"María se pone a nuestro lado para enseñarnos cómo dejar a Dios hacer grandes
cosas en nosotros, cómo abrirnos a su presencia, cómo escuchar su Palabra.
Junto a ella, la primera creyente, aprendemos qué es la fe y en qué consiste
esa actitud de reconocerse pequeño y frágil, pero inmensamente querido y
perdonado.
En María vemos el resultado victorioso de lo que acontece cuando alguien
consiente que Dios intervenga en la propia vida y hasta dónde puede llegar la
acción de ese Dios que siempre está llamando a nuestra puerta para estar con
nosotros, como lo estuvo con ella y para llenarnos de gracia, como la llenó a
ella.
En el Magnificat encontramos la maqueta de cuál es la actitud correcta (“justa”,
diría el AT), para relacionarnos con Dios. Está resonando en él el eco de lo
María había dicho al final de la escena de la Anunciación: “hágase en mi según
tu palabra”. Ahora la escuchamos decir: “Ha hecho en mí grandes cosas el
Poderoso, aquel cuyo nombre es Santo...”
Así de sencillamente nos encontramos con que María ha superado el “culto
antiguo”ha entrado en el culto “en espíritu y en verdad” del que habla S.Juan
en el encuentro de Jesús con la samaritana. “Estos son los adoradores que el
Padre busca”...dijo Jesús a la mujer. Y al terminar de rezar el Magnificat nos
damos cuenta de que, por fin, el Padre ha encontrado la adoradora que buscaba.
Y ha ido a encontrarla no en el Templo de Jerusalén sino en una aldea perdida
de Galilea desconocida por todos.
Hay una serie de actitudes que podemos considerar como típicas del "culto
antiguo" y que María deja atrás: intervenir, hacer, merecer, separar,
satisfacer. Y frente a ellas, el “hágase” de María en la Anunciación y su “ha
hecho en mí grandes cosas” expresan su actitud ante Dios que podría
descomponerse, como un arco iris, en verbos como éstos: aguardar, consentir,
agradecer, unificar, desear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario