Escrito por Manuel Romero
Nos habla de esa dimensión relacional propia de nuestro ser. Provoca salir de la palabra “mío” –tan infantil y egoísta- para pronunciar “nuestro”. La carta del papa nos invita a dar y acoger a Dios, de mío a nuestro, como en la Oración de Jesús.
Repartir o entregar nos lleva a:
Dar para no acumular o que se me pegue. Para que ese algo no me tenga a mí. Compartir es llegar a la convicción de que lo más auténticamente mío es lo que soy capaz de dar.
Redimensionar el destino universal de los bienes. Ahí la Limosna nos sirve de antídoto ante la tentación del apropiarnos de algo -aunque lo permitan las leyes-, impide ese deseo del Creador de que todo es de todos. Y tras lo que hemos vivido, debe desvincularse de la ideología política y recobrar el significado fraterno de los bienes. El preguntarnos si somos de los que comparten o no; de los que saben decir o no adiós.
Y saber pedir. El Maestro de Galilea puede darnos la humildad suficiente para pedir y saber pedir a los otros aquello de lo que carecemos y necesitamos. En esta pandemia –que ha vapuleado el primer mundo- hemos necesitado y nos hemos hecho más solidarios. Y el compartir se ha manifestados en ambos sentidos. En este mundo sobran los avaros que acumulan y los silenciosos que pretenden que los demás adivinen sus necesidades. Abrir el corazón es manifestar nuestra necesidad y propiciar el compartir.
Compartir es un lenguaje de amor que se entiende en todas las lenguas porque es la caridad. Y ahí recibimos siempre a Dios, en el hermano que se acerca a nuestra iglesia cuaresmal. Y ahí acogemos la vida, en la esperanza de la Pascua.
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