lunes, 29 de febrero de 2016

11° Día Ejercicios Espirituales : "EL LLAMADO DE JESÚS A SEGUIRLO..."

Hacer clik para acceder al Audio:

 La hna Marta Irigoy, comentado sobre este tercer lunes de ejercicios dice que entramos en el corazón del camino ignaciano, porque estos días nos van a ayudar a que todo nuestro ser vaya enamorándose más de la persona del Señor Jesús. La contemplación de los misterios de la vida del Señor va haciendo que la nuestra empiece a configurarse con los sentimientos de su corazón y que nuestro corazón se adhiera profundamente a su voluntad.

Para descubrir la voluntad de Dios, San Ignacio en los ejercicios espirituales, da mucha importancia a la práctica del examen cotidiano al cual el llamó examen general. Algunos autores lo han llamado el “examen sobre la vida”, otros le dicen la “pausa diaria”, porque esta práctica cotidiana nos ayuda a encontrar a Dios en todas las cosas pero fundamentalmente en mi día vivido, y discernir su obra en los hechos concretos. ¿Qué quiere decir esto? Mirar mi día, el día que termino, y discernir la obra de Dios en las cosas concretas que hice. Para nosotros, que estamos haciendo los ejercicios en la vida diaria es importante esto, que también hagamos, aparte de nuestro rato de oración, ese que ya tenemos establecido, al concluir el día, ver cómo me fue, por dónde pasó el Señor. Porque cada día transcurre en el interior del mundo, es decir que cada día es una historia vivida única y exclusivamente por cada uno de nosotros.

Este pararnos al final de la jornada, día a día, y traer a la memoria lo ocurrido y sellarlo en nuestra historia personal, va produciendo un fruto cotidiano y se da a través de este ejercicio que llamamos “examen cotidiano”. Los beneficios recibidos, las tentaciones padecidas, las agitaciones o movimientos interiores como consolación y desolación, las arideces, los avances y retrocesos en nuestra vida espiritual... la intención no es ni enumerarlos, ni acusarnos, sino ofrecérselos a Dios con actitud de hijos, para descubrir su paso en nuestra jornada. Lo importante es reconocer que en este día el Señor caminó conmigo, el Señor estuvo presente, se hizo compañero mío de camino.

¿Y cómo practicamos este examen cotidiano? San Ignacio nos propone una sucesión de cinco puntos que nos pueden ayudar.

-El primer momento es pedir la mirada del Señor. Cada vez que nos ponemos a rezar sentimos como Dios nuestro Señor mira este día conmigo, y lo primero es dar gracias a Dios por los beneficios recibidos en toda la jornada.

- El segundo es pedir al Señor la gracia de conocer aquellas cosas que no pude hacer según su voluntad. Ver el paso de la tentación en mis actos y pedirle luz, pedirle al Espíritu Santo.

- El tercer paso es traer a la memoria lo vivido en esta jornada. En este punto vamos hasta la fuente de los pensamientos que está en nuestro corazón y desde ese interior podremos ver todo lo aceptado y rechazado durante este día, distinguiendo y haciendo discernimiento. Me pregunto qué fue lo que me guió si el buen espíritu o el mal espíritu.

- El cuarto paso es pedir perdón a Dios nuestro Señor por todo lo que no pudimos hacer bien.

- Y el quinto paso es pedir la gracia para poder caminar mañana con un levantarme distinto, como un hombre nuevo, y así poder progresar en mi amistad con el Señor, progresar así en la vida espiritual. Y terminar rezando el Padrenuestro.

Puede ayudar escribir lo que con la gracia de Dios podamos ver que haya sucedido en esta jornada. Es importante distinguir, ver todo lo que hice de bien y lo que no, para ver cómo voy caminando en amistad con el Señor. Y después puede ayudar tomar un lápiz de color o un resaltador, y colorear lo más significativo, lo que más se repite de mí cada día para ver si avanzamos en las gracias, si avanzamos en una vida en amistad con el Señor o si vamos regresando a nuestras tentaciones y debilidades. Y luego, esto es muy importante, conversarlo con alguien: algún acompañante espiritual, algún confesor o alguna persona entendida en temas espirituales.

El llamamiento de Jesús a sus discípulos

Padre Ángel Rossi

El viernes rezamos en torno a la contemplación del Bautismo del Señor dentro de esta segunda semana que es como el corazón de los ejercicios porque es el tiempo de elección. El bautismo fue el comienzo de la vida pública de Jesús, y San Ignacio nos propone a continuación la meditación del llamamiento de los discípulos, por lo tanto también el llamamiento de cada uno de nosotros. Todos somos llamados. Todo bautizado es un misionado. Uno puede rezar en torno a los distintos llamamientos. Recordemos que es importante que cada uno se quede con el que sienta que más les ayuda.

