Fuente: CEP -Centro de Espiritualidad y Pastoral. Venezuela-
Jesús comienza diciendo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y
Dios ha sido glorificado en Él”. Jesús, antes de su pasión, da un vuelco
total a la muerte: Aquí y en esta historia, una vida vivida como lo ha hecho
Jesús, traspasa ya las barreras de la muerte.
Seguidamente Jesús da un nuevo
mandamiento: “ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Se
trata de la medida, el tamaño y la hondura del amor y del servicio. El
distintivo de los amigos y amigas en el Señor no será otro que el amor al
estilo de Jesús.
Este mandamiento de Jesús no deja de
sorprendernos, porque estamos tan acostumbrados a amar y servir según nuestra
medida, que llegamos al extremo de justificar nuestros pequeños y endebles
gestos de servicio y generosidad. Pero para el cristiano, incluso para todo
hombre y mujer, la medida del amor no está en sí mismo. Sería mezquino reducir
el amor y la misericordia al tamaño de nuestro corazón y al tamaño de nuestros
efímeros gestos de entrega y donación.
Amar como nos ama el Señor es pasión
por las personas y por la vida. De ahí que quien aprende a amar y a tratar como
lo hace Jesús, construye amistad y solidaridad superando cualquier obstáculo,
porque ha descubierto que ha sido y sigue siendo amado. Para dar todo el
sentido y hondura que tiene este mandato fundamental de Jesús, podríamos sintetizarlo
en esta afirmación: “la auténtica estatura humana de todo hombre y de toda
mujer es la estatura de su amor y su servicio”.
Los cristianos y todo el que se sienta
realmente humano, ama a partir de un “amor mayor” en el que se ha descubierto
profundamente amado, perdonado y sanado. Sabe que no le toca a él poner las
condiciones o límites del amor. Sabe muy bien que el amor auténtico es un don y
una gracia. Por eso, si quiere autenticidad ha de amar sin esperar nada a
cambio, sin contraprestaciones.
Con frecuencia nos preguntamos por la
poca vida que hay en nuestra familia, trabajo, comunidades y hasta en la
sociedad, sin acertar con las causas reales. Y no debería ser tan difícil.
Bastaría que asumiéramos con todo el riesgo que supone, el mandamiento nuevo
del Señor, de amarnos como Él nos ama. Sólo así tendríamos el gozo de
experimentar que todo empezaría a ser diferente. Todo comenzaría a ser nuevo.
El amor con el que Jesús nos ama lo
aprendió de su Padre, y el Padre ama creando y recreando todo. Jesús recibió
del Padre una manera fecunda de relacionarse que da consistencia a las personas
porque las sirve, las acompaña, las cuida, les exige desde la realidad propia
de cada cual y hasta da la vida por ellas. Su modo de amar es personal y
personalizador. Si nos atrevemos a amar como Él nos ama, podremos comunicar
vida y esperanza en cualquier lugar y circunstancia en la que nos encontremos.
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