaga del todo.
Me he
equivocado. He perdido el camino de la vida. He perdido el Reino…
Es justo que
me ponga en la puerta.
Pero, a la
vuelta de la esquina, vuelvo a la condición de…polvo. O sea, de materia prima.
Y él se
inclinará aún sobre este polvo para darle el aliento de vida.
Así mi “nada”
es tocada por la plenitud divina. De la ceniza salta la chispa de la vida.
Y ahora la
sutil capa de polvo ya no puede ocultar el esplendor del rostro de un hijo de
Dios.
Todo, pues,
comienza de nuevo.
Puedo ser
“nuevo” si acepto no el…fin, sino el principio.
No el
montoncito de ceniza de la tumba, sino el puñado de tierra en las manos del
“artífice”. El poco de tierra dispuesta a recibir el “aliento”. Y convertirse
así, de nuevo, en un “viviente”.
La cita, pues,
con la ceniza, es fundamentalmente la cita con la vida.
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