Buscando para los que estáis presentes aquí hoy, me viene a la mente la historia de san Francisco de Asís. Ante el crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: «Ve, Francisco, y repara mi casa». Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: reparar su casa. Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil y reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo.
También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia. Queridos jóvenes: el Señor los necesita. También hoy llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. Queridos jóvenes: el Señor hoy los ama. No al monton, a vos, a vos, a vos, a cada uno, escuchen en el corazón qué les dice. Pienso que podemos aprender algo de lo que pasó en estos días: cómo tuvimos que cancelar por el mal tiempo la realización de esta vigilia en el Campus fidei en Guaratiba. ¿No estarías, Señor, queriendo decirnos que el verdadero campo de la fe, el verdadero campus fidei no es un lugar geográfico sino que somos nosotros? Sí, es verdad, cada uno de nosotros, cada uno de ustedes -yo, todos-, y ser discipulos misioneros significa saber que somos el campo de la fe de Dios. Por eso, por eso, a partir de la imagen del campo de la fe pensé en tres imágenes, tres, que nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera imagen, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra de construcción.
1. El campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Hoy -todos los días, pero hoy de manera especial- Jesús nos dice que cuando aceptamos la palabra de Dios, entonces somos el campo de la fe. Por favor, dejen que Cristo y su Palabra entren en su vida, dejen entrar la simiente de la Palabra de Dios, dejen que germine, dejen que crezca. ¡Dios hace todo pero ustedes déjenle hacer, dejen que Él trabaje en ese crecimiento!
Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. Creo que con honestidad podemos hacernos la pregunta: ¿Qué clase de terreno somos? ¿Qué clase de terreno queremos ser? Quizás a veces somos como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en la vida, porque nos dejamos atontar por tantos reclamos superficiales que escuchamos. Yo les pregunto, pero no contesten ahora, cada uno conteste en su corazón: ¿Yo soy un joven, una joven, atontado? ¿O somos como el terreno pedregoso? ¿Acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes y, ante las dificultades, no tenemos el valor de ir a contracorriente? Cada uno contestamos en nuestro corazón: ¿Tengo valor o soy cobarde? ¿O somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22)?. ¿Tengo en mi corazón la costumbre de jugar a dos juntas y quedar bien con Dios y quedar bien con el diablo? ¿Querés recibir la semilla de Jesús y a la vez regar las espinas y los yuyos que nacen en mi corazón? Cada uno en silencio se contesta. Hoy, sin embargo, yo estoy seguro de que la simiente puede caer en buena tierra. Escuchamos estos testimonios, cómo la simiente cayó en buena tierra. "No, padre, yo no soy buena tierra, yo soy una calamidad, estoy lleno de tierra, de espinas, de lodo,...". Pero haced un pedacito, haced un cachito de buena tierra y dejad que caiga allí. Y vas a ver cómo germina. Yo sé que ustedes quieren ser buena tierra, cristianos en serio, no cristianos a medio tiempo, no cristianos «almidonados», con la nariz así que parecen cristianos y en el fondo no hacen nada, no cristianos de fachada, esos cristianos que son pura facha, sino cristianos auténticos, serios. Sé que ustedes no quieren vivir en la ilusión de una libertad chirle que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido. ¿Es así o me equivoco? ¿Es así? Bueno, si es así, hagan una cosa, todos en silencio: miremos el corazón y cada uno dígale a Jesús que quiere recibir la semilla, dígale a Jesús: "Mira Jesús, las piedras que hay, mira las espinas, mira los yuyos, pero mirad este cachito de tierra que te ofrezco para que entre la semilla". Dejamos un momento de silencio para dejar entrar la semilla de Jesús. Acuérdense de este momento, cada uno sabe el nombre de la semilla que ofrece. Dejenla crecer y Dios la va a cuidar.
