Estamos
ya en la 4ª Semana de Cuaresma y la
Liturgia retoma el signo medicinal y sanador de la serpiente
levantada por Moisés en el desierto para mostrarnos la salud y la vida que
trae la Cruz de
Jesús.
Qué tiene el Hijo
del Hombre en la cruz que irradia verdad, bondad y amor. Qué difícil mirar
al Crucificado y no conocerlo, conocerlo y no amarlo, amarlo y no seguirlo.
Porque Jesús crucificado atrae hacia sí mismo cualquier tipo de muerte para
transformarla en vida.
En la Cruz se nos revela hasta
dónde ha sido Dios capaz de abajarse. En la Cruz , dice San Pablo (Flp. 2,7-8), se manifiesta
la grandeza del amor, que es el rostro humano de Dios. La Cruz , que siendo signo de
dolor, se convierte en signo auténtico de luz y sanación.
El evangelista (Jn.
3, 12-25) afirma que la condenación se debe al rechazo de la luz. Es decir, a una
vida mantenida a fuerza de tinieblas, a fuerza de torcer la verdad y a fuerza
de estrangular el amor. Por ello ante el Crucificado que es la Luz queda cribada toda
actuación.
La experiencia de la Cruz es experiencia de
discernimiento porque criba nuestra vida desde tres aspectos muy importantes:
- Si somos capaces de aceptar la cruz sin amargura ni resentimientos, sino como el medio más apto y eficaz para llegar a la autenticidad.
- Si estamos dispuestos a seguir caminando en la vida después de los conflictos, afrontando las limitaciones propias.
- Si permitimos que la cruz transforme nuestros desórdenes y egoísmos para poder amar y servir cada vez más desinteresadamente a las personas.
En la Cruz se topan pecado y
perdón. La Cruz
es el modo más eficaz de «salir de sí mismo» y el modo más real de manifestarse
el ágape de Dios. Humanamente podríamos formularlo diciendo que un amor que se
pierde de este modo se gana para siempre. Ya no puede morir.
Quien fije su mirada en Jesús crucificado no
podrá dejar de preguntarse por la calidad de su amor. Y tampoco dejará de
preguntarse por la calidad de su entrega, de su generosidad y de su modo de
proceder ante las situaciones complejas de la vida.
Quien centre su razonamiento y afecto en el
Crucificado será devuelto a la vida, habilitado para ser amable ante
toda dureza, sensato ante toda insensatez, abierto ante toda cerrazón, sencillo ante toda prepotencia y lúcido ante toda
tiniebla...
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