Día
17: El Camino de la Pasión
En
los días anteriores estuvimos rezando entorno a la última cena en dónde nos
dejamos lavar los pies por Jesús y escuchamos sus palabras de despedida,
dejándonos asombrar por este Señor que en la pasión, hace suyo los dolores y
los sufrimientos de todos los hombres y mujeres del mundo y de todas las
épocas.
Nos
dice la hna Marta Irigoy, que es una linda gracia para pedir, que experimente
como en la cruz del Señor, está mi cruz. Este “por mí” que siempre es bueno
recordar. El Señor que por mis pecados va a la cruz, pero no por culpa mía sino
porque me amó y se entregó por mí y porque no quiere que nadie se pierda… Jesús
en la cruz es el buen pastor, se carga con mis heridas y a través de sus
heridas me sana y nos sana.
San
Ignacio no busca que estas contemplaciones de la cruz sean causa de dolorismos
estériles, sino de consolaciones profundas, consolaciones fecundas, para
consolar a otros.
Por
eso al presentar esta etapa de los ejercicios lo hace teniendo en el horizonte
la Pascua, contemplamos en estos días el misterio pascual, centro y sentido de
nuestra fe. Estamos invitados a entrar en el misterio pascual que es un
misterio de amor que tiene como fundamento el anonadamiento del hijo. Jesús no
entra en la pasión como un super hombre, sino que atraviesa este paso tomando
la fragilidad como compañera, y en ella descubrimos la desconcertante fortaleza
de Dios.
Contemplar
ignacianamente la pasión es sumergirnos en el eterno presente del hoy, por eso
en este hoy estamos invitados a descubrir en cada dolor propio y de mi prójimo,
el acontecer de algo sagrado. La pasión sucede hoy y en este hoy el Señor me
invita a caminar silenciosamente para descubrir de un modo nuevo, cómo el
anonadamiento te revela la gloria de Dios.
Recorrer con
Jesús la pasión = Padre Ángel Rossi
Dentro
del seguimiento del Señor decimos que la espiritualidad ignaciana es una
espiritualidad de seguimiento del discípulo, de aquel que escucha el llamado y
lo sigue sirviendo, encontrando el lugar donde el Señor nos pone para el
servicio. Por eso buscamos la voluntad de Dios para seguirla.
En
esta etapa de los ejercicios el seguimiento se hace más difícil porque ya no
seguimos a un Señor fascinante sino a un Señor desconcertante, silencioso, que
ya prácticamente no habla. A medida que nos vamos acercando hacia la Cruz, el
Señor se va silenciando, y el que es la Palabra se hace silencio.
Ayer
como composición de lugar rezamos en torno al lavatorio de los pies, y en lo
que se llama las despedidas y la oración sacerdotal; nos hemos sentado a la
mesa con los discípulos, nos hemos dejado invitar por el Señor a lavarnos los
pies y el Señor nos dejó en el símbolo de la palangana, la jarra y la toalla –
explicándonos a través de un gesto plástico – lo que espera de nosotros. Él
espera que podamos tomar estos instrumentos como símbolo de servicio.
Hoy
les propongo que sigamos leyendo la pasión: Evangelio según San Juan 18 y 19; o
si quieren tomar los otros evangelistas, Mateo a partir de capítulo 26 y 27,
Marcos 14 y 15, Lucas 22 al 23. Buscando el evangelista que nos da más
devoción, la propuesta es acompañarlo al Señor. Nos ponemos al lado de Él en
actitud de servicio. Uno puede imaginar que tratamos de suavizar las penurias
del Señor y la composición de lugar puede ser cualquiera de las escenas de la
pasión. Al ir recorriendo y haciendo una lectura serena, nos quedamos “allí
donde encuentro gusto”, donde siento que me hace bien y que me podría quedar
dándole vuelta al tema y conversar con el Señor, para reflexionar sobre mi
vida.
Romano
Guardini decía que en el Vía Crucis, en el camino de la cruz, el desafío es
encontrar dónde el Señor me está esperando. Es como si en Jerusalén hubiera un
rinconcito donde el Señor me espera a mí. Para unos será sentado en la mesa en
la Última cena, para otros será en el camino de la cruz, otros al pie de la
cruz junto a la Virgen; para otros será con Nicodemo y José de Arimatea en el
sepulcro cuando van a pedir el cuerpo del Señor; para otros puede ser cuando
está en los patios de Pilatos y de Caifás donde el Señor pasó horas sentadito
en soledad… son escenas que a veces se nos pasan de largo y son donde el Señor
está a la intemperie esperando un juicio injusto y lo acompañamos en su soledad
y paciencia.
