La autora de este texto es hna. Dolores Aleixandre -RSCJ-
Lo
mismo que a las mujeres que fueron al sepulcro al amanecer, la Pascua nos
desborda con su absoluta novedad. Hemos madrugado pero el sol se nos ha
anticipado; nos preguntábamos cómo moveríamos una piedra tan grande y la piedra
está ya corrida; llevábamos perfumes para embalsamar un cadáver, pero la tumba
está vacía; buscábamos a un Crucificado y nos anuncian a un Viviente.
Los
lugares cerrados se han convertido en un espacio abierto que debemos abandonar
y no volver a rondar nunca más: es en Galilea donde él nos precede. La misión
que se nos confía no está condicionada por situaciones, edades o procedencias:
recibimos un torrente de esperanza que sumerge cualquier nostalgia por las
pérdidas y cualquier añoranza de tiempos y lugares ya pasados: estamos ante un
acontecimiento nuevo e inesperado que sobrepasaba todas nuestras capacidades.
Discípulos y seguidores del Señor resucitado, escuchamos el mismo anuncio que las mujeres recibieron antes que nosotros: “Jesús el crucificado, ha sido
puesto en pie y nos precede en Galilea”.
Estamos
en el primer día de la semana y ante nosotros se abre un camino nuevo. Vamos a
recorrerlo sin miedo, conscientes de nuestra fragilidad y de la desproporción
entre las fuerzas de que disponemos y nuestro de llevar a otros la luz que
hemos recibido en la Vigilia pascual. El Evangelio nos anuncia la buena
noticia: el Viviente sale a nuestro encuentro, nos inunda con su alegría, nos
envía a consolar a su pueblo, va siempre delante de nosotras. Galilea es la
encrucijada de todos nuestros caminos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario