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Hoy comenzamos lo que San Ignacio denomina la “segunda semana de Ejercicios Espirituales”. Comenzamos haciendo un breve repaso sobre algunas cosas a tener en cuenta a la hora de ejercitar. La hna Marta Irigoy, nos recuerda la importancia de buscar un lugar donde hacer la oración, en el que podamos estar tranquilo, donde no haya personas o cosas que nos distraigan; también la importancia de establecer el tiempo que cada uno se fue fijando (una hora, cuarenta minutos, media hora, veinte minutos, según la experiencia de oración que cada uno de nosotros tiene). Aunque lo más importante es permanecer fieles al tiempo de oración pautado para escuchar lo que el Señor me quiere decir, me manifieste su voluntad y así podamos discernir qué es aquellas cosas que hay que cambiar, que hay que dejar y que hay que optar de manera nueva y renovadamente.
También recordamos la importancia de tomar notas en nuestro cuaderno sobre la charla, la metodología, para mejor hacer la oración, y también anotar después lo que es el examen de la oración para ir haciendo y presentando nuestro discernimiento. Recordamos también que es muy provechoso antes de comenzar la oración el tomar conciencia de la mirada del Señor. Detenerme en esto por espacio de un Padrenuestro dice San Ignacio, quizás nos puede llevar un ratito más. Es vital sentir y gustar la mirada amorosa del Señor sobre nuestra persona.
Nos dice la hna Marta, que a veces una sola imagen del Señor, una sola verdad de nuestra fe, asimilada, gustada, y sentida internamente en lo profundo del corazón bajo la gracia de Dios, basta para cambiar mi vida… por eso esto es importante, donde yo siento gusto ahí me quedo: una palabra, un gesto del Señor, un sentimiento de profunda paz, ahí me quedo, lo siento, lo gusto, lo saboreo. Es importante esto, donde el Señor me consuela, ahí me quedo, donde encuentro que la Palabra que siento que es para mí, ahí me quedo.
El examen de la oración
Así como el rato de oración es importante, hacer el examen de la oración también porque ahí es donde uno aprende a discernir. Después de terminar el tiempo previsto de la oración, con fidelidad, que me había propuesto, nos vamos a tomar aproximadamente unos quince minutos para ver qué me pasó en el rato de oración. Esto se llama examen de la oración, dice la hna Marta, que no es para poner una nota, sino para ver qué fue lo que pasó entre Dios y yo en este momento, para descubrir, percibir los movimientos interiores de consolación y/o desolación que he sentido durante la misma. No significa volver a rezar sino distinguir si me he dejado llevar por el Espíritu de Dios o me he dejado tentar. Este paso es fundamental porque ayudará a hilar una oración con otra y a seguir la pista a la gracia, ver por dónde el Señor me está hablando para así después ir descubriendo la voluntad de Dios para mí y poder ordenar mi propia vida.
Consolación y desolación
La hna Marta nos deja algunas características sobre los dos grandes movimientos de consolación y desolación.
Las características de la desolación: nos damos cuenta que siempre sentimos inconvenientes que nos desvían de lo que empezamos, la desolación siempre nos tira abajo, nos pone tristeza pero no sabemos por qué estamos tristes. En la oración no siento devoción ni quiero hablar de Dios, tampoco escuchar hablar de Él, porque me siento olvidado, como que no le importo… desconfío así de todo, de mí mismo, de Dios, de los demás. Todo esto nos lleva a encerrarnos más en nosotros mismos, nos cuesta amar, sentimos que a las personas que quería empiezo a reprocharles, me acuerdo de cosas y surgen broncas, celos, cosas que me van alejando de ellos. Siento que la caridad es como un suplicio, que no nos da el cuero, entonces los demás van perdiendo importancia, desaparecen del propio corazón justamente porque revivimos en la memoria las broncas, los fracasos, como si todo esto se fuera agrandado. Otra cosa que nos pasa es que nos desvalorizamos a nosotros mismos, no sentimos el amor de Dios por nosotros, todo nos molesta.
