haz un boquete en el cielo
y cuélate en nuestra historia.
Ven a prisa, Niño lindo,
con tu ración de ternura,
rasga la noche, rompe el silencio,
despierta con balbuceos alegres,
nuestra humanidad herida.
Contémplanos, Dios chiquito
con tus ojitos de cielo
y nosotros extasiados,
intentaremos mirarte,
seducidos por tu Reino.
Abre tus brazos, pequeño
y acoge nuestras pobrezas,
los harapos que traemos;
abriga nuestra indigencia
con un derroche de gracia,
un abrazo compasivo,
y un único sacramento.
Susurramos la Palabra,
la que anule las sorderas,
las parálisis, los miedos;
dinos lo definitivo:
el canto, balada liberadora,
el grito, esperanza conquistada,
el trino, quena que aproxima el infinito.
Asómate, Dios chiquito,
con tu celestial grandeza,
desconcierta a los soberbios.
Ven inmensidad sin morada fija
y levanta a los humildes,
alegra a los tristes,
abraza a los desprovistos de amor,
abre caminos a los peregrinos.
Y quédate, Dios chiquito,
acunado en nuestros brazos,
y encarnado en nuestro pueblo.
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