Jesús llama a los primeros discípulos (Jn 1, 35- ss)

Uno puede hacer la composición de lugar, después de la oración preparatoria, imaginando a Jesús que está a orillas del Jordán. Los discípulos de Juan el Bautista pasan a la escuela de Jesús; Andrés, y Juan en el momento en que Juan el Bautista, su maestro, les ha dicho refiriéndose a Jesús que pasaba por allí: He allí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Desde ese momento se ponen en camino y deciden seguirlo. Es un momento misterioso, y se da una mezcla en el corazón de ellos, un momento fascinante y también de miedo, de indecisión e incertidumbre frente a qué les deportará este ponerse en camino detrás de este personaje que en realidad todavía no lo conocen. Van más guiados por el consejo de Juan que por conocerlo pero sin duda ese primer encuentro marcó sus vidas. Lo sabemos porque en el texto ellos se acuerdan perfectamente la hora, dicen: “eran más o menos la hora décima” (n 1, 39).

Esta es un poco la experiencia de este seguimiento, en donde Jesús se da vuelta, los miró... (uno puede quedarse contemplando esta mirada) y les pregunta “¿qué buscan? ¿Qué quieren?”. Cuando Jesús hace esta pregunta no obtiene respuesta directa, parece que Jesús los sorprende y es que Juan y Andrés en realidad no buscan preguntas sino respuestas como los verdaderos seguidores. Sus pasos tras de Jesús ya eran en sí mismo una pregunta, por eso es natural que respondan a Jesús con otra pregunta: Maestro, ¿donde vives? Le preguntan por la casa, símbolo de intimidad... que Jesús les haga compartir sus proyectos, sus intereses, en fin ir a conocerlo hondamente. La casa es símbolo de intimidad.

Para empezar, un sencillo encuentro puede bastar. Después las cosas van creciendo en intensidad. “Fueron, vieron donde vivían y se quedaron con él aquel día”. Muy lindo el relato porque además fue muy fuerte que al salir de allí llamaron a los otros discípulos que encontraron en el camino. “Hemos encontrado al Mesías”, como diciendo que hemos encontrado a aquel que vale la pena conocer. Y Juan no cuenta la experiencia, dando a entender que cada uno tiene que ir a vivir esa experiencia de encuentro con el Señor.

Otra composición de lugar que podríamos hacer, y en esto me guío por Sagües s.j. y Cortabarría s.j., dos Jesuitas que comentan los ejercicios, podría ser imaginando el majestuoso lago de Tiberíades, Jesús que se pasea tranquilamente por la orilla, los pescadores están metidos en sus tareas, unos están echando las redes, otros las están remendando, otros las limpian, las extienden para que el viento y el sol las seque. Jesús se pasea allí, por la orilla. Entre esos sencillos pescadores va a escoger a sus amigos y compañeros de apostolado.

Es interesante cuando Ignacio habla del seguimiento de los discípulos, del llamamiento, señala algunos detalles a tener en cuenta;

Dice Ignacio: son de baja y ruda condición, el Señor no busca lo grande para hacer sus obras: “Has ocultado estas cosas a los sabios y a inteligentes y se las has revelado a los pequeños” (Mateo 11, 25 ).

“Son llamados suavemente por el Señor para ser de los suyos”, dice Ignacio, “y los dotó de gran dignidad por encima de los Padres del Antiguo y del Nuevo Testamento”.

Del hilo del evangelio podemos por lo tanto incidir en algunos puntos de reflexión: los discípulos son llamados para la misma tarea del Señor, los llama a seguirle: vengan conmigo. También los llama para ser sus amigos y compañeros en la tarea de la construcción del Reino, que es el sentido y espíritu de la meditación del rey que hemos meditado hace unos días en donde el rey decía “El que quiera venir conmigo sepa que va a tener que luchar conmigo de día y velar conmigo de noche pero también sepa que el que me acompañe en la pena después me va a acompañar en la gloria”. Un Señor que pasa y que invita a que vayamos con Él, nos suma a su causa, no es el que rey que manda y el se queda, sino que él viene con nosotros, es llamamiento a ser sus discípulos, a ser sus compañeros. “Llamó a los que él quiso” (Mc 3,13 – ss) y les dice para qué los llama: para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, y les da poderes para curar, para aliviar dolores, para manifestar al mundo todo lo que su Maestro les ha enseñado con su Palabra y con su ejemplo.