Quizás algunas frases del que está desolado: “tiro todo, hasta acá llegué”; “esto que estoy haciendo es inútil, no sirve para nada”; “nadie me ayuda, estoy sola”; “todo está perdido, todo está podrido, ésto es imposible, entonces hago la mía”; “no valgo nada, no sirvo para esto, nadie confía en mí”… Éstas son palabras, pensamientos, frases, que no son de Dios, porque como lo venimos meditando en éstos días fuimos creados amorosamente por Él, nos ha creado para la felicidad: “Tú eres mi hijo amado, tú eres precioso a mis ojos”.
Características de la consolación: es todo lo contrario a la desolación, sentimos que el alma se inflama en amor por Dios, por los demás, por las cosas de Dios. Muchas veces nos damos cuenta que derramamos lágrimas por amor, por las cosas de Dios, por lo que hace en nuestra vida, por todas las maravillas que Él va obrando. Sentimos que tenemos más fe, más esperanza, que aumenta la caridad y el amor. En consolación siento mucha alegría, un gozo que sé explicarlo, pero algo me está cambiando. Las cosas de Dios me atraen, como que Dios me dio consuelo y ahí me pescó, siento una quietud profunda, mucha paz, nos damos cuenta que se desvanece la tormenta, que a las cosas las vemos de otro modo, nos hemos reconciliado con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás. Sentimos que todo trabajo es placer, que toda fatiga es descanso, como que todo lo hacemos con ganas, por más dura que sea la tarea, cuando estamos consolados parece como que vamos contentos de corazón a hacer las cosas.
La consolación penetra el alma dulcemente, suavemente, como el agua en la esponja, sin ruido, mientras las cosas que no son de Dios por lo general causan mucho más ruido como la gota cuando cae en la piedra y estalla. La alegría en la consolación dura en el tiempo, es algo que nació, es una experiencia espiritual y que me sigue acompañando, ilumina mis actividades, mis pensamientos, todo lo que voy viviendo y haciendo. Así como en desolación nos callábamos la boca, nos llevaba a secretear, a guardarnos las cosas que nos pasan, porque según nosotros en ese momento no le importamos a nadie, sin embargo, cuando estamos consolados, tenemos ganas de comunicarnos y todo nos lleva a vivir en la acción de gracias.
Segunda Parte: La Meditación del Reino
Padre Ángel Rossi
La semana pasada, hemos terminado el Principio y fundamento y lo que llama Ignacio la “Primera Semana”, es decir el paso de purificación del corazón, donde puesto frente al amor de Dios hemos experimentado su misericordia y hemos, con la gracia de Dios puesto nombre a nuestro propio pecado. Ayuda en este momento preparar la confesión sacramental, que a veces hace bien, no sólo una confesión desde la última sino recorrer un tiempo más amplio; a algunos les puede hacer bien recorrer toda su vida, hacer como se llama una “confesión general de toda la vida”. Uno no se acuerda de cada detalle pero si podemos poner en manos de Dios la vida, los distintos momentos de la vida.
Después de haber recorrido esta etapa más penitencial y de purificación del corazón, San Ignacio nos va a centrar en esta nueva semana (más que 7 días es una etapa a lo que Ignacio llama “semana”) que es el corazón de los Ejercicios Ignacianos, en un tiempo de elección. El fin de los ejercicios, es “buscar y hallar la voluntad de Dios para seguirla”, por lo que la segunda semana nos pone de frente al llamado, a buscar por dónde el Señor nos llama en nuestra vida, éste es el desafío. Ignacio nos pone frente a un Señor que llama.
La persona está eligiendo cuando se decide a buscar la voluntad de Dios. De igual modo Ignacio dice también con claridad que quien tiene estado de vida ya elegido (a la vida matrimonial o a la vida consagrada) no tiene que volver a preguntarse sino que dentro del camino que ya viene rumbeando ver qué es lo que Dios nos va pidiendo dentro de la elección que uno ya ha hecho.
