sábado, 25 de abril de 2015

¡Help! ¡Help!

Por  Diego Fares sj 

Yo soy el Buen Pastor, el Pastor hermoso. El buen pastor da la vida por las ovejas. El que es asalariado, en cambio, y no pastor, como no le son propias las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye -y el lobo las arrebata y las dispersa- porque es mercenario y no le importan nada las ovejas.
Yo soy el pastor hermoso; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,  como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.
Por eso me ama el Padre (con amor de predilección), porque Yo entrego mi vida, para tomarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para tomarla de nuevo; esa es el mandamiento que he recibido de mi Padre»   (Jn 10, 11-18).

Contemplación

Hoy quiero rezar contemplando a las ovejitas que se hundieron en el Mar Mediterráneo el domingo pasado. Se murieron sin poder para recuperar su vida. Y esta impotencia llama a Jesús.

“Buscaban una vida mejor”, dijo el Papa conmovido durante el rezo del Regina Coeli. Y lo que más nos conmovió, “eran personas como nosotros”. Eso dijo: “Eran personas como nosotros, hermanos nuestros que buscaban una vida mejor, hambrientos, perseguidos, lastimados, utilizados, víctimas de guerras, que buscaban una vida mejor… Buscaban la felicidad…”.

Quería ver los rostros, los barcos, lo que pasó. Pero no es que haya tanto. En comparación con otras imágenes estas vienen mezquinadas. Así que comencé a imaginar: Los mercenarios meten cientos de personas de más en esas barcazas y las abandonan a su suerte. No son sus pastores, para nada. No les interesan las ovejas. Decía un superviviente que en la espera eran entre 1000 y 1200 Y que los guardias les daban bastonazos al que no obedecía. Vienen de muchos países: Mali, Bangladesh, Eritrea, Somalia, Senegal, Sierra Leona, Costa de Marfil y Gambia. Esperan meses para embarcarse. Varios de los jóvenes dicen que es preferible morir a quedarse en sus tierras, en la situación en que vivían. Se ve que es gente que ha ahorrado mucho tiempo para conseguir esas sumas y viaja con una esperanza.

Tampoco les interesan mucho a los gobiernos, que planean bombardear las barcazas con drones, ni a mucha gente que siente que son invasores, peligrosos, de otra religión, de otra raza... Pero cuando uno se detiene un poco en algunas historias y mira un rato las fotos y lee testimonios, comienza a sentir que es verdad que son personas como nosotros: con sus familiares, con sus pocas cositas que lograron llevar, con sus sueños en esa bodega del barco, todos amontonados, como en las épocas de los esclavos –habían cerrado las puertas de la bodega para que no pasara lo que pasó, que todos se van arriba y se amontonan de un mismo lado y el barco se vuelca-, sin saber qué pasa afuera, sintiendo que en pocos minutos el agua les subió por los pies y que se van a pique y se ahogan amontonados, apenas con tiempo para rezar y para abrazarse y patalear y gritar…  Y para ellos, ya está. Ya pasó. Pero para nosotros no.

Son las ovejitas de ese otro redil, que Jesús dice que también son suyas y que también a ellas las tiene que conducir y que escucharán su voz.

A otros no les interesan mucho. A nosotros sí, porque “son ovejas como nosotros”. Somos todos ovejas de ese único rebaño que sueña Jesús, por el que dio la vida. Si lo queremos a él, si le estamos agradecidos de que de la vida por nosotros, si comulgamos, esas ovejitas también nos interesan.

Aquí encontré una foto de cómo son las barcazas. Uno se imagina muchísima gente, pero el barco tenía sólo 20 metros de largo. 20 metros en los que se amontonan todos, cada uno en un lugarcito, las mamás cuidando que no les pisen a los chicos. Busqué una foto y los barcos son así, como este. Si uno trata de contar, los visibles son más de 170, aunque no parezca. Los otros están adentro. Los que no podían pagar más iban al tercer nivel!


Así estaba el barco esa noche, cuando se acercó la lancha para salvarlos y los iluminó con sus faros. Ahí fue que la gente se fue toda para un lado… No sabremos nunca si iban 700 personas, 800 o 900. Pero podemos imaginar, porque dicen que iban como 200 mujeres y entre 40 y 50 niños y niñas. Los demás eran hombres, en su mayoría jóvenes. No se sabe. Nadie las cuenta. Se ve que a último momento hacen subir a más, que con dinero en mano piden un lugar. Dicen que algunos pagaron 1.000 dólares y otros hasta 7.000. Allí se ve por qué meten más gente. Alguno muestra una suma muy grande y otro lo deja pasar.

 Solo hubo 28 sobrevivientes. Solo 28. Y se recuperaron nada más que 24 cadáveres. Los demás quedaron en el fondo del mar. De todas las fotos al final me quedo con esta:


 Leyendo los testimonios de Omar, de Abdirizzak y de Nasir, tres supervivientes, me imaginé que eran como los tres jóvenes que están allí. No el de blanco a la izquierda, que es el Capitán, que se mezcló con los pasajeros y se salvó. Dicen que bebía y fumaba hachís y que cuando se aproximó el carguero, dejó el timón para que no vieran que era el capitán. Ahí chocaron los barcos y luego la gente se amontonó e hizo que volcara.

Omar cuenta que “partieron de Gebilay y de Borama, al noroeste de Somalía, el año pasado. Eran treinta y cinco. Atravesaron Etiopía y luego Sudan y Libia para llegar al puerto de Trípoli. Allí los arrestaron y los tuvieron en la cárcel por meses. Estaba con su hermana Sarah per “la perdí. Zarpó en otra nave y no sé cómo le habrá ido.

Abdirizzak cuenta que fue “un viaje fatigosísimo”. Semanas de sacudidas por las pistas de las caravanas del Sahara. El hambre. La sed. El Sol a pico. Las noches gélidas. La arena en las orejas y en la nariz. Abdirizzak está flaco como un clavo y tienen ojos enormes. Dice que gastó 2000 dólares para llegar atravesando el Mediterráneo. “Tengo un primo en Noruega. Mi sueño es ir allá”.
Cuentan que el pesquero estaba sobrecargado. Cuántos pasajeros? “Y…”. Hacen un gesto con la mano como diciendo “tantísimos, andá a saber”. Mujeres, niños. La vieja embarcación tenía tres pisos: “A los que pagaron menos plata los amontonaron abajo y los encerraron dentro. Nosotros terminamos en el nivel del medio. Arriba estaban los que habían pagado más.  Partimos a las seis. En cierto momento, en la oscuridad, sintieron un golpe y el mundo entero se vino abajo. “Gritaban todos. Empujaban. Vómitos. Puñetazos. Miedo. De abajo, los que estaban encerrados dentro, gritaban Help! Help! No sé como logramos salir afuera apenas a tiempo, mientras el pesquero se iba abajo.

Nazir cuento su historia con un hilito de voz. Vivía con su mamá, un hermano y dos hermanas en Kuliarchar, cerca del río Ghurautra, a dos horas de auto de Dacca. Vida dura. Mucho. En cierto momento en la familia no vieron alternativa. Juntaron el dinero para el avión confiando al jovencito de 17 años la misión de hacer fortuna. “Partí para Trípoli hace dos años, el 16 de mayo del 2013. Por un tiempo no me fue mal. Trabajaba como mecánico en Garian, una ciudad en el desierto a hora y media de Trípoli. Pero poco a poco la guerra civil se acercaba. Un mes atrás me decidí: tenía que irme. Era muy peligroso para mí quedarme allí. Tenía que partir. Tomé el autobús, llegué a Trípoli, busqué alguno que me ayudase a conseguir pasaje en un barco para Italia. Terminé en Gergarisch. Nos metieron en un campo. Éramos muchísimos. Mil, mil quinientos quizás. Nada de camas. Dormíamos en el suelo. Sin siquiera una manta. Calor infernal de día y de noche un frío terrible. Para calentarnos un poco cada uno se apretujaba con su vecino. No veíamos la hora de partir. Cualquier día era bueno. Pero no llegaba más. Finalmente el jueves 16 nos anunciaron la partida. Sábado. La narración se junta con la de Omar y Abdirizzak. Nazir, un amigo que se tuvo que quedar tendido por la fatiga y un tercer compañero de viaje bengalí, no terminaron bajo la cubierta como los otros dos muchachos somalíes. Tal vez porque habían pagado más que los otros. Nos encontramos con una treintena en lo más alto del pesquero. Cerca del comandante sirio y de otro piloto, un tunecino. El sirio bebía . Vino. Bebía, bebía y fumaba hachís. Hacen mímica como que no estaba en sus cabales y no tenía el control del pesquero. A cierta hora, después de haber hecho sonar la alarma pidiendo socorro, vieron arribar una nave. Era grandísima. Y nosotros, tratando de acercarnos, terminamos yendo derecho a chocarla. Instintivamente nos tiramos hacia atrás. Todos gritaban. De abajo, donde estaban encerrados los africanos, sentíamos gritos pidiendo ayuda: Help, Help! Fue un segundo. El pesquero se dio vuelta y terminamos en el agua. Cinco minutos, no más y se fue al fondo. Permanecimos allí, tratando de nadar, una media hora. No se veía nada. Los marineros filipinos de la nave tiraron escaleras de soga. Me agarré y logré salir.

