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Marta Irigoy nos invita hoy a detenernos y recordar para qué hacemos estos Ejercicios Espirituales: Buscar, hallar y seguir la voluntad de Dios y ordenar
la propia vida.
Es
conveniente recordar que lo que veamos y sintamos como voluntad de Dios para
ordenar la vida, necesariamente tiene que ser coherente con la realidad
personal y cotidiana de la propia vida. Uno tiene que ver qué le ayuda más en
este momento de la vida a vivir con mayor fidelidad ese deseo de ser felices
que Dios puso en nuestro corazón. En términos ignacianos el deseo de ser feliz
sería “para que nuestra vida sea alabanza y servicio del Señor”.
Cuando
hablamos de ordenar la propia vida, tenemos que ver que son pocas cosas, quizás
sólo una... descubrir que es lo que nos ata y nos quita libertad en este
tiempo. ¿Qué cosas en mi vida me piden un cambio, un nacer de nuevo? La
relación que tengo con mis más cercanos, quizás necesitan mayor fidelidad al
estilo de Jesús... En la profesión o trabajo muchas veces rechazamos el valor
del servicio y nos dejamos guiar por los criterios del poder y la riqueza, sin
vivir el trabajo como un lugar de servicio... Sobre nuestro estilo de vida
donde quizás necesitemos tomar un rumbo más sano en lo que leemos, amistades,
cómo nos divertimos, lo que elegimos... Quizás sobre la relación con Dios,
dejar de creer en un Dios severo, implacable, que me vigila, por el Padre de
Jesús lleno de bondad, ternura, que me cuida, me acompaña y me consuela.
También puedo ordenar mi vida en cuanto a la relación conmigo mismo, valorando
mi vida como regalo; mi vida vale, mis cosas valen, mis dones valen, mi vida
costó la entrega del hijo de Dios ¿cuánto valoro lo que vida? ¿cuán agradecido
soy con Dios por tanto recibido en la familia, los amigos, el trabajo, mis
sueños, etc?.
Para
realizar esta especie de análisis, es muy valioso recuperar los exámenes de la
oración de estos días y los exámenes del día, ya que así podemos seguirle la
pista a la gracia y descubrir qué es lo que nos propone. ¿Y cómo se si esto que
me estoy dando cuenta que tengo que modificar es una invitación de Dios y no
inventada por mí?. Por la paz que deja en el corazón, por la sensación de
mirada y horizonte ancho. Puede favorecernos ir escribiendo alguna oración
personal con lo que entendamos que tiene que ser la reforma de nuestra vida, en
donde podamos ir poniendo por escrito la gracia que necesitamos, para que Dios
nos ayude con su amor y su ternura a re-ordenar la vida.
La
resurreción de Lázaro
P.
Ángel Rossi
Hoy
les propongo, ya cerquita de la pasión, la resurrección de Lázaro, escena que
está en los umbrales a la subida de Jesús a Jerusalén. Es un momento de la vida
pública de Jesús donde ya no es una figura atrayente, y hasta como dice el
evangelio “lo buscan para matarle”. Es un Jesús prófugo, para muchos ya es
motivo de escándalo, lo andan persiguiendo y Jesús lo sabe. Contemplamos la resurrección de Lázaro (Jn 11,
1-54)
Había
un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana
Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies
con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.
Las
hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, aquel que tú amas, está
enfermo". Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es
para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó
que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
Después dijo a sus discípulos: "Volvamos a Judea". Los discípulos le
dijeron: "Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres
volver allá?". Jesús les respondió: "¿Acaso no son doce las horas del
día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en
cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él".
Después agregó: "Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a
despertarlo". Sus discípulos le dijeron: "Señor, si duerme, se
curará". Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la
muerte. Entonces les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por
ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a
verlo".Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos:
"Vayamos también nosotros a morir con él".
Cuando
Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro
días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos
habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al
enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María
permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado
aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá
todo lo que le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará".
Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último
día". Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree
en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.
¿Crees esto?" Marta le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".
Después
fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: "El Maestro está
aquí y te llama". Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su
encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el
mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa
consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la
siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde
estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: "Señor, si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto".
Jesús,
al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y
turbado, preguntó: "¿Dónde lo pusieron?" Le respondieron: "Ven,
Señor, y lo verás". Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: "¡Cómo lo
amaba!" Pero algunos decían: "Este, que abrió los ojos del ciego de
nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera? "Jesús, conmoviéndose
nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo:
"Quiten la piedra". Marta, la hermana del difunto, le respondió:
"Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto". Jesús le
dijo: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?"
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
"Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo
he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has
enviado". Después de decir esto, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven
afuera!" El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el
rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo para que pueda
caminar".