Rey temporal – Rey Eternal
Comenzamos esta segunda semana con una meditación clásica de Ignacio de Loyola que él le llama “La meditación del Reino”. Está inspirada en el evangelio pero Ignacio la recrea haciéndonos imaginar primero la figura de un Rey temporal, un rey de este mundo y después un rey eterno. Quizás a nosotros la figura del rey no nos dice mucho, pero hay que imaginar un líder humano, no Cristo, alguien que hace una propuesta desde lo humano, y ver la capacidad que tenemos nosotros para responderle a un proyecto que nos puede entusiasmar. Ignacio pone la imagen de alguien que nos hace una propuesta humana para después pasar a la figura de Cristo que nos hace una propuesta, digamos así, eterna, una propuesta de índole espiritual más grande, más linda.
Entonces Ignacio nos plantea primero un rey humano, un líder humano. Seguramente para nosotros no es un rey, uno puede, o trasladarse con la imaginación a los tiempos de Ignacio, o pensar alguna propuesta de alguien que humanamente hoy nos invite a algún empeño, a algún proyecto grande. Uno puede imaginar a alguien que tenga nombre o no: si se te ocurre un líder “seguible” imagínenlo, pude ser alguien real, puede ser alguien imaginario que te hace una propuesta de seguirlo, de emprender esta campaña o este trabajo.
En tiempos de San Ignacio, un mundo monárquico, el rey era un líder indiscutible, una persona muy querida, y a la vez se entendía que el líder es puesto por Dios; una figura importante que lleva a término una empresa, entusiasmante en cuento estaba hecha por alguien muy querido. Entonces el ejercicios nos propone imaginar a alguien que nos invita a algo grande y ver la reacción frente a esta propuesta. Imaginen este llamado e imaginen los sentimientos que tenemos que tener frente a esta propuesta. En el caso de Ignacio, sentimiento de nobleza frente a un rey que invita a que vayan con él, dice, “vengan conmigo y sepan que van a tener que lugar conmigo de día y van a tener que velar conmigo de noche, pero sepan también que el que me acompañe en la pena también me va a acompañar en la gloria”. En este caso esta figura humana invita a que lo acompañen, no manda al frente y él se queda atrás sino que está pidiendo que lo acompañen y esto es fuerte en San Ignacio. Entonces, ¿cuál es la reacción lógica, noble, frente a una propuesta tan sincera? Por un lado la sinceridad, por otro lado la nobleza, la lealtad, animarse, seguirlo.
Y a la vez, después Ignacio traslada esto a la figura de Jesús. Y se pregunta ¿quién es éste Jesús al cuál seguir? Es un Jesús que “no tiene donde reclinar la cabeza” dice el evangelio, es un Jesús reprobado por los sumos sacerdotes y los escribas, o sea que es un Jesús humillado, injuriado, despreciado. Por lo tanto, estamos frente a una propuesta donde se contradice lo que sería el gusto, lo que naturalmente uno buscaría, los criterios humanos. Seguirlo, digamos así, no va a ser una empresa gratificante de éxito así como lo entiende el mundo sino es gratificante desde otro aspecto, es la empresa en la que asemejamos nuestro corazón al corazón de Jesús, a las bienaventuranzas, de este Jesús que va hacia Jerusalén, que va a la cruz, nos unimos a este Jesús del Misterio Pascual.
Por un lado la propuesta de un líder humano y después la propuesta de Jesús que nos pide que lo acompañemos para la redención, para evangelizar, para llevar el anuncio de Cristo a todo el mundo, entonces qué respuesta le doy. En el fondo, la meditación del Reino, es un tanteo de Ignacio para nosotros de ver qué capacidad tenemos de primero dejarnos seducir por el Señor. La respuesta para nosotros no nace de una teoría, del seguimiento de una idea, no es el seguimiento a un proyecto político. Seguimos a alguien, no seguimos a algo. El cristianismo es seguimiento de una persona, por lo tanto la respuesta nuestra va a depender muchísimo del cariño que pongamos en la persona, por eso Ignacio pone antes un líder humano para tantear si tenemos capacidad de dejarnos seducir por una figura humana. Quien no tiene capacidad de entusiasmarse por una causa humana, es casi imposible que se entusiasme por una causa divina. Entonces imaginen a un Señor que pasa y nos invita a acompañarlo en una tarea que no es de ninguna manera fácil, la puerta es estrecha pero no vamos solos.
