(de Punto Corazón/ dic de 1996 - marzo de 1997)
La multiplicación de gestos y de palabras de Jesús en ese santo Jueves está ahí para
significar un amor sin medida, infinito, inesperado...
«En medio de la cena, Jesús se levanta de la mesa, se saca su manto y tomando una toalla, se la ciñe a la cintura. Luego se puso a lavar los pies de los discípulos...»
Entremos en la pasión de amor de Jesús, en su pasión de dolor,(…) dejándonos habitar por este gesto.
1. Les lava los pies como para manifestarles la misión de servidor: tanto la suya como la de ellos.
Tal vez la comida festiva apenas ha comenzado. Cuando Jesús se levanta, imaginamos las miradas de los suyos, inquietas, curiosas, atentas: «¿Qué va a hacer? ¿Ya nos va a dejar?» El Maestro se aparta. Se quita la ropa. Eso intriga más todavía. Para semejante comida, ¿acaso uno no se viste mejor todavía? ¿Por qué Él parece desvestirse?
Jesús ya perdió las prerrogativas de su divinidad; ahora parece perder sus derechos de
Señor y de Maestro; se presenta como un pobre servidor. Esta vez, su camino no deja
ninguna duda. Cumple un difícil descenso. Y si Él teme beber el cáliz hasta el fondo, no se
protege por ello, no busca impresionar, se quita la túnica. Y delante de cada uno de sus
amigos, se arrodilla, como un mendigo, teniendo como única arma una vasija con agua y una toalla. Su mirada es fuerte y, a la vez, perfectamente humilde. Parece implorar con un inmenso respeto la libertad de cada uno: «¿Quieres?...» Haciendo esto, Cristo revela su misión: Él es Servidor -servidor de los designios del Padre, servidor de los hombres.-
Cumpliendo el servicio más humilde, cumplió el servicio más sublime: la liberación del
hombre. Jesús sumerge en el agua los pies de sus discípulos, los refriega con sus propias
manos, los seca con la toalla que, según Adrienne von Speyr, significa la Iglesia recogiendo la gracia sobreabundante de Dios. Él limpia los pies, y el corazón de cada uno se encuentra así purificado. Es que cada gesto del Señor -incluido el más externo- alcanza la intimidad más profunda del corazón.
Él va a mirar a los hombres poniéndose más abajo que ellos, como un niño mira a los
adultos, como un anciano todo encorvado levanta la cabeza, como un paralítico... Y va a dejarse mirar de lo alto por los suyos, como si aceptara su juicio, como si los tomara por
maestros. Se pone abajo, bien abajo, para elevar a los que le temen, para levantar a toda la humanidad.
No existe gesto más revolucionario que el Lavatorio de los pies: éste derrota todas las
inteligencias, conmueve todos los corazones: ¡¿Dios refregando los pies de los hombres?! ¿Es éste, entonces, Dios? ¿Es éste su poder? ¿Así se realiza la salvación de la humanidad?
2. Les lava los pies como sellando una alianza
Para los discípulos, ese gesto del Maestro crea con Él una relación nueva. Uno tras otro
descubren que son conocidos por Él como nadie los conoce… El Señor sabe. Sondea las entrañas y los corazones. Sabe todo de ellos... Ellos están desnudos ante Él, sin embargo no tienen miedo, no temen nada... Al contrario, gozan de una paz única.
La mirada del Señor no juzga, ella los recrea en la gracia, los fortifica. Su mirada desposa a sus amigos, desposa todo de ellos elevando lo que ellos son con un respeto inaudito. Los hace entrar en su vocación. ¿No será en ese momento en que Simón se vuelve verdaderamente Pedro? ¡A esta altura, el amor de Cristo por cada uno de sus amigos es tan ardiente que ellos romperían a llorar, como si su corazón fuera sin duda algo demasiado estrecho para acoger un don semejante!
Así, el Lavatorio de los pies es más que un simple lavatorio de pies... Es el gesto que elige Cristo para manifestar a cada uno el amor único, infinito con el cual los colma. Es un gesto de desposorio, es la marca de la alianza que Él sella con cada uno de los que salva, es como el punto clave de su encarnación. Es el más bello de los besos de la Misericordia a la miseria, el más salvífico.
3. Les lava los pies como para manifestarles su dignidad
La presencia de Cristo a los pies de Pedro, de Santiago, de Judas revela el hombre al
hombre. Le hace comprender su sorprendente dignidad…
El hombre está colmado de tanta dignidad que Dios no dudó en encarnarse para salvarlo. Pero también está tan herido que hará falta la herida de la cruz para restablecerlo en su belleza de hijo. Como el Hijo pródigo, cada uno está invitado a vivir en la casa del Padre ¡y él se va a arrastrar entre los cerdos! Es rey y esclavo... Es libre y prisionero... Es el conocimiento que Jesús ofrece a aquéllos que se dejan lavar los pies por Él. Es el conocimiento que Jesús da a Pedro, después de sus negaciones: en la mirada de Cristo, silencioso y lleno de palabras, el apóstol descubre finalmente lo que es -y, esta vez, lo acepta-: un hombre pecador, terriblemente pecador, por quien Dios no duda en entregarse como sacrificio.
4. Les lava los pies como para abrirlos a un don más grande
Para Cristo, el Lavatorio de los pies es un preludio, es un comienzo. No es para nada un acto de conclusión. Es el gesto del umbral...
Con Cristo, siempre el camino va de plenitud en plenitud, de don perfecto en don perfecto. Y los discípulos están todavía tan conmovidos como intrigados cuando el Señor, dándoles el pan, prosigue: «¡Éste es mi cuerpo!»
El don de la misericordia, del humilde servicio, desemboca en el don del cuerpo, del ser por completo. Jesús comienza por purificar los suyos porque el amor no puede coincidir
con la tibieza, la amargura, el egoísmo. En ellos, todo el espacio debe ser liberado por el amor infinito que Cristo quiere brindarles. Con ellos, Él quiere ser solamente uno. El Lavatorio de los pies no tiene otro sentido que el de permitir esta «comunión», esta identificación definitiva del Maestro con sus discípulos, que triunfará en el momento en el cual se presentará ante el Padre cargado con todos los pecados como si fueran los suyos propios.
5. Les lava los pies como para revelarles el verdadero corazón del Padre
El lavatorio de los pies da al hombre un justo conocimiento de sí mismo. Pero allí no está
lo esencial. A través de Cristo, arrodillado delante de cada discípulo, es el corazón del
Padre que se revela. Cuando Él refriega los pies de sus amigos y los seca con la toalla que lleva en la cintura, Jesús habla del Padre, Jesús vive el Padre: «Quien me ha visto, ha visto al Padre...»
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