El
escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre, noveló la
vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de
José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia,
lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en
aquello que Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el
Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el
camino» (Dt 1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida.
Nadie
nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo,
sino por hacerse cargo de él responsablemente.
Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en
cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él.
En
la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre.
También la Iglesia de hoy en día necesita padres. La amonestación dirigida por
san Pablo a los Corintios es siempre oportuna: «Podrán tener diez mil
instructores, pero padres no tienen muchos» (1 Co 4,15); y cada sacerdote u
obispo debería poder decir como el Apóstol: «Fui yo quien los engendré para
Cristo al anunciarles el Evangelio» (ibíd.). Y a los Gálatas les dice: «Hijos
míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado
en ustedes» (4,19).
Ser
padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la
realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para
hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la
tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”.
No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que
expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer
en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero
amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso,
aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto,
dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica
del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una
manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo
descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida.
La felicidad de
José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo.
Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su
silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza.
El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que
quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que
confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación
con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda
vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple
sacrificio. También en el sacerdocio y la vida
consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la
vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí
misma deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de
convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de
expresar infelicidad, tristeza y frustración.
La
paternidad que rehúsa la tentación de vivir la vida de los hijos está siempre
abierta a nuevos espacios. Cada niño lleva siempre consigo un misterio, algo
inédito que sólo puede ser revelado con la ayuda de un padre que respete su
libertad. Un padre que es consciente de que completa su acción educativa y de
que vive plenamente su paternidad sólo cuando se ha hecho “inútil”, cuando ve
que el hijo ha logrado ser autónomo y camina solo por los senderos de la vida,
cuando se pone en la situación de José, que siempre supo que el Niño no era
suyo, sino que simplemente había sido confiado a su cuidado. Después de todo,
eso es lo que Jesús sugiere cuando dice: «No llamen “padre” a ninguno de
ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).
Siempre
que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar
que nunca es un ejercicio de posesión, sino un “signo” que nos evoca una
paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición
de José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y
buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue
al Hijo.
*
* *
«Levántate,
toma contigo al niño y a su madre» (Mt 2,13), dijo Dios a san José.
El
objetivo de esta Carta apostólica es que crezca el amor a este gran santo, para
ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su
resolución.
En
efecto, la misión específica de los santos no es sólo la de conceder milagros y
gracias, sino la de interceder por nosotros ante Dios, como hicieron Abrahán[Cf.
Gn 18,23-32.] y Moisés[Cf. Ex 17,8-13; 32,30-35.], como hace Jesús, «único
mediador» (1 Tm 2,5), que es nuestro «abogado» ante Dios Padre (1 Jn 2,1), «ya
que vive eternamente para interceder por nosotros» (Hb 7,25; cf. Rm 8,34).
Los
santos ayudan a todos los fieles «a la plenitud de la vida cristiana y a la
perfección de la caridad». Su vida es una prueba concreta de que es posible
vivir el Evangelio.
Jesús
dijo: «Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), y ellos
a su vez son ejemplos de vida a imitar. San Pablo exhortó explícitamente:
«Vivan como imitadores míos» (1 Co 4,16). San José lo dijo a través de su
elocuente silencio.
Ante
el ejemplo de tantos santos y santas, san Agustín se preguntó: «¿No podrás tú
lo que éstos y éstas?». Y así llegó a la conversión definitiva exclamando:
«¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva!»[San Agustin].
No
queda más que implorar a san José la gracia de las gracias: nuestra conversión…
A
él dirijamos nuestra oración:
Salve, custodio del
Redentor
y esposo de la
Virgen María.
A ti Dios confió a
su Hijo,
en ti María
depositó su confianza,
contigo Cristo se
forjó como hombre.
Oh, bienaventurado
José,
muéstrate padre
también a nosotros
y guíanos en el
camino de la vida.
Concédenos gracia,
misericordia y valentía,
y defiéndenos de
todo mal. Amén.
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Seguimos ahondando en la hermosa Carta: “Con Corazón de Padre”, del Papa
Francisco…
Para esta semana la propuesta es leer el punto 7-“Padre en la sombra”
Propuesta para la reflexión y Oración:
1- Contempla la imagen que acompaña este mensaje y estas palabras, de la
Carta:
La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio.
2- Para
la oración y reflexión de esta semana, vamos a confiar como dice el Papa Francisco,
al final de la Carta:
“No queda más que implorar
a san José la gracia de las gracias: nuestra conversión…”
Hoy comenzamos un nuevo Tiempo de Cuaresma, tiempo para seguir creciendo en nuestra vida de Fe, Esperanza y Caridad, que si o si piden de nosotros la conversión del corazón…
3- Por
esto vamos a preguntarnos:
a-
Que
significa para mi vida la conversión?
b-
Hacia
donde puede ir mi camino cuaresmal de conversión?
c- Hacer Memoria las “conversiones” que he tenido a lo largo de mi vida, fruto de los procesos
personales que he atravesado…
d- Agradecer...
4- Para
seguir este caminito cuaresmal, podemos rezar diariamente o como creamos mas
fecundo, esta oración a San Jose para que alcancemos la Gracia de las Gracias:
Nuestra conversión…
Oración a San José:
cómo se es “no protagonista”,
cómo se avanza sin pisotear,
cómo se colabora sin imponerse,
cómo se ama sin reclamar
cómo se obedece sin rechistar
cómo ser eslabón entre el presente y el futuro
cómo luchar frente a tanta desesperanza…
Dinos, José,
cómo se vive siendo “número dos”,
cómo se hacen cosas fenomenales
desde un segundo puesto.
Cómo se sirve sin mirar a quién…
Explícanos
cómo se es grande sin exhibirse,
cómo se lucha sin aplauso,
cómo se avanza sin publicidad,
cómo se persevera y se muere uno
sin esperanza de un póstumo homenaje
cómo se alcanza la gloria desde el silencio
cómo se es fiel en lo poco, confiando en la certeza
de sabernos en la Manos del Padre….
Dínoslo, José. Amen
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