Por
lo tanto la composición de lugar es seguirlo al Señor en cualquiera de las
escenas de la Pasión, que pueda servirnos para la contemplación. Incluso diría,
no apurarse a ir a la cruz. En cada gesto de la pasión el Señor está en
plenitud. Y lo que pedimos en este momento, será aquí “dolor con Cristo
doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrima y pena interna de tanta
pena que Cristo paso por mí”. Pedimos el compartir con Jesús, desde el
agradecimiento del “por mí”. Cada gesto de la pasión fue por todos los hombres
de todos los tiempos y también cada gesto fue por mí. Por supuesto que esto es
una utopía pero si el mundo hubiera sido yo solo, el Señor no se hubiera
borrado en ninguno de los gestos de la pasión, hubiera tenido los mismos gestos
que tuvo y lo hubiera hecho solo “por mí”. Este “por mí” es muy fuerte porque
nos mueve al agradecimiento pero también nos mueve a la admiración y al
compromiso.
Normalmente
frente al gozo uno tiende a retenerlo, a prolongarlo entonces cuando uno tiene
momentos lindos uno quisiera eternizarlos… es la tentación de Pedro en la transfiguración,
“hagamos tres tiendas” como diciendo “no bajemos del monte, no vayamos a
Jerusalén, nos quedemos acá”. Y el Señor le dice que hay que seguir el camino.
Pero
ante el sufrimiento la reacción natural es huir, desentendernos… por eso se
dice que frente a la pasión y la cruz, normalmente hay dos posturas, no hay
muchos puntos medios. Frente a la pasión o huimos o permanecemos, son dos
actitudes del corazón y justamente la gracia que pedimos es la permanencia,
“que yo pueda estar”.
Textos iconos de
huida:
- Los discípulos resistiéndose a que Jesús vaya a sufrir y que suba a Jerusalén,
- Marcos 9 – 32, el segundo anuncio de la pasión: “ellos no entendían lo que les decía y tenían miedo de preguntarle”
- Marcos 14, 37: Los discípulos durmiéndose en Getsemaní, como un modo inconsciente de evadirse justo cuando el Señor los necesitaba junto a Él, acompañándolo. En el momento más terrible, los tres se duermen como quien no entiende o no soporta.
- Marcos 14 -50: “y abandonándole huyeron todos”
Textos iconos de
permanencia
- Lucas 22 – 28: “Ustedes son los que han permanecido conmigo en las pruebas”
- Mateo 26, 38: “Permanezcan aquí y velen conmigo” lo que Jesús les pide a los discípulos en Getsemaní,
- Juan 19, 25-26: “junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María de Cleofás, María Magdalena” “Jesús viendo a su madre y a su lado al discípulo amado”… es quizá el icono por excelencia de la permanencia. El texto nos dice que simplemente “estaba”. El desafío para nosotros es “estar” en silencio al pie de la cruz y pedir la gracia de no huir.
Habría
que analizar cuáles son las formas con las que nos fugamos de nuestra cruz.
Cada uno tiene su modo de huir, pero a la cruz no se la puede “gambetear”. Se
dice que el un hombre que huye no soporta el silencio, no sabe de espera, no
aguanta ni abraza nada y se saca de encima todo. En cambio el hombre que sabe
estar al pie de la cruz, espera, aguanta, abraza, sostiene. En esta imagen del
“saber estar”, está simbolizada en María.
“Estar junto a Él”
Otras
forma de meditar es estar frente al Señor, junto a Él. Uno puede imaginar una
escena, un Jesús sentado en un patio solito en el momento que va hacia la cruz
o en el momento que es crucificado… quedarnos junto a Él, mirarlo, permanecer a
su lado y hasta les diría que suelten los textos. Uno los lee y después los
deja y se queda frente al Señor en cruz y permanece a su lado pobre y
silenciosamente, y dejar que fluya lo que salga. Para unos fluirá el
agradecimiento, para otros surgirá la petición, para otros el pedido de perdón,
para otros el deseo de servirlo. El desafío es ir allí y ponerse frente a Él.
Van
der Meer, poeta holandés, cuando habla de su conversión en “Nostalgias de Dios”
la define de esta manera: “el viernes santo entre las doce y las tres de la
tarde, encontré todas las respuestas a las grandes preguntas de mi vida”. A
ésta conclusión el poeta la obtuvo sentado frente a la cruz de Jesús en
Notedrame, la Catedral de París.
Algún
autor dice que Cristo en cruz es como un libro abierto que tiene una palabra
para mí, y se pregunta el autor por qué no vamos más seguido a leerlo, a buscar
la palabra que el Señor desde la cruz tiene reservada para mí. Ésta es otra
forma, quedarnos frente a la cruz y dejar que el Señor nos consuele, nos de
fuerzas, nos anime, que nos llame, que nos sostenga… lo que a cada uno le brote
del corazón. Dejar que fluya el sentimiento y poder decírselo al Señor con
nuestras palabras.
En
Hebreros 12,2 San Pablo dice “levantemos la mirada hacia Jesús”, esto es lo que
buscamos… fijar la mirada en Jesús en la cruz, ya que Él es el guía, el
conductor, el que va delante de ti, el que te precede en el camino, el que te
conduce en medio de la oscuridad y de las dudas, el que te enseña a ir más allá
de todas las las noches.
Otro
modo de rezar que nos puede ayudar en la pasión es poder trasladarme
mentalmente a algún lugar de dolor dentro de los lugares donde se desarrolla
nuestra vida (trabajo, estudio, familia, etc). En cada uno de los ámbitos en
que nos movemos uno podría – si nos animásemos – ver cuál es el lugar de más
dolor. A veces dentro de mi familia, cuál es el que de un modo especial
necesita que estemos cerca, que animemos, que consolemos, que acompañemos… y
entonces trasladándome a ese lugar con la imaginación poder recorrer la pasión
pero dándole un sentido de encarnación, no está en el aire sino que es una
experiencia encarnada en nuestra vida.
El grito de
Jesús
Hay
un comentario de Martín Descalzo en el que dice que le llama la atención que en
Mateo 27,50 dice allí que “Jesús lanzando un fuerte grito expiró”. La tradición
de la Iglesia nos hace rezar lo que llamamos las últimas siete palabras de
Cristo pero muchos Santos Padres se han fijado en esta octava palabra que no
está explicitada. El texto no habla de un murmullo o susurro. ¿Qué sería este
fuerte grito? ¿Un grito de fracaso, un grito de triunfo o una mezcla de las dos
cosas?
Sin
querer forzar el texto uno podría imaginar que en ese grito me nombra a mí, me
hace pasar por su corazón y me nombra. En su devoción uno puede imaginar que el
Señor al morir nos nombró con todo el amor del mundo, con ese amor infinito con
el que va a la cruz.
Por
otra parte, ese grito del Señor en la cruz antes de expirar tiene un eco, queda
tácito, no sabemos lo que dijo pero es un eco que queda en toda la historia, en
cada hermano que sufre y que necesita un oído atento. A veces puede ser un
gemido muy suave y a veces un grito tan estridente que huimos para no escuchar…
es el grito de la noche oscura de los santos, es el grito de los hospitales, es
el grito de los solitarios, es el grito de los que están sin trabajo, son los
gritos de los niños de la calle y tantas formas de grito. A veces sonoros y a
veces gemidos muy suaves pero tremendamente profundos, y si nosotros no
permanecemos no los vamos a poder escuchar. Tomará la forma de soledad, de
enfermedad, de angustia conforme a aquellos que conocemos y están cerca
nuestro.
Martín Descalzo decía:
“A
veces me pregunto si Dios no debería concedernos a todos los humanos un don, un
don terrible. Concedérnoslo una sola vez en la vida y sólo durante cinco
minutos: que una noche se hiciera en todo el mundo un gran silencio y que, como
por un milagro, pudiéramos escuchar durante esos cinco minutos todos los llantos
que, a esa misma hora, se lloran en el mundo; que escucháramos todos los “ayes”
de todos los hospitales; todos los gritos de las viudas y los huérfanos;
experimentar el terror de los agonizantes y su angustiada respiración; conocer
-durante sólo cinco minutos- la soledad y el miedo de todos los desocupados del
mundo; experimentar el hambre de los millones de millones de hambrientos por
cinco minutos, sólo por cinco minutos. ¿Quién lo soportarla? ¿Quién podría
cargar sobre sus espaldas todas las lágrimas que se lloran en el mundo está
sola noche?”