…………….
Del relato me quedan algunas cosas. Una que pareciera que no es como contaron los medios que todos se abalanzaron hacia un lado para pasar a la otra nave. Como si fueran unos desesperados ignorantes del barco en que iban. Estos jóvenes dicen que cuando vieron que iban a chocar se corrieron instintivamente para el otro lado, luego que el capitán había soltado el volante.

De los de abajo sólo quedan en los oídos de los jóvenes –y en los nuestros- esas dos palabritas en inglés desesperado “Help” “Help”. Me dan tanta pena! Esas dos palabras me hacen llorar más que todo lo demás. Imaginar a las mamás que han aprendido a pedir ayuda en inglés, pensando que quizás así los que venían a salvarnos entenderían su pedido. No es un grito desesperado. Es un pedido. Una invocación. Dicha en inglés para que la entendamos bien todos. Hay gente pidiendo ayuda!
Ojalá que Jesús escuche a sus ovejitas. El dice que sí. Y que da la vida por ellas.
…………..
Mi reflexión es esta.
Son tragedias evitables, como las nuestras, la de Cromagnon, la de Once. Muere gente de más porque van amontonados. Y hay que caer en la cuenta de que “son personas como nosotros”. Si hubiéramos sentido que “se acercaba la guerra”, como Nazir, muchos de nosotros hubiéramos optado por meternos en esas barcazas.

Lo que me ayudan a ver estos testimonios es qué tipo de persona quiero ser, con quiénes quiero estar, con quiénes me quiero codear. Qué historias me interesan. Las historias que nadie cuenta, como la de la familia de Nazir que juntó la plata para que él hiciera fortuna, las historias de las que sólo nos queda una palabra –esos ¡Help! ¡Help!... Esas son historias de Vida, de gente que quería vivir bien, que no se resignaba a vivir mal.

Por eso es que hay que reconstruir esas historias, porque son de vida.
Al lado de ese deseo desesperado de vivir, al lado de la valentía de esas madres que se lanzan al mar con sus hijos, al lado de esos que se desprenden de 7.000 dólares, con los que podrían sobrevivir un buen tiempo en sus países, para apostar a una esperanza para sus hijos, qué aburridas qué insulsas resultan las historias que nos cuentan los diarios, de gente aburrida que no sabe qué hacer con su vida. Tanta aburrida superficialidad!

Esos sobrevivientes que vemos no son solo una “parte de la humanidad del presente” –la más valiente, la más llena de garra y coraje. Si miramos bien, podemos ver que son nuestros antepasados. Nosotros descendemos de “sobrevivientes”. Provenimos de los que se subieron a los barcos y huyeron de las guerras, de los que prefirieron arriesgarse antes que quedarse en lugares sin posibilidades. Mirarlos a ellos es como mirar a nuestros abuelos.

La humanidad no  es de los que viven aburridos consumiendo lo que otros crearon sino de los que luchan por la vida, de los que forman familia y buscan trabajo y se desloman trabajando para que sus hijos tengan una vida mejor.

Esos inmigrantes son también nuestro futuro. No por nada nos conmueve tanto la imagen de los frágiles seres humanos en un barquito en medio de la noche y del mar encrespado. Es la imagen del Arca de la que venimos y es la imagen de nuestra pequeña tierra, perdida en el Océano del universo oscuro. También nuestro mundo, con toda su sofisticación y belleza, si se inclinara un poquito hacia alguno de los lados, si nos acercáramos un poquito de más al sol, se inundarían nuestras tierras como se llena de agua una barca y no tendríamos lugar dónde escapar.

Nuestra querida tierra también morirá un día. Puede que sea tan milenariamente lejano que no nos interese, pero hace bien saber que esa barcaza en la que se amontonan los inmigrantes es la foto de un futuro nuestro. Quizás el fin será como Cromagnón, un gran incendio, o será como Once, un choque de algún asteroide, o será una inundación, pero estas así llamadas “tragedias” son adelantos de algo que hace a nuestra condición de seres contingentes, como dicen los filósofos. Por eso es que hay que mirarlas de frente y, dada la fragilidad de nuestra barca, mirar al que tenemos al lado: las personas son lo que cuenta. Y por ellas y para ellas es que hay que cuidar la barca, custodiar lo creado, como nos dirá el Papa en la próxima encíclica sobre la Ecología.

Diego Fares sj

2 comentarios:

  1. En la asociación en la que estamos mi mujer y yo desde hace más de 20 años, y en la Parroquia del sacerdote que celebró nuestra boda, ayer celebramos un "funeral del pueblo", ya que el funeral de Estado nunca llegará. Ecuménico, sentido, con ternura y solidaridad. Lo que nos une es lo humano.

