Fuente: CEP -Centro de Espiritualidad y Pastoral, Venezuela-
Estamos ya en la semana 29 del Tiempo Ordinario y la liturgia va a seguir invitándonos a profundizar en el horizonte cristiano de la madurez humana: aprender a dar a Dios lo que es de Dios.
A través de una situación complicada como lo es contraponer lo que pertenece a este mundo con lo que pertenece a Dios, el Evangelio (Mt. 22, 15-21) va a hacernos caer en cuenta de una de las mayores convicciones de la vida y la fe: todo es de Dios.
De Dios es el mundo, la vida, las personas, nuestras alegrías y nuestras tristezas. Y de Dios, principalmente son los pobres, los pequeños y los frágiles de este mundo. La convicción cristiana de que “todo es de Dios”, nos pone frente a frente con lo más radical de la vida: nada nos pertenece.
En este evangelio sorprende `el elogio´ de los fariseos a Jesús: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie”. Aunque haya sido dicho con malicia por parte de los fariseos, encierra una profunda verdad. Pero una verdad que sólo lo es porque está marcada por la bondad de Jesús.
La verdad de Jesús es su bondad, porque es un hombre que con hechos y palabras se ha convertido en el amparo de todo el que le busca. Una verdad tan gratificadora que traspasa toda lógica humana, ofreciendo paz y descanso. Una verdad tan tierna que sabe recomponer y dar sentido a la enfermedad, a los problemas, incluso a la muerte. Toda esta verdad de Jesús es con la que tropieza tanto el fariseísmo de ayer como el de nuestro tiempo.
Cuando Jesús dice: «Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», no está pensando en Dios y el César como dos poderes que pueden exigir cada uno sus derechos a sus súbditos. Jesús sabe muy bien que a Dios le pertenece «la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes» (Salmo 24). ¿Qué le puede pertenecer al César, que no sea de Dios? Y a nosotros, ¿qué nos puede pertenecer que no sea de Dios?
Jesús llama hipócritas a los fariseos ya que ellos sabían muy bien que ni al César ni a ningún poder en la tierra, le pertenece nada. También a nosotros nos interpela Jesús, porque, si queremos convertirnos en amigos y amigas de Dios, solamente lograremos serlo en la medida que nos atrevamos a reproducir la verdad de Jesús, que no es otra que ser buenos como Él. Sólo así estaremos dando a Dios lo que es de Dios.
Dar a Dios lo que es de Dios es practicar con obras y palabras la misma convicción de Jesús, para quien todo lo humano y todos los humanos encuentran eco en su corazón.
Si queremos dar a Dios lo que es de Dios, necesitamos comenzar por hacer nuestros los gozos y esperanzas y las tristezas y angustias de los hombres y mujeres del tiempo que nos toca vivir (Vaticano II Gaudium et Spes n° 1).
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