-Escrito por MARÍA TERESA SÁNCHEZ CARMONA, SEVILLA- Fuente Eclesalia
"Me planteo entonces si es posible reenfocar este nuevo tiempo que iniciamos desde una perspectiva más evangélica, que nos haga sentir renacidos y portadores de Buenas Nuevas. Me planteo qué ocurriría si en esta ocasión, en vez de plantearnos qué cambiar, nuestro reto fuese redescubrir los dones que ya poseemos. Me pregunto qué pasaría si en vez de querer ser “de otra manera”, nos propusiésemos sencillamente vivir en plenitud lo que ya somos, tal y como somos.
Hablamos de nuevos “dones”, “propósitos”, “talentos” pero ¿Y si esos matices de nuestra personalidad fuesen ya los dones que, no obstante, seguimos pidiendo? ¿Y si lo que ocurre es que, sencillamente, no sabemos reconocer esos dones porque estamos acostumbrados a ellos y nos parece natural ser como somos? ¿Y si no consistiese en hacer sacrificios para cambiar, sino en vivir lo que somos en plenitud? ¿Y si por un instante olvidásemos el perfeccionismo, las comparaciones, la culpabilidad; si dejásemos de centrarnos en lo que no hacemos, no somos y no alcanzamos? ¿Acaso la diversidad de caracteres – de dones – no se corresponde con la imagen de Pentecostes de los apóstoles hablando lenguas diferentes, cada uno con acento propio? ¿No invita ese pasaje a acoger la diversidad desde la total aceptación, integración y tolerancia con los demás y con nosotros mismos?
Pensemos: ¿Y si lo que tendemos a considerar como “defectos” fuesen en realidad dones que esperan una aplicación adecuada? El hombre tachado de charlatán, ¿No haría un gran bien a personas necesitadas de compañía? Quien muestra impulsividad, ¿No sería óptimo para defender causas justas? Los eternos inseguros, ¿No ayudan a evitar radicalismos al sopesar siempre cada opción, considerando los pros y los contras? ¿Por qué no reformular cuanto nos caracteriza en positivo, como don? ¿Por qué nos cuesta resaltar nuestras virtudes y nuestra valía, y terminamos escondiendo nuestras capacidades bajo una modestia que a veces nos opaca y limita?
“Una lámpara no se enciende para taparla con alguna vasija, sino que se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo”.
¿No es el miedo a mostrarnos como somos el origen de nuestra radical separación de Dios, de que lo sintamos ajeno a nosotros y no como el espíritu que nos habita? ¿No lo refiere así el pasaje del Génesis en que Adán y Eva se esconden por pudor a mostrarse desnudos? ¿Y si superásemos la vergüenza, y nos convenciésemos de que está bien que seamos como somos, de que la mirada de Dios es sólo Amor que acoge y ama sin prejuicios? ¿Cómo nos miraríamos entonces? ¿Cómo miraríamos a los demás? ¿Y si sólo necesitásemos un poco de lucidez para mirarnos de frente y reconocernos cada uno desde el Amor? ¿No nos llevaría eso a mirar de igual modo a las demás personas? “Amarás al prójimo como a ti mismo”. ¿No valdría una sola mirada nacida del corazón para alumbrar nuestras sombras y nuestros miedos? “Una palabra tuya bastará para sanarme”. ¿No nos transfiguraría poder mostrarnos ante el mundo sin tapujos? ¿Y si comenzásemos esta Cuaresma atreviéndonos a salir de nuestro encierro, mostrándonos como somos, con el orgullo de ser así, sabiéndonos don y regalo de Dios para el mundo? ¿Y si el único propósito que plantear fuese la coherencia con nuestro ser profundo? ¿No terminaría la pelea con “eso que Dios me pide, para lo que no me veo digno o capaz”? ¿Y si la búsqueda de nuestra vocación (que tantos miedos y quebraderos de cabeza da) no fuese más que una llamada a la autenticidad, a vivir con alegría lo que somos?
¿Y si nos creyésemos que el Dios que nos habita renace y se regala a los demás a través de nosotros? ¿Y si acogiésemos de igual modo a quienes nos rodean, intuyendo en ellos ese misterio del tesoro escondido?
¿Y si de verdad nuestra vida se desarrollase en clave de festejo permanente? ¿No quedaría la sociedad desconcertada por nuestra actitud, como ya ocurrió a los primeros cristianos? ¿No dirían también de nosotros “Miren cómo (se) aman”? ¿no nos llevaría esta actitud a volcar una mirada de amor hacia el mundo, tan necesitado (ahora y siempre) de ternura y esperanza? ¿Y por qué, sin embargo, nos suena idílico y poco realista? ¿Por qué nos cuesta imaginarlo? “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza […] nada les sería imposible”. ¿Y si esta vez nos lo creyésemos? ¿Y si, aun sin creerlo, intentásemos vivir esta Cuaresma 2013 desde esa clave, considerando además que es el Año de la Fe? ¿Y si no tuviésemos nada que perder? Sabernos don para el mundo… ¿Y por qué no?
Me parecio una reflexion riquisima, que nos permitiria ser autenticos. exactamente lo que somos. Asi nos penso El.gracias
ResponderEliminarGracias Marta por traernos esta reflexión y propuesta ojalá pueda vivirla en plenitud "Amando a Dios sobretodas las cosas y amando y aceptando al prójimo como tambien mi misma" Anatilde
ResponderEliminarMuy buena reflexión Marta! especial para descubrirnos y encontrarnos cada vez más hacia adentro...en lo profundo de nuestro ser...el tesoro escondido :)
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