En el Antiguo Testamento, Dios a través del profeta nos dice en Isaías 40, 1-11 “Consuelen a mi pueblo, háblenle al corazón, grítenle que ha terminado su condena, en el desierto preparen un camino al Señor”. Son palabras llenas de consuelo a lo que invita el Señor y nos invita a nosotros en el seguimiento.

Por otro lado, a la respuesta a los llamados las presentan los evangelistas como inmediata: “Ellos al instante, dejando las redes lo siguieron” (Mt 4, 20). No indica tanto el instante en el sentido de que pasó, los llamó y se pusieron de pie así automáticamente, sino que está indicando la radicalidad, que lo siguieron sin vueltas. Dice Mateo 4, 22 “Ellos al instante, dejando la barca y a su padre, lo siguieron”. Se convierten en testigos de Cristo. Han dejado todo por lo que libremente han escogido.

“Quedarse con Jesús”

Si yo hago una opción fundamental por Dios, por Jesús en concreto, como el sentido definitivo y último de mi vida, voy a expresar que para mí es el valor fundamental de mi existencia. Desde la meditación de las dos banderas que hemos hecho en estos días, decidirse por Jesús y quedarse con Él equivale a situarse en oposición al tener, al aparentar, al poder, a la mediocridad, a la superficialidad.

Para los pescadores de Galilea Jesús se convierte en el centro, “se deja y se vende todo para comprar el tesoro escondido” (Mateo 13, 44), es decir se deja y se vende todo por la alegría de quedarse con Jesús. “Los llamó para estar con Él”, implica un alistarse en una marcha sin retorno, es peregrinar con Jesús hacia el Padre, es aceptar la oferta de Jesús con voluntad pronta y gozosa, íntima, dispuesta y resuelta, es la respuesta continua de amor a la llamada continua de amor del Señor.

Quedarse con Jesús es una gracia, una vocación de oración y de servicio desde el Padre hacia los hombres y desde los hombres hacia el Padre. Este quedarse con Jesús es apropiarse de su estilo (“con Él”, “como Él) dando un sí anticipado a lo imprevisto aunque esta imprevisión se resume en fracasos a veces y sinsabores, en menosprecios y en desengaño, o como dice San Ignacio en los ejercicios en el número 167 “estar dispuesto a ser desestimado, tenido por vano y loco”, pero no cualquier loco, loco por Cristo. El hombre o la mujer de los ejercicios, al optar por Jesús y quedarse con Él pone la propia firma en una hoja en blanco en la cuál sólo está escrito “A mayor gloria, servicio y alabanza de su Divina Majestad” EE 98,2.

En definitiva, la vocación tiene tres características, por un lado es absolutamente gratuita, fundada en el amor de Dios y no en el mérito de nuestras buenas obras; es una llamada recibida por medio de Jesucristo acogida como una gracia pascual que se concreta en la obediencia del evangelio; y por último es una vocación que tiene como meta la santidad, “la plena comunión con el Dios santo” dice Silvio José Vaez.

“Jesús te seguiré”, respuestas a Jesús

Quizás yendo más adelante, dando un pasito más, uno puede tomar este “Jesús te seguiré” (Lc 9, 57-62) que en el fondo es lo que uno debería poder llegar a decir desde lo hondo del corazón al Señor. Y sería interesante que uno se deje responder por el Señor. ¿Qué me diría el Señor? Uno puede imaginar, tomando los textos evangélicos, qué me podría decir hoy el Señor. Les propongo tres posibles respuestas.

1) “Tienes que nacer de nuevo”

Es la respuesta a Nicodemo, que podríamos adaptarla a la ocasión “Si querés seguirme tenés que nacer de nuevo” (Jn 3, 1-ss). Es una invitación a la conversión. No se lo puede seguir al Señor si no hay al menos el intento de conversión. El Señor llama a pecadores pero implica en nosotros un camino de purificación del corazón, la conversión, que no es un cambio de modales, es un cambio en el modo de vivir, en el modo de ser... no es cuidar la vidriera, es desmantelar la trastienda, es ir de a poquito desmantelando las zonas de noche disimuladas que tenemos en el corazón. La conversión no es mejorar un poquito, es reorientar la vida, este es el desafío.

“Jesús te seguiré” y Jesús nos diría como a Nicodemo: “Tenés que nacer de nuevo”. A este hombre judío, inteligente, culto, le decía una especie de: “Nicodemo, no me estudies, seguime; no me conozcas fríamente, conoceme internamente; no me adules, rezame, pedime con corazón de hijo”, este es el desafío. En el fondo Jesús le está diciendo a Nicodemo y nos dice a nosotros, que la condición para poder seguirlo es enamorarse. Nadie sigue a quién no ama, nadie ama a quién no conoce. Enamorarse es este conocimiento interno del Señor que es lo que me seduce para poder seguirlo.