¿Qué gracia pedimos en esta meditación? La composición de lugar dice Ignacio que es imaginar los lugares donde anduvo Jesús, imaginar a Jesús que pasa y nos llama, y la petición que pedimos es no ser sordos a su llamamiento: en lenguaje más antiguo dice San Ignacio “ser más presto y diligente para hacer su santísima voluntad”. Pedimos la gracia de un oído atento, que no seamos sordos al llamado del Señor en su seguimiento que será un seguimiento personal.
Ignacio a la vez nos pone de frente a las tres posibles reacciones frente al llamado:
– La primera es tomando la imagen del líder humano: dice San Ignacio, si alguien no lo siguiese que sea tenido por perverso caballero. Quizás sea un insulto que a nosotros hoy no nos quite el sueño, tendríamos que pensar nosotros, haciendo una analogía, algún insulto feo. Alguien a quien se le ofrece algo tan lindo, tan serio, tan grande, y que uno, no lo siga… pensar un insulto feo de alguien que no lo sigue.
– La segunda posibilidad es seguirlo pero “hasta ahí”: guiarnos por nuestra respuesta dada a través del juicio y la razón, cumplir las obligaciones estrictas frente a la voluntad salvífica de Dios. Es algo así como un seguimiento a reglamento, hasta ahí, nada más.
– La tercera posibilidad es la que sugiere Ignacio y es una gracia que se pide y es el de no sólo seguirlo, hacer lo que me pide, sino hacerlo como Él. Me uno a Él, lo hago en el servicio incondicional, y lo hago pasando la misma suerte de Jesús. Éste es el desafío, e Ignacio lo sugiere en los ejercicios en una oración. Los que más quieran aspirar y más señalarse en su servicio, no solamente van a ofrecer su persona al trabajo sino que van a ofrecerse más plenamente, harán su oblación, su entrega: “Eterno Señor de todas las cosas yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda con vuestra infinita bondad y delante de Madre gloriosa y de todos los santos y santas que yo quiero y deseo, y es mi determinación deliberada con tal de que sea tu voluntad imitarte en pasar toda clase de injurias, menosprecios y toda pobreza si vuestra majestad me quiere elegir y recibir en tal vida y estado”. Es decir, no sólo hacer lo que Jesús me pide sino que quiero hacerlo como Él lo vivió, acompañándolo de un modo especial, metiendo todo el corazón en lo que el Señor vivió por mí.
La meditación de hoy es una especia de test para ver cómo está el corazón en su capacidad de decidir y ver si somos capaces de entusiasmarnos por el seguimiento del Señor.
Textos para la oración
Isaías 61, 1-9 o Lucas 4, 16-22: “El espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido, me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación de los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor” un día de venganza para nuestro Dios, para consolar a todos los que están de duelo, a cambiar su ceniza por una corona y su ropa por luto por el óleo de la alegría, el abatimiento por un canto de alabanza, etc. O sea, la misión para nosotros siempre es de consolación.
Lucas 5, 27- 32, el llamado a Mateo. Dios nos llama a seguirlo en nuestra propia situación, sea la que sea, no llama a los “perfectitos”, no nos llama ni siquiera en nuestro mejor momento. Dios nos llama, nos invita como somos y en el momento en que estamos. Muchas veces postergamos la respuesta al Señor para cuando andemos bien y Dios nos busca en la situación en la que estamos y muchas veces hasta nos llama en nuestros peores momentos misteriosamente.
1 Timoteo 1, 12-17: dice San Pablo “se fió de mí yo que antes fui un pecador”. El apóstol se pregunta como diciendo por qué puso la mirada en mí, como sea me llamó a mí, podría haber llamado a tantos otros buenos. Todos conocemos gente mejores que uno y el Señor pone la mirada en uno y no en otro que podría serle mucho más útil. Hasta puede ser un pretexto el decirle: “no Señor, andá llamalo a aquel otro que es mucho más capaz que yo, mucho más santo, mucho más bueno” y el Señor dice: “no mirá, a él también lo llamo a su modo pero a vos te llamo personalmente, a vos te necesito”.
