Si
la primera etapa de toda verdadera curación interior es acoger la propia
historia, es decir, hacer espacio dentro de nosotros mismos incluso para lo que
no hemos elegido en nuestra vida, necesitamos añadir otra característica
importante: la valentía creativa. Esta surge especialmente cuando encontramos
dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos
y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades
son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que
ni siquiera pensábamos tener.
Muchas
veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no
intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas.
José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la
historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó
al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de
este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María
pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en
un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf.
Lc 2,6-7). Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José
fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche
organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).
De
una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que
el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia”
del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia
de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su
plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de
fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de
que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía
transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza
en la Providencia.
Si a veces
pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que
confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar.
Es
la misma valentía creativa que mostraron los amigos del paralítico que, para
presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo (cf. Lc 5,17-26). La dificultad no
detuvo la audacia y la obstinación de esos amigos. Ellos estaban convencidos de
que Jesús podía curar al enfermo y «como no pudieron introducirlo por causa de
la multitud, subieron a lo alto de la casa y lo hicieron bajar en la camilla a
través de las tejas, y lo colocaron en medio de la gente frente a Jesús. Jesús,
al ver la fe de ellos, le dijo al paralítico: “¡Hombre, tus pecados quedan perdonados!”»
(vv. 19-20). Jesús reconoció la fe creativa con la que esos hombres trataron de
traerle a su amigo enfermo.
El
Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el
Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán
tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. No hace falta
mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La
Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás
familias, como muchos de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy
arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre. A este respecto,
creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que
tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la
miseria.
Al
final de cada relato en el que José es el protagonista, el Evangelio señala que
él se levantó, tomó al Niño y a su madre e hizo lo que Dios le había mandado (cf.
Mt 1,24; 2,14.21). De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más
preciado de nuestra fe.
En
el plan de salvación no se puede separar al Hijo de la Madre, de aquella que
«avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo
hasta la cruz».
Debemos
preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús
y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a
nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo
una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido,
protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo
hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al
que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar
de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo
de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se
manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que continúa protegiendo a la
Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la
Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre.
Este
Niño es el que dirá: «Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno
de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25,40). Así, cada
persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada
extranjero, cada prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue
custodiando. Por eso se invoca a san José como protector de los indigentes, los
necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos. Y es por
lo mismo que la Iglesia no puede dejar de amar a los más pequeños, porque Jesús
ha puesto en ellos su preferencia, se identifica personalmente con ellos. De
José debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su
madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En
cada una de estas realidades está siempre el Niño y su madre.
6. Padre
trabajador
Un
aspecto que caracteriza a san José y que se ha destacado desde la época de la
primera Encíclica social, la Rerum novarum de León XIII, es su relación con el
trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el
sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la
alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.
En
nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar
una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes,
aun en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un
cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el
significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono
ejemplar.
El
trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en
oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las
propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y
de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para
uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la
familia. Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades,
tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la
disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para
que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?
La
persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se
convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro
tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede
representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia
y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que
nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho
hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos
hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la
pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades.
Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a
decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!
Seguimos ahondando en
la hermosa Carta: “Con Corazón de Padre”, del Papa Francisco…
Para esta semana la
propuesta es leer los puntos 5 y 6 :
1-Padre de la
Valentía Creadora - -
2-Padre trabajador
Propuesta para la
reflexión y Oración:
1- Contempla la imagen que acompaña este
mensaje y estas palabras, de la Carta:
“Dios siempre logra salvar lo que
es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del
carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad,
anteponiendo siempre la confianza en la Providencia.
Si
a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado,
sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar.
Este
Niño Jesús, es el que de adulto dirá: «Les
aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25,40). Así, cada persona necesitada,
cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada
prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando. Por eso se
invoca a san José como protector de los indigentes, los necesitados, los
exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos. Y es por lo mismo que la
Iglesia no puede dejar de amar a los más pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos
su preferencia, se identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender
el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los
sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de
estas realidades está siempre el Niño y su madre.
2- La invitación en esta semana
será hacer memoria de aquellas situaciones de la propia vida en las que las dudas y los problemas, nos desafiaron a
despertar esa valentía creadora que convirtieron esas dificultades en oportunidad…
3- Pedir la Gracia de: Guardar en el corazón
las certezas que hoy descubro como nuevas para seguir acompañando a los “Niños” que Dios me confía, para custodiarlos con una vida entregada en
los pequeños gestos…”
4- Terminar con la
Salve a San José:
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
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