Esto
no es para darle vuelta al dolor sino para pensar en el gesto inmenso del Señor
por nosotros. Al ponernos frente a la cruz del Señor nos animemos a pedirle la
gracia de tener el oído atento para poder ver en nuestra propia vida, en el hoy
que nos toca vivir, qué forma tiene este grito del Señor al expirar y de qué
manera el Señor me llama a mí a través de él. Uno puede animarse a saber en
dónde está encarnado este fuerte grito cuando el Señor expira, que es un grito
del que también hay que hacerse cargo.
Jesús nos regala a su Madre
El
Señor con mucha delicadeza nos ha hecho el más precioso regalo para poder vivir
la cruz. Cuando parecía que el crucificado ya no tenía nada más para dar,
cuando el despojo era total, tiene esta delicadeza de regalarnos lo más
hermoso, lo mas grande, lo que normalmente uno no regala que es a su madre.
En
los momentos de abatimiento y de debilidad es cuando tenemos más cerca a la
Virgen para exponerle todos nuestros pesares frente a las fragilidades,
nuestros despojos y nuestros pecados. Creo que nos hace bien ir a cobijarnos
cariñosamente a los brazos de la Virgen porque es un lugar del que difícilmente
podemos huir.
Julian
Green, el escritor francés, posiblemente imaginaba en el momento de la piedad a
la Virgen con Jesús en brazos, y en ella se vuelve a repetir el gesto del
nacimiento en donde la Virgen lo recibió recién nacido. Misteriosamente el
escritor halla la fragilidad del hijo recién nacido en el despojo del hijo bajado
de la cruz, entregado y ya vencido. Algunos autores dicen que en este bellísimo
signo de la Piedad tenemos el símbolo más hermoso y perfecto de la esperanza.
En
los brazos de la Virgen se gesta la más hermosa de las dulzuras. Allí comienza
la esperanza cristiana, porque la esperanza cristiana nace cuando ya
humanamente no hay nada que esperar. En el cuerpo liquidado del Señor que ya no
tiene nada más para dar porque lo dio todo, curiosamente comienza a gestarse la
resurrección. Nosotros a veces también nos sentimos un poco así, como muertos
en los brazos de la Virgen o querríamos poner en sus manos aquellas cosas que
humanamente ya no nos prometen absolutamente nada. Posiblemente de allí
comience a surgir misteriosamente la parte más hermosa de nuestra fe, lo más
dulce de Cristo, ahí comienza la resurrección, cuando lo humano de Cristo no
ofrece nada.
Posiblemente
Julian Green imaginaba esta escena de la Virgen y entonces se toma la
atribución como hijo de acurrucarse junto a ella… así como los niños que ponen
la cabeza sobre la falda de la mamá, y dice:
“A
María la saludo porque es hermosa y porque estoy completamente solo y tengo la
necesidad de hablar a alguien que me escuche bondadosamente. Entonces yo le
expongo todas mis alegrías y todos mis pesares, me lamento ante María de mi
soledad y estoy menos solo, le digo que tengo un corazón humano y que este
corazón tiene frío y ella lo comprende porque es la madre de toda la humanidad.
Cuando cierro los ojos es como si me acurrucara contra ella con la frente entre
sus rodillas y como si ella me acariciara el cabello con la punta de sus dedos.
Tales son las fantasías de un alma embriagada de tristeza”.
Una
imagen bellísima de un hombre sumamente pecador pero también sumamente piadoso,
que se siente muy hijo y que necesita ese lugar de cobijo en este caso junto a
la Virgen dolorosa. Es un modo de contemplar la pasión que nos puede hacer
bien, pegarnos a la Virgen, porque de otro modo no nos daría la vida para
transitar la pasión.
María, quédate
en casa
Y
quizá tomando esta misma escena de Juan en donde Jesús nos entrega a su madre,
puede servirnos también aquella escena donde Jesús le entrega a Juan como mamá.