Aquel
a quien tu amas está enfermo
Esta
escena tan fuerte, tan linda y tan llena de mensajes y micro escenas en las que
nos podemos sumergir, nos puede hacer muy bien. Es una escena que nos muestra a
un Jesús muy humano. Primero por el cariño a la familia de Lázaro, Jesús se
conmueve, se emociona, llora es una escena donde sale la humanidad de Jesús de
un modo especial. Por otro lado lo humano del miedo y del riesgo, Jesús
humanamente tiene miedo porque sabe que lo andan buscando para matarlo, por lo
tanto ir a Betania era riesgoso. Y por otro lado Lázaro ya hacía cuatro días
que había muerto. Es interesante quedarnos con las palabras de ese mensajero
que le sale al encuentro a Jesús: “Aquel a quien tú amas está enfermo”. Es una
expresión fuerte que nos puede hacer mucho bien a nosotros. “Aquel a quien tu
amas”... podemos pensar en tantas personas cercanas nuestras que están enfermos
del cuerpo o del alma, y también somos nosotros mismos.
Podemos
decirle al Señor desde lo hondo del corazón “Señor, aquel a quien tu amas (que
soy yo) está enfermo”, necesita ser visitado, necesita resucitar, necesita
salir de las tumbas en las que andamos quizás sepultados. Hasta ahora Jesús ni
si quiera a los discípulos los llama amigos, recién en Jn 15 en el momento de
la pasión los llama amigos, en cambio a Lázaro antes que a los discípulos los
llama amigos. Seguramente Jesús visitaba seguido a esta familia, y su casa era un
lugar donde Él podía ir a descansar, estar en confianza, al natural. Jesús les
tenía mucho cariño, por eso los llamaba amigos.
A
Jean Vanier le llama la atención que el texto diga “la casa de Marta, casa de
María” cuando en su momento se utilizaba llamar a la casa con el nombre del
varón de la familia. Lázaro queda como escondido. El autor supone que Lázaro
sería una persona enferma, claro que no es posible comprobarlo, por eso los
textos las nombran a ellas que serían quienes con mucho cariño lo cuidaban.
Marta
sale al encuentro cuando Jesús llega: “Señor si hubieras estado aquí”. Después
del diálogo con Marta, ella va a avisarle a María y le dice unas palabras muy
lindas que nos pueden ayudar a meditar y hacerla propia: “El maestro está aquí
y te llama”. Nos hace bien sentir que el Maestro está aquí y que me llama a mí,
sentir que el Señor también me anda buscando a mí.
Después
María sale a su encuentro y le hace el mismo reproche que su hermana “Por qué
nos viniste rápidamente”; Jesús que se conmueve hasta el alma y pregunta dónde
lo han puesto y fueron a verlo. Ahí viene esta otra expresión fuerte: “Quiten
la piedra”. Es interesante porque hay piedras que el Señor nos pide que la
quitemos, y que con su ayuda se puede. También hay piedras que si Dios no las
quita no las quita nadie, como en la pasión cuando las mujeres van tempranito
al sepulcro se dieron cuenta que no iban a poder correr la piedra, pero dice el
texto que “cuando estaban cerca vieron que la piedra ya estaba corrida”. En
nuestras vidas y en nuestro corazón hay piedras que las corre el Señor o nadie,
piedras grandotas del corazón que sólo Él puede quitarlas y otras veces que sí
podemos con su ayuda, como en este caso “Quiten la piedra”, Él da la orden y la
gracia, y así podemos.
¡Salí
afuera!
Marta
reacciona “Señor tiene mal olor, ya pasaron cuatro días”. La tradición judía
indicaba que hasta los tres días el alma no estaba despedida, por eso estos
cuatro días indicaban que ya no había ninguna posibilidad. Jesús le dice “no te
he dicho Marta que si crees verás la gloria de Dios”, a modo de reproche porque
ella misma le ha pedido que intervenga y ahora que hace algo es como si se
achicara y volviera atrás. Entonces quitada la piedra viene la voz fuerte de
Jesús: “Lázaro sal afuera”. Podemos perfectamente cambiar el nombre de Lázaro
por el nuestro; “¡Salí afuera!”. Quizás necesitamos desde nuestras tumbas
sentir que el Señor nos llama a salir afuera y ponernos de pie. Salió y dice la
Palabra que tenía las manos y los pies vendados, y la cabeza tapada... A veces
nosotros tenemos situaciones en las que estamos con pies y manos atadas, con la
mirada ciega, no podemos caminar ni ver. Y Jesús que dice “desátenlo, déjenlo
caminar” frase imperativa que también nos puede hacer mucho bien a nosotros.
Mientras Lázaro ve los judios se enceguecen con éste gesto de Jesús.
Jan
Vanier dice “¿no somos en realidad todos Lázaro? ¿No hay partes muertas en
nosotros presas a veces de una cultura d ella muerte?” Todo lo muerto en
nosotros, todo lo que está oculto en la tumba de nuestro ser provoca una cierta
muerte alrededor, y Jesús nos invita a salir de la tumba que llevamos en
nuestro interior.
¿Crees
que esto puede revivir?
En
Ezequiel 37, 1 ss dice que Dios llevó al profeta a aquel valle de huesos secos,
lo hizo caminar por ahí y efectivamente estaba todo seco. Una visión símbolo de
la desesperanza del pueblo de Israel en el desierto, después que caminó en
todas las direcciones viene la pregunta del Señor que mueve a esperanza “¿crees
que ésto puede revivir?” A lo que el profeta contestas “Señor, Tú lo sabes”.