Nos decía el P. Arrupe: “Nada puede importar más que encontrar a Dios, es decir, enamorarse de él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación y acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón, lo que te sobrecoge de alegría y gratitud, enamórate y luego permanece en el amor, verás que todo será de otra manera”.

Por lo tanto, quizás, frente a este “Jesús te seguiré” quizás uno podría dejarse decir: Si querés seguirme tendrás que nacer de nuevo.

2) Levantate del borde del camino

“Jesús te seguiré”, quizás el Señor me diría: “Si querés seguirme tenés que levantarte del borde del camino” (Marcos 10, 46 – ss) aquello que le dice al ciego. Éste hombre que cuando pasa Jesús le grita, los discípulos lo intentan callar, Jesús se da cuenta de aquel grito que tiene una hondura muy especial, lo manda a llamar y los discípulos le dicen aquello tan lindo que ojala nos lo podamos decir nosotros: “Levántate, porque Él te llama”. Y aquel hombre pegó el salto, soltó la túnica. Para un hombre que es ciego y pordiosero la túnica lo es todo, es la seguridad y le permite pasar la noche sin morirse en los lugares que hace frío. El ciego se pone frente al Señor y entonces el Señor le pregunta: “Qué quieres que haga por ti” y él le contesta “Señor, que vea”, y el Señor le dice: “Ve, tu fe te ha salvado”, y concluye el texto diciendo: “Y después lo siguió por el camino”.
El Señor lo cura pero por sobretodo lo levanta del borde del camino. Nadie puede ir detrás del Señor, nadie lo puede acompañar al Señor arrastrándose, es necesario seguirlo de pié. Dios no nos quiere tirados, nos quiere de pie, Dios no nos quiere reptando, nos quiere caminando junto a Él. Quizás la condición para seguirlo al Señor sea esta de levantarnos del borde del camino, y uno podría ponerle nombre a ese borde del camino, es como si el Señor nos dijera: levántate de tu pereza, levántate de tu tristeza, levántate de tu pecado que te tiene hundido, levántate de tus proyectos rastreros.

Juan Pablo II en una de las primeras meditaciones de pascua, tomando el texto de Jesús que la hace poner de pie a la hija de Jairo en el evangelio, decía aquello tan lindo en la Plaza San Pedro:
Levántate tú que estás desilusionado, levántate tú que ya no tienes esperanza, levántate tú que te has acostumbrado a una vida gris y a los dones de Dios, levántate tú que has perdido la confianza de llamar a Dios papá, levántate tú que sufres, levántate cuando te sientas excluido, abandonado, o marginado.
“Jesús te seguiré”, quizás el Señor podría decirnos “si quieres seguirme levántate, te quiero de pie, levántate del borde del camino”.

3) Rompé el frasco

Y finalmente el Señor podría decirme: “Si quieres seguirme tienes que romper el frasco” Está en Juan 12 en donde aquella mujer unge al Señor con un perfume de nardo carísimo. Los textos paralelos dicen que la mujer rompe el frasco y lo perfuma. El perfume es símbolo de lo más caro, y lo más caro nuestro es el amor... La mujer rompe el frasco, no es que se le cayó y se le rompió, ella lo rompió y al romperlo Judas se escandaliza pensando en cuánto podría valer. Están simbolizadas dos actitudes, romper el frasco como símbolo del derroche, la medida del evangelio es el derroche. Jesús lo enseñó en la multiplicación de los panes, en la pesca milagrosa, en las bodas de Caná, cuando Jesús ama, cuando Jesús nos da, cuando Jesús hace sus milagros, siempre es en clave de derroche. Es un gesto hermoso de esta mujer, rompe el frasco, y es lindo, porque sin darse cuenta es un gesto profético. Por un lado porque Dios Padre ha hecho lo mismo con nosotros, porque Jesucristo es el mejor perfume del Padre, y para ungirnos a nosotros, para redimirnos, rompe el frasco, nos entrega a su hijo a la cruz y después a la resurrección para salvación nuestra. Y esta mujer no solo lo contempla a Jesús sino que lo contempla en la acción, se juega en un gesto, rompe el frasco en un ambiente que además le es hostil, porque entra en un grupo de hombres que la habrán visto como diciendo “si Jesús supiera quién es esta mujer”.

