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Los Ejercicios Ignacianos, como venimos reflexionando en estos días, apuntan a "buscar, hallar y hacer la voluntad de Dios", o en otras palabras, a ordenar la vida según el querer de Dios. Para eso tenemos que estar atentos a los movimientos interiores que se nos vayan despertando en estos días de ejercicios, sobretodo durante el espacio de la oración.
Dentro de la espiritualidad ignaciana sobresale el "discernimiento de espíritus". San Ignacio, experimentó en su propia vida que conforme a lo que él hacía, meditaba o pensaba, se generaban como dos grandes movimientos en su interior: la consolación y la desolación. Nos dice la hna Marta Irigoy que "cuando hablamos de consolación son momentos en los que nos sentimos iluminados, contentos, llenos de certezas y alegrías, en cambio cuando estamos desolados son momentos en los que nos sentimos inmersos en la oscuridad, desanimados, inquietos, llenos de miedos pero sin fundamentos, nos sentimos alejados de Dios y tristes".
Cuando estamos consolados sentimos a Dios cerca, que nos va produciendo un movimiento de amor muy grande a Dios y a todos, y va creciendo en nosotros el deseo de encarnar el evangelio, se fortifica la fe, y sentimos un entusiasmo profundo que nos anima a enfrentar todo. La desolación, es todo lo contrario a la consolación: perdemos certezas, nos sentimos turbados y hasta miedosos. Nos falta el entusiasmo, y la comunidad con los demás se hace cada vez más difícil, nos sentimos sin paz y que no hay salida. En el caso de los ejercitantes, cuando aparece la tentación, suele aparecer la sensación de que estos ejercicios no tienen nada que ver con mi vida cotidiana. Por eso cuando terminamos de hacer la oración, es bueno que podamos tomarnos unos minutos y anotar lo que vamos sintiendo, lo que nos pasa por dentro.
Descubrir su Misericordia
En el cuarto día, los ejercicios nos invitan a poner nuestra mirada en la misericordia de Dios. Después de habernos dejado mirar por Dios, su amor nos genera confianza para poder confiarle nuestras vidas y mostrarnos "disponibles o "indiferentes" para que Él haga su obrar en nosotros. Hoy damos un paso más, y nos adentramos en su misericordia. Lo que nos separa del querer de Dios es el pecado, pero para reconocer nuestros pecados primero necesitamos experimentar la misericordia de Dios. El Padre que nos ama inmensamente, tiene entrañas de misericordia, y nos sale al encuentro.
El P. Ángel Rossi, en su reflexión cita a Martín Descalzo: "hay almas que viven hurgueteando en el excremento de su pasado con el palito de la memoria". Nosotros nos abrimos al reconocimiento del pecado, pero desde la misericordia de Dios. Su mirada y su perdón nos impulsan a salir hacia adelante y no a quedarnos en lo que no nos salió o donde fallamos.
Imágenes para llevar a la oración
- Jubileo del año 2000: El Papa Juan Pablo II tomó la imagen del hijo pródigo y decía: "Que nadie quiera excluirse del abrazo del Padre"; "que nadie se comporte como el hermano mayor de la parábola que se niega a entrar a la fiesta (del perdón)"; "que la alegría del perdón sea más grande y más profunda que cualquier resentimiento"; "que la mirada esté puesta en el futuro" sabiendo que pedimos perdón para ir hacia adelante.
- La parábola de la oveja perdida ( Lc 15): ponemos la mirada en el pastor y en esta imagen de recuperación gozosa. Un pastor que tiene muchas ovejas es entendible que no arriesgue todo el resto del rebaño por la que se le perdió, pero si es un buen pastor conoce a cada una de sus ovejas, sabe cuál es esa que se perdió. Podemos ir recorriendo nuestras alejadas del rebaño y cada uno de los pasos que el Pastor dio para llegar a nosotros. "Sentirnos sanamente orgullosos y admirados de esta terquedad del Pastor en buscarnos hasta encontrarnos, de este misterio de que somos importantes para Él, de hasta qué punto nosotros le faltábamos que lo hace dejar las 99 y salir a buscarnos" dice el P. Ángel, citando a San Ignacio. El Señor no nos abandona en los acantilados, sino que nos sale al encuentro, nos protege, nos cuida las heridas y nos trae cargados contra su corazón.
"Ven Señor Jesús, busca a tu siervo, busca a esta oveja extenuada y cansada. Ven Buen Pastor, tu oveja ha andado errante mientras Tú tardabas, mientras Tú te entretenías en los montes. Deja tus 99 ovejas y ven a buscar ésta. Ven sin perros, ven sin rudos asalariados, ven sin el mercenario que no sabe pasar por la puerta, ven sin ayudantes, sin intermediarios que ya desde hace tiempo te estoy esperando, estoy esperando Tú venida. Se que estás a punto de llegar, ven pero sin bastón, con amor y con actitud de clemencia. Ven Señor Jesús, búscame, rodéame, encuéntrame, levántame, llévame".
El Señor siempre prefiere la oveja débil, la frágil, la que con sinceridad, más allá de todo pecado, se acerca y muestra sus fragilidades, descarriadas y heridas. El Buen Pastor hace fiesta cuando vuelve con su ovejita en brazos.
- El Padre misericordioso (Jn 15): nosotros identificamos nuestros pecados y errores como "alejadas de la casa del Padre". La parábola dice que el hijo menor "se fue a un país lejano", el pecado siempre es un país lejano, nos distancia de "la Casa" como signo de intimidad con Dios. Poner nuestra mirada en esta escena, y sorprendernos con el hijo menor de encontrar la casa en fiesta.
Lo lógico era que el hijo tuviera que rogar clemencia y una rendición de cuentas, sino que encuentra un "padrazo", un Padre grande vulnerado por su amor. El hijo se había ido, pero el Padre tenía reservado para él el mismo sitio aunque momentáneamente estuviera lejos. El hijo volvía al castigo y se encontró con el perdón, volvía al sombrío de una cobacha y un plato de comida de jornalero, y se encontró con una casa llena de luz y la mejor comida. Ésta es la locura de la misericordia. El Padre sabía que si le reclamaba la condena merecida no iba a lograr nada, sólo haciéndole fiesta lo recuperaba. Su amor le iba a cambiar el corazón.
Henry Nowen, en su libro "El regreso del hijo pródigo", descubre en el cuadro de Rembrandt que las manos del padre una es de hombre y otra de mujer: una grande con los dedos extendidos ocupan una gran superficie de la espalda y hombro del hijo, es una mano que transmite firmeza y sostén en una dimensión paternal. La otra mano es fina, tierna, con los dedos cerrados y se apoyan tiernamente sobre el hombro del hijo... es una mano de mujer que quiere acariciar, mimar, consolar y confortar. Rossi citando a Nowen aclara: "Esta mano derecha, suave y tierna, me hace acordar las palabras del profeta Isaías: "¿Acaso olvida una mujer a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas. Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49, 15-16). Una mano protege la parte vulnerable del hijo, y la otra potencia la fuerza del hijo y su deseo de seguir la vida.
Momento de oración
1- Oración preparatoria: predisponernos para el encuentro con el Señor en el desierto. Intentar acallar las voces interiores.
2- Traer la materia: Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar. En este caso nos centramos en las imágenes de experiencias de misericordia; descubrir con cuál de ellas nos sentimos identificados, y ahí quedarnos.
3- Composición de lugar: tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4- Meterme en la escena como si yo estuviera dentro de ella y preguntarme qué me dijo.
5- Coloquio: a partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
6- Evaluación: tomar nota de lo que viví y sentí.
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