Según el profeta Zacarías, Colocar nuestros pies en el camino de la paz (Lc 1,79), es acoger a Cristo como Salvador y dejarse conducir por él a la Paz de Dios.
Para esto tenemos que tener en cuenta que la paz, antes que un don de Dios al mundo, es una realidad en Él. La paz es el modo propio de estar Dios consigo mismo. Dios es paz. Él nos regala su paz; una paz que sólo Él nos la puede dar. Por eso Jesús diferencia su paz, de la paz que el mundo puede llegar a dar (Jn 14, 27), y hace de ella el gran don de su pascua: “La paz con ustedes”, es su saludo de resucitado (Jn 20, 19. 21. 26.).
Les ofrezco el camino de la Paz, en tres perspectivas:
Hacer la paz en el propio corazón.
Buscar la paz en la comunidad.
Irradiar la paz al mundo.
1. Hacer la paz en el propio corazón
Lo primero que uno puede constatar es que la paz es el anhelo profundo del corazón. Y lo es por un doble motivo: porque hacia ella tendemos desde las raíces mismas del ser; y porque hacia ella corremos al percibir que la paz sintetiza y engloba lo que intuimos como nuestra felicidad.
El ser pide, desde lo profundo, existir en la paz. Es su modo propio de ser y existir en la verdad y en el amor. Su fundamento está en el ser de Dios, quien existe y es, en la Paz.
Mientras existimos, ella se levanta como promesa en el horizonte de nuestra conciencia y nos atrae como el bien más preciado. No descansamos hasta alcanzarla. Pero aunque real una vez alcanzada, ella nos es frágil y precaria en esta vida, sólo Dios nos la puede dar y mantener, porque Él mismo es la Paz (Ef 2,14; 1 Tes 5, 23).
2. Buscar la paz en la comunidad
Si ahora nos fijamos en la comunidad, en el contexto humano más inmediato en que vivimos, vemos que la paz sigue siendo fruto del Espíritu Santo, es decir, gracia y colaboración humana. Es verdad que las estructuras humanas y comunitarias ayudan a que la paz se dé y son muy importantes, pero ellas no producen la paz: la paz sigue siendo en la comunidad un fenómeno de gracia y del empeño de los hombres o mujeres que la componen. Ella es fruto de la unión de nuestras personas singulares, con todas sus notas de individualidad, en la comunión que constituye a la comunidad. Es el milagro de la unión de los corazones individuales en la unidad de la comunión. En otras palabras, la ¨con-cordia¨.
Para alcanzarla, debemos siempre hacer un cierto esfuerzo de salir del ámbito más o menos estrecho de nosotros mismos para encontrar y comulgar con los demás. Este movimiento de por sí suele ser costoso y muchas veces el concordar con los demás implica renunciar, posponer, resignar propios deseos e ideas. Es el aspecto pascual de buscar la paz en la comunidad, que Dios bendice y el Espíritu Santo hace florecer en el corazón del que se empeña en amar al prójimo y a Dios en su expresión comunitaria. De aquí la importancia de la presencia de los ¨pacíficos¨ y las ¨pacíficas¨ en la comunidad; a su modo ellas y ellos engendran paz, a partir de la paz que viven y llevan en su corazón. Ejercen verdaderamente un ¨ministerio¨ entre nosotros.
3. Irradiar la paz al mundo
Estamos llamados a ser luz y sal del Evangelio (Mt 5, 14-18), pero también pacificadores, es decir, hombres y mujeres que alcanzados por Dios se empeñan en ser hijos e hijas de Dios en medio de sus hermanos, abriendo caminos de entendimiento y comunión. A ellos Jesús los llamó Bienaventurados (Mt 5, 9), porque pareciéndose a él (Ef 2,13), se parecen a su Padre, el Dios de la Paz (2 Ts 3,6).
Coloquemos – entonces, todos juntos - nuestros pies por el camino de la paz, aceptando el don y su desafío.
Escrito por P. Eduardo Gowland, o.c.s.o.
Ntra. Sra. de los Ángeles
Azul – Argentina
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