Esta meditación del Reino es una llamada al seguimiento radical de Jesús que arranca de este encuentro personal. En este aspecto entra en juego éste tema tan subrayado en el documento de aparecida: No nos puede pasar nada mejor en esta vida que encontrarnos con Jesús, pero el encuentro con Jesús siempre implica seguimiento y siempre implica anuncio, su discípulo se vuelve misionero. Un encuentro que se hace experiencia, que se hace vivencia, que se hace intercambio de vida, un encuentro en donde Jesús entra en la vida de uno y lo conmueve, lo conmociona, transforma nuestra vida. Un encuentro marcado por la fascinación, por la sorpresa, por la seducción, un encuentro en donde Jesús es alguien vivo que me llama a su empresa, alguien actual, presente, interesado por mi vida y capaz de hacerla cada día más apta para su servicio.
Encontrarse con Jesús en la oración es abrir el corazón a todas las necesidades del mundo, porque en ellas está Jesús muchas veces clavado en la cruz, desecho y desconocido, desfigurado, maldito, sin voz, macilento, golpeado, vendido, explotado, violado, estrujado, como tantos. Sin esta experiencia de encuentro personal en actitud orante, lo decimos valiéndonos del padre Arrupe, es imposible todo empeño apostólico. En definitiva el desafío de estos días es enamorarse, dejarse seducir por Jesucristo y permitir que Él llegue a lo más profundo de mi corazón, de mi vida, y desde allí empezar a plantearme todas las cosas de una manera nueva, de una manera distinta.
En la meditación que Ignacio nos propone hoy es una contemplación, tengo que imaginar esta escena y entrar en diálogo, conversar con el Señor, decirle que me cuesta, decirle que tengo miedo, decirle que estoy dispuesto, decirle que nos de la gracia. Pedimos a la gracia de no ser sordos a su llamamiento, es una gracia y se pide insistentemente. La humildad de decirle al Señor que no estoy dispuesto, que ando medio sordo, que me cuesta, o que habiendo entendido no termino de animarme a entregarle todo el corazón, a hacer esta oblación, esta entrega definitiva tan linda.
Nadie sirve a quién no ama, y ésto es lo que Ignacio está buscando, este rey eternal es alguien a quién sigo en la medida que lo amo y lo seguiré más en la media que más lo ame.
Decía Arrupe aquello tan lindo:
“Nada puede importar más que encontrar a Dios, es decir, enamorarse de él, de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación y acaba por ir dejando su huella en todo, será lo que decida qué es lo que te saca de la cama por la mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que leas, lo que conozcas, lo que rompe tu corazón, y lo que te sobrecoge de alegría y de gratitud. Enamórate, y luego permanecé en el amor y verás que todo será de otra manera”
Esta es la intención de Ignacio en esta meditación de este Rey Eternal que pasa y me llama amorosamente. Arrupe agrega en esta oración esta petición de que nos haga un poco locos como él:
“Señor dame tu amor que me haga perder mi prudencia humana y me impulse a arriesgarme a dar el salto como San Pedro para ir a Tí, que no me hundiré mientras confíe en Tí. No quisiera oír: “hombre de poca fe ¿por qué dudaste?”. Cuántos motivos teológicos, ascéticos, de prudencia humana se levantan en mi espíritu y tratan de demostrarme bajo apariencia de bien, con muchas razones humanas, que aquello que tu me inspires es imprudente, es una locura. Tú Señor, según eso, fuiste el más loco de los hombres, inventaste esta insensatez de la cruz. Oh Señor, enséñame que esa insensatez es tu prudencia, y dame tal amor a tu persona para que sea yo también otro loco como tú”.
Que éste sea el desafío de este día de oración con el que comenzamos este caminito de la segunda semana, ya habiendo trabajado la purificación del corazón empezamos a caminar ahora en este seguimiento del Señor, este Señor que pasa junto a nosotros, pasa en mi vida hoy también y me invita con aquella palabrita tan cortita y tan honda: “Sígueme”.
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