“Jesús
desde la cruz le dijo a María “la casa de Juan es tu casa, María”. A partir de
ese momento María sería la madre de Juan y Juan sería su hijo. Ella que había
vivido en la casa de Dios ahora tendría que vivir en la casa de los hombres,
pero aceptó muy gustosa ir a vivir a la casa de Juan, y seguramente estaría muy
gustosa de venir a vivir en cualquiera de nuestras casas.
Es
muy probable que además de vivir en la casa de Juan pasara temporadas en las
casas de los otros apóstoles. Todos querían tener a María en su casa y
seguramente María recorrería la casa de todos. Por lo tanto, nos puede surgir
como oración a nosotros, poder decirle: “Vení a nuestra casa María”.
Es
probable que Juan tuviera su casa desordenada y que hubiera polvo por todos los
rincones y platos sin lavar, y María se pondría a ordenar todo aquello. Ella
sabía hacerlo muy bien porque había sido ama en la casa de Dios. Todo quedaría
pronto más limpio, mas ordenado, más agradable.
“Verás
María, ese pequeño desorden que encontraste en la casa de Juan lo vas a
encontrar en todas nuestras casas, y probablemente más lío que en la casa de
Juan. En nuestra casa también suele haber muchas cosas que no están en su
lugar… probablemente en la casa de Juan encontraste redes desordenadas y te
pusiste con tu paciencia a desenredarlas. En nuestras casas también vas a
encontrar varias cosas enredadas, varios lazos familiares que se han roto y
otros se han retorcido… María, vos sabés cómo desenredar y soltar todo esto, te
agradeceríamos que te des una vuelta por nuestras casas para desenredar más de
un lío.
En
la casa de Juan encontrarías cosas que no estaban en su sitio, también en
nuestros hogares puede que encuentres un poco de esto, personas que no están en
su sitio, madres de familia que están poco en casa, hijos que no son
controlados como deberían estarlo, esposos que no están en el sitio de esposos
y ancianos que quizá estén demasiado arrinconados.
En
la casa de Juan seguramente has encontrado cosas que estorbaban, que no servían
para nada más que para ocupar lugar y juntar polvo… también en nuestras casas
vas a encontrar cosas que sobran. A veces sobra el egoísmo, a veces los malos
modos, a veces el mal humor, a veces la violencia.
Tu
en la casa de Juan irías poniendo cada cosa en su lugar hasta que no faltara
nada de lo que debe haber en una casa. Ven a nuestras casas María, porque a
nosotros también nos faltan cosas importantes para la casa. En algunas casas
falta la paciencia, en otras falta el sacrificio, en otras falta el amor, en
otras la alegría.
María
te pedimos que te des una vuelta por nuestras casas, solo vos puedes ayudarnos
a organizar bien nuestros hogares… Vos que pusiste la casa de Nazaret con tanto
gusto que vino a vivir el mismo Dios con vos.
Te
invitamos a nuestra casa porque sabés muy bien que desde que murió tu hijo
Jesús tu casa es la casa de Juan, tus casas son las casas de tus hijos, los
hombres. Ven a vivir con nosotros que estás en tu casa, María”.
Quizá
nos pueda ayudar después de contemplar la pasión o durante la pasión, ponernos
codo a codo con la Virgen y pedirle que ella nos acompañe y nosotros
acompañarla a ella.
En
la composición de lugar podríamos decir “¿quién soy yo para acompañarla a ella?
Pero acá estoy, si en algo te puedo ayudar, aunque sea para que me sientas
cerca…” Y a la vez que ella nos de fuerza para también nosotros hacernos cargo
de nuestra propia cruz y de hacer nuestro propio caminito de pasión que va
hacia la resurrección.
Lo
dijimos el otro día no lo contemplamos desde el fracaso, no lo seguimos al
Señor desde lo deprimente sino que pasamos por el dolor como un puente que va
hacia la resurrección y esto es importante también para nosotros.
Que
sea esa la gracia, que podamos meditar serenamente la Pasión durante estos
días. Frente a la cruz, en silencio, dejen que el Señor nos diga la palabra que
mas necesitamos escuchar. Y a la vez, trasladarnos con el corazón a algún lugar
de dolor y cruz en donde como los discípulos, nosotros también le esquivamos y
huimos. Que el Señor nos de la gracia y la fuerza junto a la Virgen de la
permanencia de no aflojar y estar humildemente junto a él.
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