2. El campo, además de ser lugar de siembra, es lugar de entrenamiento. Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que «juguemos en su equipo». A la mayoría de ustedes les gusta el deporte. Aquí, en Brasil, como en otros países, el fútbol es pasión nacional. ¿Sí o no? Pues bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo? Tiene que entrenarse y entrenarse mucho. Así es nuestra vida de discípulos del Señor. San Pablo escribiendo a los cristianos nos dice: «Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible» (1 Co 9,25). ¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! ¡Algo más grande que la Copa del Mundo! Jesús nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda, de una vida feliz, y también un futuro con Él que no tendrá fin, allá en la vida eterna. Es lo que nos ofrece Jesús. Pero nos pide que paguemos la entrada y la entrada es que nos entrenemos para «estar en forma», para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe. A través del diálogo con él: la oración. "Padre, ahora nos va a hacer rezar a todos, no?" Les pregunto, pero contestan en su corazón, no en voz alta: ¿Yo rezo? Cada uno se contesta. ¿Yo hablo con Jesús? ¿O le tengo miedo al silencio? ¿Dejo que el Espíritu Santo hable en mi corazón? ¿Yo le pregunto a Jesús: qué queréis que haga? ¿Qué queréis de mi vida? Esto es entrenarse. Pregúntenle a Jesús, hablen con Jesús. Y si cometen un error en la vida, si se pegan un resbalón, si hacen algo que está mal, ... no tengan miedo. Díganle: Jesús, ¿qué tengo que hacer ahora. Pero siempre hablen con Jesús, en las buenas y en las malas. Cuando hacen una cosa buena y cuando hacen una cosas mala. No le tengan miedo. Y en eso se van entrenando en el diálogo con Jesús, en este discipulado. Y también a través de los sacramentos, a través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. Estos son los entrenamientos pra seguir a Jesús: la oración, los sacramentos y la ayuda, el servicio a los demás. ¿Los repetimos todos? Oración, sacramentos y ayuda a los demás.
3. El campo como obra de construcción. Acá estamos viendo cómo se ha construido esto aquí. Empezaron a mover los chicos y las chicas y construyeron una iglesia. Cuando nuestro corazón es una tierra buena que recibe la Palabra de Dios, cuando «se suda la camiseta», tratando de vivir como cristianos, experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos parte de una familia de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia; estos muchachos, estas chicas, no estaban solos, en conjunto hicieron un camino y construyeron la iglesia, en conjunto hicieron lo de san Francisco: construir, reparar la Iglesia. Te pregunto ¿Quieres construir la Iglesia? (contestan los jóvenes: ¡síii!) ¿Se animan? (¡Síii!) ¿Y mañana se van a olvidar de este sí que dijeron¿ (¡noo!). Así me gusta. Somos parte de la Iglesia. Más aun: nos convertimos en constructores de la Iglesia, protagonistas de la historia. Chicos, por favor: No se metan en la cola de la historia, sean protagonistas, pateen hacia delante, construyan un mundo mejor juéguenla delante siempre. Los jóvenes en la calle quieren ser los protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas.
San Pedro nos dice que somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5). Y mirando este palco, vemos que tiene la forma de una iglesia construida con piedras vivas. En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia; cada uno de nosotros es una piedra viva, es un pedacito de la construcción y cada pedacito vivo tiene que cuidar la unidad y la seguridad de la iglesia y no construir una pequeña capilla donde sólo cabe un grupito de personas Jesús nos pide que su Iglesia sea tan grande, que pueda alojar a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Jesús me dice a mí, a vos, a cada uno: «Vayan, hagan discípulos a todas las naciones». Y esta tarde, respondámosle: Sí, también yo quiero ser una piedra viva; juntos queremos construir la Iglesia de Jesús. Digamos juntos: Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo. ¿Se animan a repetirlo? Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo.
Tu corazón, corazón joven, quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que tantos jóvenes en muchas partes del mundo han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa. los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son el futuro. Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes les pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía, y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores de futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor: no balconeen la vida, métanse en ella. Jesús no se quedó en el balcón, se metió. No balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús. Sin embargo, queda una pregunta: ¿Por dónde empezamos? ¿A quién le pedimos que empiece esto? ¿Por dónde empezamos? Una vez le pidieron a la Madre Teresa qué era lo que debía cambiar en la Iglesia. ¿Por dónde hay que empezar? "¡Por vos y por mí!", contestó ella. Tenía garra esta mujer. Sabía por dónde había que empezar. Yo también le robo hoy la palabra a la Madre Teresa. ¿Empezamos? Por vos y por mí. Cada uno en silencio, otra vez, pregúntese: Si tengo que empezar por mí, ¿por dónde empiezo? Cada uno abra su corazón para que Jesús le diga por dónde empiece.
Queridos amigos, no se olviden: ustedes son el campo de la fe. Ustedes son los atletas de Cristo. Ustedes son los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor. Levantemos nuestros ojos hacia la Virgen. Ella nos ayuda a seguir a Jesús, nos da ejemplo con su «sí» a Dios: «Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Se lo digamos también nosotros a Dios, juntos con María: Hágase en mí según tu palabra. Que así sea.
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