Podemos pensar que frente a aquellas cosas que se han muerto en nuestro corazón
como la esperanza, la fe, las ganas de seguir luchando... cada uno puede pensar
en sus zonas muertas, su zona sin vida tirada en el corazón y dejarnos decir
por el Señor al corazón “¿crees que esto puede revivir?”. El Señor tantea
nuestra capacidad de esperanza, nuestra capacidad de confiar que Él es capaz de
ponernos de pie. “Señor tú lo sabes”. En la escena Dios le dice al profeta que
le hable a los huesos, “Huesos escuchen la Palabra”. Parece raro y hasta
inútil, pero es signo de que la Palabra puede poner de pie hasta lo imposible.
Dios
nos pone de pie en un proceso, pero nosotros queremos soluciones inmediatas,
pero tenemos que tener paciencia, Dios nos va dando vida de a poco, paso a
paso. En este texto de Ezequiel, más adelante el Señor le va a decir al profeta
refiriéndose al pueblo de Israel: “Yo les daré el Espíritu”, “yo los sacaré de
vuestras tumbas”, “los llevaré de nuevo a Israel” ,“les daré el Espíritu y
vivirán”... Qué lindo este Señor que nos anima a renovar la confianza en las
cosas que están muertas en nuestro corazón
Carlos
del Valle se preguntaba ¿en qué tumbas nos encontramos?. Podría ser la tumba de
la estrechez, en donde estamos sumergidos en nuestro pequeño mundo y Dios a
través de su Espíritu viene a agrandar los límites, agrandar los espacios, a
derribar muros y fronteras, a ensanchar el corazón, a empujar y salir de nuestros
recintos para ir al encuentro de los necesitados... El Espíritu nos enseña a
abrir caminos, a tender puentes, a intensificar la comunicación, crear
vínculos...
Posiblemente
el Señor nos esté invitando a salir de la tumba de la estrechez, o quizás de la
tumba de la superficialidad cuando vivimos sin conocernos, nos relacionamos
desde la apariencia y se nos escapa lo más lindo de las cosas, las personas,
los acontecimientos... El Espíritu nos lleva a la profundidad del corazón.
Quizás quiere que salgamos de la tumba del individualismo es decir de vivir en
función de uno mismo porque el Espíritu crea relación de amistad y solidaridad;
quizás nos quiera sacar de la tumba del pesimismo y la desesperanza porque el
Espíritu viene a reavivar la esperanza y alimentar la utopía; o quizás viene a
sacarnos de la tumba de los miedos, animarse a correr riesgos, el Espíritu da
audacia y nos da fuerza para hacer lo que nunca habríamos hecho. Cada uno sabrá
de qué tumbas lo quiere sacar el Señor en este tiempo. Nos animemos a dejarnos
decir como a Lázaro: “Sal fuera” y que podamos desatarnos y ver. “Yo abriré sus
tumbas y los haré salir, infundiré mi Espíritu en ustedes y vivirán”. Quizás
nosotros le decimos que nuestra tumba tiene mal olor, pero Él nos vuelve a
decir que salgamos afuera y nos pongamos de pie. La resurrección es un proceso
que comienza cada mañana y cada día, somos llamados a hacer un viaje de
resurrección que va paso a paso.
Resuciten
muertos
El
texto le habla a cada creyente, según Raniero Cantalamessa, en cuanto a
misionero que se encuentra ante personas que viven en situación de muerte moral
o espiritual. Frecuentemente las personas que se encuentran en esta situación
no están en de hacer nada ni si quiera rezar, son como Lázaro en la
tumba, por eso es necesario que otros hagan por ellos. En los labios de Jesús
ya encontramos este mandamiento dirigido a sus discípulos: “curen enfermos,
resuciten muertos” (Mt 10). Jesús se refería a los muertos de corazón, a los
muertos espirituales. Dice Cantalamessa “El mandamiento de resucitar a los
muertos está dirigido a todos los discípulos de Cristo. Les desvelo cómo se
hace para poder resucitar esta misma tarde y en los próximos días a un muerto.
¿Tenes en casa o en el asilo a un padre anciano? Quizás su corazón está muerto
por el silencio de sus hijos. Hacele una llamada de teléfono de las hermosas;
si podes, prometele que mañana irás a verlo. Probablemente ya has resucitado a
un muerto” A lo que podemos agregarle, ¿tu marido está desmoralizado al salir
de casa después de la décima pelea? Llámalo por teléfono, hacele renacer la
confianza en el corazón. Lo mismo hacé con tu mujer si eres el marido.
Posiblemente hayas resucitado también a un muerto en esto día. Y podemos pensar
en cuántos gestos que resucitan cada día corazones; una visita, una llamada
puede cambiar un día y hasta una vida.
Otro
texto que puede ayudar en la reflexión es el de la Hermana Alejandra "La
voz del Amor grita ¡Sal fuera!"
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