    Aquí os dejo un relato de lo ocurrido.

    http://asociacionapoyo.blogspot.com.es/2015/04/agua-que-caes-del-cielo.html

    Llegasteis desde muy lejos para alfombrar nuestro mar.
    Sois nuestros invitados.
    Hermanos venidos en un barco sin nombre.
    Vosotros habéis llegado desde África para alfombrar nuestro mar.
    Con vuestros cuerpos. Con lo único que os quedaba en la vida.
    Nos habéis dado todo.
    Sois nuestros invitados, hermanos anónimos.
    Venid. Entrad en nuestras conciencias. Estáis en casa.
    Tomad nuestras flores, nuestras palabras, nuestras músicas.
    Ponéoslas.
    ¡Os sientan tan bien!
    Que ellas os alimenten durante la travesía.
    Que los delfines acompañen vuestro silencio.
    Y las sirenas velen vuestro sueño.
    Nosotros os inventaremos nombres.
    E imaginaremos vuestras sonrisas.
    Y pasearemos una y otra vez sobre esta alfombra regalada.
    Para que el mundo que pretendíais alcanzar se hunda en su
    propia vergüenza.
    ¡Salud, hermanos de negritud!
    ¡Salud, hermanos de soledad!
    ¡Salud, hermanos de nuestro mar!

    Otras muertes los precedieron. Demasiadas ya.

    http://asociacionapoyo.blogspot.com.es/2014/02/la-memoria-de-tarajal.html
    Nosotros jamás conoceremos sus nombres,
    África, en cambio, ha sentido sus pies mientras la recorrían buscando libertad.

    Quién sabe cuánto miedo habrán sentido sus corazones en las oscuras noches del desierto,
    quién de cuántos ejércitos habrán escapado.
    Sólo los árboles del monte Gurugú conocen estas historias y el sonido de su voz,
    las aguas del mar el último latido de su corazón,
    nosotros, ni sus nombres
    Dejamos flotar sus cuerpos en el mar, ni la dignidad de un enterramiento queremos ofrecer al que dejó su vida por llegar.
    Nuestras mismas heridas las herimos en otras vidas.
    Sus madres no podrán llorarles en ninguna tumba,
    condenamos a sus hijos a buscar eternamente el cuerpo de sus padres.
    dejamos tanto odio, tanto dolor en el camino, que nunca podremos desviar la mirada.

    Intentaremos olvidarlos, pensando que su olvido será nuestro descanso,
    pero conocemos su muerte,
    huyendo de la nada por conseguir algo,
    sin ni siquiera saber qué era ese algo, dieron su vida.
    Nadie podrá contar a sus hijos que sus padres fueron héroes,
    ya que ni sus nombres conocemos.
    Solo conocemos su muerte a la puerta de nuestra casa,
    y esta realidad intentamos ahogarla
    como sus vidas se ahogaron.
    Pero el mar que entiende de libertad, de lucha y de valor
    no esconderá estos cuerpos, no esconderá esta vergüenza.
    El viento que sabe del grito y la denuncia
    no callará que 14 voces se ahogaron huyendo de la pobreza,
    que 14 sueños llamaron a la puerta de Europa
    y solo respondió la muerte.

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  2. Agua que caes del cielo,
    no calmes la sed de nadie hasta que no seas por todos y todas compartida.
    Agua que caes del cielo, para hacer germinar la vida en una sola tierra, sin ninguna frontera,
    no calmes la sed de nadie mientras solo uno de nosotros muera en tu seno.
    Tierra que nos perteneces a todos y todas,
    a los que hoy la habitamos, a los que la habitaran mañana, a los que ya nunca la habitaran.
    Tierra arrebatada por el mundo enriquecido a los hermanos y hermanas
    que buscando una oportunidad, mueren ahogados en un mar de vida,
    convertido en fosa común de toda esperanza.
    Recordamos a los valientes, a las que no se conforman con el presente cruel a las que le condena vivir la pobreza, la guerra, el saqueo del enriquecido.
    Recordamos a las familias, no sabemos si ya conocen que su ser querido a muerto en el mar.
    Recordamos a las madres que no tienen donde llorar,
    a los padres que no saben donde llevar flores.
    Recordamos a los hijos e hijos que no saben donde descanse su madre o padre,
    que todo arriesgaron para que su vida fuera mejor y todo le fue robado por el asesino.
    Nos comprometemos con los sueños,
    sueños ahogados que no muertos.
    Con el sueño de que este mundo será de todos y todas o no será.
    Los ahogados descansen en paz,
    los que tenemos voz, gritemos
    los que tenemos manos, abracemos
    los que tenemos pies, derribemos fronteras
    los que tenemos memoria, recordemos
    los que tenemos casa, abrámosla
    los que tenemos corazón, luchemos
    vida, amemos…
    es nuestro hermano, es nuestra hermana la que viene.

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