Está bueno preguntarnos: ¿cuál es mi frasco de perfume que todavía no termino de romper? ¿Qué es eso que me todavía me reservo?. Siempre hay algo reservado, algo que no termino de entregarle al Señor, a veces uno dice que algo se reserva para una mejor ocasión pero ¿cuál es la ocasión? No existe la ocasión. Se dice que el amor siempre reconoce la ocasión, y si no la reconoce, el amor es creativo, crea la ocasión para entregar. Seguirlo al Señor es terminar de romper ese frasquito que está ahí metido en el corazón nuestro y que no terminamos de romper para ungir al Señor.

Y por otro lado es interesante lo de esta mujer porque está ungiendo a un derrotado, estamos en el texto de Juan 12, faltan pocos días para la Pascua y Jesús a esta altura es un prófugo, está recorriendo los pueblitos esperando la hora para subir a Jerusalén para el momento de la Pasión. Por lo tanto es un Jesús, no de las multitudes, no es un Jesús triunfador, es un Jesús derrotado, humanamente a esta altura es un Jesús solitario, sus discípulos ya ni lo entienden. Entonces uno, reflictiendo para sacar provecho puede decir ¿y nosotros? Lo mejor de mi amor tiene que ser para ungir a lo derrotado de Cristo entre nosotros: los solitarios de mi familia, o de mi mundo en donde nos toque vivir, los pobres, los enfermos, los que no encuentran sentido a la vida, los presos... cada uno sabrá cuáles son los derrotados, los Cristos derrotados que tenemos en torno a nosotros. Ungimos a todos, pero el mejor de nuestros perfumes es para ellos.

Exigencias para seguir a Jesús

En estas tres posibles respuestas de Jesús ante el “Jesús te seguiré” nuestro, siempre algo se sacrifica. Nicodemo, sacrifica su estatus social porque seguirlo a Jesús suponía el rechazo de los de su ámbito: desaparece de la escena y recién aparece después en la Pasión. En el caso del ciego tiene que soltar la túnica. Y la mujer tiene que romper el frasco. Siempre en el seguimiento del Señor tiene que haber esta disponibilidad de entrega, esta disponibilidad de soltar aquello que quizás nos está impidiendo seguirlo al Señor, nos está impidiendo pegar el salto como el ciego o nos está impidiendo romper el frasco.

El “Jesús te seguiré” también tiene sus condiciones, y de hecho en la Palabra Jesús le va a decir a figuras anónimas, que no son los discípulos: “Sepan que el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. Otro le pide permiso para ir a despedirse de los suyos y Jesús les va a decir que ya no hay tiempo, “dejen que los muertos entierren a los muertos”, está hablando de una urgencia evangélica.

Nos animemos a sentir muy hondo este seguimiento que para nosotros a veces son decisiones grandes de vida pero que también es un seguimiento en lo cotidiano. El modo cotidiano de seguirlo al Señor es el trabajo de cada día, es asumir la ley desde nuestro pueblo de nuestra gente... éste es nuestro modo de seguimiento además de los modos concretos que el Señor pueda pedirnos a lo largo de nuestra vida a cada uno en particular.

Para terminar compartimos aquella oración del misionero que tiene el hermano Fermín Gainza en donde imagina el llamado del Señor a sembrar y entonces qué respuesta le doy a su llamado a sembrar como signo del evangelizar:

“Señor, cuando nos mandas a sembrar rebozan nuestras manos de riqueza, tu Palabra nos llena de alegría cuando la echamos en la tierra abierta.
Señor, cuando nos mandas a sembrar sentimos en el alma la pobreza, lanzamos la semilla que nos diste y esperamos inciertos la cosecha.
Y nos parece que es perder el tiempo este sembrar en insegura espera.
Y nos parece que es muy poco el grano para la inmensidad de nuestras tierras.
Y nos aplasta la desproporción de tu mandato frente a nuestras fuerzas.
Pero la fe nos hace comprender que estás a nuestro lado en la tarea.
Y avanzamos sembrando por la noche y por la niebla matinal.
Profetas pobres pero confiados que tú nos usas como humildes herramientas.
Gloria a ti Padre bueno que nos diste a tu Verbo, semilla verdadera.
Y por la gracia de tu Santo Espíritu la siembras con nosotros en la Iglesia. Amén.


Que Dios los bendiga, nos ponemos entonces en actitud de seguimiento, sentir muy hondo, y no con miedo sino con una inmensa confianza y cariño este Señor que nos invita a caminar con Él. Esta belleza de un Señor que no quiere andar solito, Él ha querido evangelizar, ha querido que el Reino sea sembrado con sus compañeros, con cada uno de nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario